martes, 27 de agosto de 2019

Vengo a decir que me voy

   Para empezar una canción, los que entiendan francés no necesitarán toda la explicación que viene después:


    Queridos amigos y lectores y aquellos que son ambas cosas: hoy he venido  a decir que me voy. Justamente hoy, cuando festejo los ocho años sin interrupción de contar mis miserias en ésto que yo llamo cuaderno y que las nuevas generaciones llaman Blog. Ocho años! que se dice bien; empecé subtitulándolo "Confesiones de una cuarentona" y si me descuido ya no soy ni cincuentona! Empecé haciendo de ello casi casi una psicoterapia y ahora recibo mensajes de lectores que me dicen que se lo toman como una terapia ellos mismos. Al principio hablaba de mis cuitas como madre de dos niños casi pequeños y ahora son dos adolescentes crecidos (por favor alguien sabe cuándo se acaba la adolescencia?) camino de ser  adultos. Empecé queriendo hablar de libros y de cine y me he dedicado a hablar de todo lo divino y humano sin reparos; empecé teniendo cuarenta visitas semanales y ahora muchas semanas sobrepaso las mil. No quisiera dar la impresión de morir de éxito, pero quizás si hay que cortar por algún lado y con algún motivo, sea mejor hacerlo con el personal aplaudiendo y no tirando tomates. 

    Desde hace un tiempo tengo la impresión de repetirme más que la morcilla, provocar cierto enojo a mi alrededor y no ser tan ocurrente como yo quisiera. Pretender poder hablar de todo y por su orden , con libertad (e incluso con ira) y con la perspectiva de los años vividos que empiezan a ser muchos, desgasta las neuronas y te crea enemigos. De acuerdo que también te procura aficionados y gentes entrañables que te dicen cosas maravillosas y entre ellas sobre todo una,  que es el mayor elogio posible:" qué buen rato he pasado mientras te leía". Me quedo con ello. 

    Señoras y señores, queridos lectores y sin embargo amigos, no se crean que me voy a quedar parada sin escribir una sola línea, a pesar del poco talento que me ronda; hay varios escritos en marcha que esperan el turno de oficio que este blog les ha robado. No sé si me moriré pasado mañana, pero por si acaso no quiero esperar mucho antes de ver un buen montón de ideas puestas por escrito en otro buen montón de páginas; como mi cerebro ya no carbura si no duermo seis o siete horas (cosa que antes no era necesario) el tiempo libre nocturno, ese tan propicio a la escritura también se va reduciendo.  Y hay prioridades.

    Ha sido un placer durante todos estos años saber que al otro lado de esas pantallas que tanto me exasperan  hay unas personan que se leían lo que esta cabecita se inventaba o relataba sin inventar. Y cuando digo que ha sido un placer, es que lo ha sido de verdad, con todas las seis letras de la palabra placer.Este blog ha sido un buen curso de corte y confección; ahora toca intentar dar un salto a la sastrería fina. He dicho intentar, con todas las dudas y temores de no conseguirlo; pero intentar por supuesto, porque los que me conocen saben que  entre mis defectos más señalados está la cabezonería y el no rendirme. Aquí dejo la puerta entreabierta, nunca se sabe... Pero por ahora:





   

domingo, 25 de agosto de 2019

Vickie.Una historia neoyorkina (La chica de Ayer, 26)

    Victoria, Vickie para los amigos,  ha dado varios volantazos en su vida; de esos que te aconsejan los libros de autoayuda, o los amigos que también probaron: cambia tu vida, dicen, atrévete, sé otra persona nueva...Qué fácil es decirlo! Y a Vickie, que no le vengan con cuentos, desde que se conoce a sí misma, las nuevas Vickies han sido ya numerosas. 

    La primera llegó con el divorcio, después de un breve matrimonio del que no tiene ya casi recuerdos, ni buenos ni malos;  y cuando la nueva Victoria ya estaba en marcha, aquella que cruzaba Wall Street cada mañana y se codeaba con los amos del mundo, se encontró con un padre enfermo al que tuvo que cuidar varios años;  padre que había contribuido, mediante una nueva hipoteca sobre su casa ya pagada, a que la niña, hija única,  estudiara en Yale con lo mejor de lo mejor. Cuando el padre faltó y a punto de dar un nuevo volantazo, el cambio de rumbo lo marcó la quiebra de Lehman Brothers, que se llevó por delante buena parte de sus ahorros, invertidos con cierta vision de futuro en un plan de pensiones que se evaporó como humo de alcantarilla.

   Dispuesta como siempre a reinventrse de nuevo, comenzó un  trabajo de auditoría, asociada a un antiguo conocido de la bolsa neoyorkina, un chico joven y ambicioso pero suficientemente humano, amigo de sus amigos, padre de tres hijos y con una casa por pagar;  se dijo que Patrick, que así se llamaba, era el perfil del persona que ella necesitaba no sólo para reinventarse sino,  de forma más urgente, para asociarse y empezar de nuevo a ganar dinero con el que poder pagarse una jubilación, que ya estaba entrando en la cuarentena bien avanzada. Con Patrick alquiló una oficina que compartían en el piso 100 de la torre Norte del World Trade Center;  gracias a sus contactos y muchas amistades con Cantor Fitzgerald,  que ocupaba las tres plantas inmediatamente superiores pudieron llegar a un acuerdo rápido y nuestra reinventada consultora comenzó a trabajar más cerca del cielo que del suelo de la ciudad que la vió nacer. 

    Todas las piezas del puzzle de su vida parecían encajar cuando una mañana de septiembre, se le pegaron las sábanas en un hotel de Washington y tuvo que coger un tren ya no tan de madrugada  para llegar a su oficina a las diez, casi dos horas más tarde de lo habitual.  Vió mucha agitación en el metro a medida que la línea azul ACE se alejaba de Pennsylvania Station y  se iba acercando a su parada habitual. Obligada a descender en Chambers Street y ya en la superficie, sin pararse a pensar que algo estaba ocurriendo más allá de la linea telefónica con la que intentaba comunicarse con Patrick sin éxito, siguió avanzando entre gritos y ambulancias y camiones de bomberos hasta que una procesión de zombies cubiertos de cenizas comenzaron a cruzarse con ella en sentido contrario. Tardó casi todo el resto de la jornada en conseguir llegar a su apartamento de la Segunda Avenida, donde reinaba la calma y un silencio tan aterrador como pueda serlo el ruido en otras circunstancias. 

   Varias horas antes, la torre Norte del World Trade Center se había desmoronado con su oficina en el piso 100 y su socio Patrick dentro; con 658 desaparecidos de los 900 empleados de Cantor Fitzgerald donde tantos amigos tenía y con César, el jefe de camareros del "Windows of the World" que siempre le encontraba mesa o Lupe, que le vendía el periódico y los cigarrillos que desde entonces nunca ha vuelto a fumar. Apenas media hora después de las diez de la mañana se desmoronó la torre Norte, y cuando aún no eran las diez de la noche, Vickie ya sabía, sin que ningún manual de autoayuda ni un vecino aficionado al Yoga se lo dijera, que había llegado el momento de dar un volantazo. Otro más.

viernes, 16 de agosto de 2019

Bostoniana

    Escribo estas líneas mientras espero un avión que me llevará a casa, cruzando ese océano inmenso que me impresiona cruzar, a pesar de las muchas veces que ya lo he hecho. Para superar el trauma de abandonar Nueva York y aterrizar en mi vida cotidiana he hecho una parada en Boston, ciudad que desconocía y que me ha sorprendido agradablemente. Si quieren saber ustedes algo más, vayan à Google y a sus miles de guías de viaje digitales, yo les cuento otra experiencia que va un poquito más allá de la mera indicación turística. 

    De pequeña leí « Mujercitas » en aquellas entrañables versiones ilustradas de la editorial Bruguera. Y no creo exagerar si digo que leí ese libro al menos cuatro veces. Su continuación (« Aquellas mujercitas ») mereció menos atención por mi parte, aunque al menos un par de veces cayeron. También me encantaba la película con Elizabeth Taylor haciendo de la pequeña Amy March y June Allison de Jo, la escritora e irreverente, sin darme cuenta, un buen reflejo de lo que yo pretendía ser. Dentro vídeo : 



    En esa escena que les he puesto Jo vendía su pelo por una buena causa, algo que yo, molesta entonces por tener que llevar una trenza de medio metro obligada por mi madre, hubiera hecho también gustosa. 

    Años después descubrí a Henry James cuando comenzaba a pelearme con la lengua inglesa, y con él otro de los  libros que releí varias veces pensando que en él había tantas cosas que me retrataban: « las bostonianas ». Y estos días de verano ocioso, paseando por Boston me he dado cuenta que, en realidad, yo ya había estado en esta ciudad. Que ya  conocía sus calles y parques, que ya sabía como eran sus gentes y, sobre todo sus mujeres. Cuanto más cuando una de ellas, Ally MacBeal, fue protagonista de una de mis series  favoritas hace años. Todo lo que he visto estos días, en cierta manera lo había visto ya; y me resultaba todo de una extraña familiariedad que sólo ayer por la noche, después de consultar con la Wikipedia las fechas y argumentos de las novelas en cuestión, comprendí. 

    Mis hijos también han visitado Boston conmigo, lo han disfrutado y apreciado, pero quizás no lo hayan sentido tan cercano como yo. Doy gracias a quien haya que darlas por ser de una generación que tuvo que matar el aburrimiento leyendo. Mis horizontes son mucho más grandes que los que Internet ha abierto después creando generaciones enteras de analfabetos de la letra impresa. Y ahora me voy al cascarón a sobrevolar el Atlántico. Ha sido un placer pisar Boston con mis pies, con la imaginación ya lo visité hace  cuarenta años. 

martes, 13 de agosto de 2019

Razones para amar una ciudad

« De por qué te estoy queriendo no me pidas la razón » cantaba Nino Bravo; y a mi me piden razones mis lectores de mi repentino (dicen ellos repentino pero es de hace más de veinte años ) amor por Nueva York. Mi propia madre, que no es mi lectora, se interesa de vez en cuando por mi filia neoyorquina y asegura no entenderme. Bueno pues aquí tienen ustedes una lista, es larga, aviso. 

    Me gusta Nueva York porque nadie es extraño y todos somos extranjeros. Porque siendo americana es muy europea y viceversa. Porque creció y se desarrolló en los años más brillantes de la arquitectura y se nota; porque no se puede entender el arte del siglo XX sin visitar sus museos y gracias a esos museos, a esos galerías tas y a muchos marchantes, el arte del siglo XX logró escapar de la sinrazón de la guerra y del fanatismo Nazi. Me gusta Nueva York porque tiene un parque central rodeado de rascacielos, combinación que no la tiene nadie igual. Me gusta Nueva York porque es la ciudad de Gershwin y de Leonard Berstein, de Duke Ellington y de Sarah  Vaugham; es la ciudad donde ésta Harlem y donde fueron a hacerse famosos todos los demás; y donde se fabrican los pianos Steinway, por cierto. 

    Me gusta Nueva York porque no duerme, que es algo que me pasa a menudo, aunque yo soy humana y tengo que acabar durmiendo, que ella, como es ciudad no lo necesita; me gusta porque los domingos no parecen domingos, porque las viejas y los viejos recorren la Quinta Avenida en zapatillas de deporte, porque la gente es simpática y se para a enseñarte el camino a pesar de la prisa que tienen. Me gusta porque es una ciudad llena de taxis que se cogen el cualquier esquina y de gente que camina con un café en la mano. Porque las pizzas son como plazas de toros y las tortilla de tres huevos. Me gusta porque los ejecutivos hacen cola para comprarse un perrito caliente y las niñeras les hablan español a las criaturas rubias que cuidan porque el español de repente se puso de moda. Porque en el hotel de cinco estrellas entras con una hamburguesa en la mano y una bolsa llena de plátanos en la otra y ellos hacen como que no lo han visto. 

    Me gusta Nueva York porque es la ciudad de Woody Allen, aunque ahora esté de moda ponerlo a caldo. También es la ciudad de Batman y de Superman (aunque en Superman la bautizaran con otro nombre) la de Al Pacino y la de West Side Story, la de Audrey Hepburn paseando por la Quinta Avenida de madrugada y la de Lauren Bacall que era vecina de John Lennon hasta que a éste lo asesinaron a la puerta de una casa por delante de la cual te puedes pasear. Me gusta porque puedes ir a la puerta del Metropolitan una noche de estreno y soñar con que eres  Cher esperando a Nicolás Cage mientras Dean Martin te canta « That’s amore » . Me gusta porque no hay otra calle en el mundo como Broadway, con tanto talento por metro cuadrado como el que encierran sus teatros. Y porque puedes cruzar el puente de Brooklyn cantando « everybody’s talking »  como en Cowboy de Medianoche y al menos los lugareños no te mirarán con cara rara. 

    Me gusta Nueva York porque camino cada día doce o quince kilómetros y ni los siento en mis piernas; porque cuando vengo veo a Paco y a Alberto y es como si no pasara el tiempo; porque además ahora tengo una nueva amiga que me hice el año pasado charlando en el puesto de postales de un museo donde ella trabajaba y siento que es como si la conociera de toda la vida. Me gusta porque se come mal y me da lo mismo, pero el café lo ponen bien aguado, como a mi me gusta. Me gusta porque el agua es gratis en los restaurantes y las medicinas te las venden en los supermercados. 

    Me gustan sus edificios, los antiguos y los modernos, su estación de tren donde busco a Holden Caulfield por las esquinas, su catedral asfixiada en medio de una avenida y sus tiendas de chorradas que nunca se me antojan. Me gusta que sea la ciudad donde Bobby Kennedy y Hillary Clinton fueron senadores y se lanzaron a ser presidentes sin conseguirlo, por desgracia, ninguno de los dos. Le perdono que sea la ciudad de Donald Trump. Me gustan sus puentes colgantes y sus calles 
con canchas de baloncesto rodeadas de rejas, los autobuses escolares y los carritos de comidas con los que te tropiezas por las aceras. 

    Quieren más razones? Por hoy lo dejo aquí. Pero tengo más. 

lunes, 12 de agosto de 2019

I ❤️NY

   Conozco muchas ciudades en el mundo, porque me gusta viajar y visitarlas, bastante más que el campo y los enclaves naturales. Ese turismo de ciudad que a muchos desgasta y estresa a mi me apasiona. Entre esas muchas ciudades conozca algunas bonitas de quitar el hipo: Florencia,Cartagena de Indias, Salamanca, Cuzco. Otras simplemente interesantes, que ya es mucho: Berlín, Tánger, Washington. Algunas maravillosamente caóticas: Bogotá , Nápoles, El Cairo; otras son como teatros sin personajes: Brujas, Toledo, Carcasonne. Ciudades a las que vuelvo una y otra vez: Roma, París, Sevilla y otras a las que no sé si volveré pero no por falta de ganas: San Francisco, Lima, Siena...Pero una, sólo una es merecedora de mis amores y así lo pongo mien clarito en el título de esta entrada. 

   Les ruego me permitan la frase cursi, porque no me gusta Nueva York, la amo, como indica su logotipo. Estoy apurando mis últimas horas en ella y ya me duele pensar que quizás pasen al menos un par de años antes de volver, y eso con suerte. Nunca me siento extraña en esta ciudad, ni cuando la pisé por primera vez y me di cuenta que me la sabía de memoria ni cuando estoy terminando mi tercera visita y aún sigo descubriendo sus encantos. Sé que soy una turista y no tengo que pelearme cada día con los transportes, los horarios, los atascos y tantas otras cosas que importunan a sus habitantes; que como turista puedo residir en Manhattan y no en el quinto infierno como todos esos pobres trabajadores que veo llegar cada mañana en el metro. Justamente por eso, porque sé que nunca voy a vivir aquí y que soy visitante, puedo permitirme declaraciones de amor como ésta. 

    Amor? Sí, y del bueno, con unas gotas añadidas de admiración por sus edificios imponentes, su esfuerzo por preservar ciertas joyas arquitectónicas, sus museos sin los cuales es imposible entender el arte del siglo XX y sus teatros de Broadway donde yo, si fuera riquísima y ociosa, viviría permanentemente viendo una comedia musical tras otra. Amor por sus neoyorquinos simpaticones que pegan la hebra contigo a la menor que les das pie, por sus puentes colgantes y su parque rodeado de rascacielos que es algo único y espectacular. Si ya se  comiera decentemente sería la pera, pero es éste último un detallito sin importancia. Hoy tengo el síndrome de Stendhal subido y mezclado con el de Estocolmo: esta ciudad me ha robado el corazón turista...El otro, no se preocupen.

    Estoy durmiendo en un hotel edificado por William Randolph Hearst, donde él mismo dormía frecuentemente en grata compañía femenina: Marion Davides, Katherine Hepburn. Aquí ha residido de forma casi permanente Cary Grant y se hospedaban los Beatles cada vez que venían.
A dos pasos de aquí, vive Woody Allen, aunque nunca me lo he cruzado. Hoy he puesto mis manos en las teclas del piano de Duke Ellington y ayer me comí una pizza en la pizzería de Brooklyn donde va Al Pacino, que aparece retratado por todas las paredes. Hace tres días, desvelada por el Jet Lag me paseaba por la Quinta Avenida y buscaba en el  escaparate de Tiffany’s el reflejo de Audrey Hepburn...Casi juraría haberla visto guiñándome un ojo. Tengo el Radio City Music Hall a dos manzanas de mi cuarto y creo que Frank Sinatra va a resucitar de un día para otro para que yo pueda ir a escucharlo en directo. No sé si todas esas cosas son un sueño o me han ocurrido de verdad, pero en ese caso, viva el realismo mágico en versión neoyorquina. Y como siempre en grata compañía , continúo mi periplo por estas tierras aunque mañana abandone Nueva York con un pellizco en el estómago porque, I❤️NY!

domingo, 4 de agosto de 2019

Lo que cuento es lo que veo

   Así es estimados y pacientes lectores: lo que cuento es lo que veo, siempre,  cuando descanso, viajo, o descanso sin viajar, o ni siquiera descanso, hay todavía muchos que me dicen que soy muy graciosa inventándome las entradas de mi blog, que son rigurosamente ciertas, salvo las que me invento de verdad, que son cuentos y llevan siempre el título "La chica de ayer". Y para mayor decepción de los que creen en mis artes fabuladoras, les diré que incluso algunos de esos cuentos que aparecen como tales, son historias verídicas. 

    Y también me reprochan algunos mi pereza veraniega, que es cierta y se justifica porque si no somos perezosos en verano, entonces cuando? Yo practico algunos pecados capitales, pero miren ustedes por donde, el de la pereza es el que menos practico de todos; así que espero que se me permita, una vez al año, un inciso perezoso. Incluso cuando la primera fase de mis vacaciones se ha terminado y heme aquí a mis labores en mi lugar de trabajo habitual...En lo que llega la segunda fase, que está al caer. 

    Y qué es lo que he visto últimamente y me da tanta pereza contar? Pues he visto un país (el mío, vaya por Dios!) lleno de gente cabreada. Así, con todas las letras. Tanto, como para que me llame la atención porque no es éste el peor momento de su historia: la crisis va quedando atrás, el paro ha descendido, el turismo sigue llenando las arcas de muchos y el sol no nos ha abandonado. Tampoco ha habido grandes catástrofes naturales y bares y restaurantes siguen llenos a rebosar día sí y día también. Las playas no se han movido de su sitio y, aunque invadidas de perros (cuyos dueños son frecuentemente gente cabreada) siguen siendo parte importante de nuestro paisaje. Rosalía es una cantante internacional que va a cantar al Google Camp delante de Obama y los Beckham y hasta parece que la Reina Letizia ha aceptado su duro destino de Reina que veranea en Mallorca. Se ha terminado el terrorismo y las pateras no parece que asedien nuestro litoral. No hay plagas de langostas que arruinen las cosechas y seguimos siendo un país donde se puede beber buen vino y comer aceptablemente sin que haya que ahorrar tres sueldos para ello. 

   Entonces, qué le pasa a la gente para que esté tan malhumorada? Por qué en la cola de los churros un señor que no conozco ni le he dado venia se mete con el país donde vivo porque hay 38 grados a la sombra y dice que "a ver ahora si nos llaman vagos a nosotros?". Por qué en otra cola de una jamonería, otro señor le dice a mi santo esposo que su país de origen (y el mío de residencia) sería Albania si no existieran determinadas instituciones que lo protegen?  Por qué la gente pide la vez en la frutería como si estuvieran interrogando a un prisionero en Guantánamo? Por qué el aparcacoches te pide una propina cuando el sitio para aparcar te lo has buscado tú y lo que le das le parece mal? Por qué no se puede hablar de política ya con absolutamente nadie sin que suban los decibelios y los improperios? Por qué no se le puede decir a los de la terraza de al lado que están dando voces y que me han despertado de la siesta y que uno de ellos me amenace con mano en alto y todo? Todo ésto a ustedes les parecerán cosillas de poca monta, pero si yo en vez de ser yo fuera una turista sueca, decidiría rápidamente cambiar el destino de mis vacaciones, y me iría a otros países con el mismo sol, las mismas playas y unas gentes menos enfurruñadas, que los hay. 

    Admito opiniones divergentes y diagnósticos múltiples. No puede ser que el no tener gobierno nos haya convertido en un país de pitufos cabreados. Y si así fuera, que Dios nos mande un gobierno, el que sea, pero que vuelva a correr la amabilidad por nuestras calles, playas y patios de vecinos, que es muy necesaria. Y si no, que se lo demanden a Abascal y sus secuaces, que gritan mucho y me da que algo tienen que ver en ésto de la gente malhumorada. 

    Yo por ahora no vuelvo, a ver si el gobierno (el que sea) el cambio climático o la tercera temporada de "La casa de Papel" apaciguan los sulfurosos ánimos de mis compatriotas. En breve me marcho a un país donde al levantarte cada mañana, miles de voces amables y rostros sonrientes te preguntan cómo estás. Luego tienen también sus cosillas, claro. Pero en este momento de mi vida, no entro en explicaciones, necesito especialmente que el mundo sea amable conmigo. Amén.

 

sábado, 3 de agosto de 2019

Una de maletas

    Tengo un amigo que es un tragamillas como no hay dos y que cuando sale de viaje fotografía sus maletas la noche antes y las cuelga en sus redes sociales. No hago lo mismo para no ser una burda imitadora, pero ganas no me faltan, porque las maletas hechas y esperando a que llegue el taxi son uno de los momentos de mayor descarga de adrenalina que algunos nos permitimos. Las maletas de mi amigo se han hecho famosísimas, y los que le seguimos en sus andanzas ya hasta nos atrevemos a dejarle comentarios sobre el color de las mismas, los tamaños, cuánto echamos de menos aquella que lleva mucho sin salir o qué bonita es la última que se ha comprado. Será un juego infantil pero él disfruta y nosotros, los buenos amigos, somos deudores de su disfrute. O para qué están los amigos, eh? 

    Yo también disfruto haciendo y deshaciendo maletas, para qué negarlo. No me da ni medio segundo de pereza .Es más,  puedo hacer la mía y las de todos mis familiares sin que en ningún momento se oiga ni media queja por mi parte; cosa que no hago porque a cada bicho viviente le gusta hacerse su maleta aunque  parezca un castigo divino; ahora bien, no me reprimo de dar consejos, y hacer todo tipo de comentarios sobre la maleta ajena porque lo siento, así es: hacer maletas me pone. Que ya no se dice "me pone"? pues pongan ustedes otra expresión más actual.

    La maleta es la garantía del viaje por hacer y sólo por eso ya merece un monumento. Es la puerta abierta a las vacaciones en muchos casos y en otros muchos a un viaje  que nos saque de la rutina diaria, cosa muy de  agradecer. La maleta es la guardiana de nuestros tesoros eventuales, aquellos que no son tesoros en realidad pero que nos acompañan a muchas partes: las zapatillas de correr, el jersey que nos gusta, el sujetador más cómodo, los zapatos que no nos aprietan, el repuesto de libro para leer o de gafas por si se pierden las titulares. Esa maleta que los aeropuertos y las compañías aereas nos pierden y nos irritan en sobremanera por ello aunque el contenido apenas llegue a cien Euros; esa otra que lleva pegatinas de medio mundo aunque no haya pasado de Navalcarnero; la que te regaló el amigo invisible o la que compraste pensando que sería la definitiva y desde entonces has cambiado cuatro veces. Todas las maletas son parte de tu vida y han pasado por los mismos sitios por donde has pasado tú, así que todas se merecen este homenaje.

    Curiosamente, yo no tengo maleta titular;  según el viaje, arranco con la que pillo por casa, sin mayores problemas; es más, suelo viajar con las que los demás no quieren porque en asunto maleteril, soy de profundas convicciones socialistas: lo importante es tener una y sobre todo, tener motivos para usarla! El verano, que ya es por sí mismo mi estación favorita, lo es aún más por el mucho movimiento de maletas que acarrea. Este verano va a ser relativamente tranquilo y calculo que serán como unas ocho o nueve, hechas y por hacer o deshacer...Que bienvenidas sean!

    Ahora que lo pienso, si no hubiera sido por mi alegría en hacer y deshacer maletas, y por lo mucho que me gusta pasearlas, no tendría el trabajo que tengo, ni viviría como vivo, ni tendría la familia que adoro y los amigos repartidos por medio mundo a los que voy visitando. Si una tarde de otoño de 1989 (Uf!) al recibir cierta oportunidad estudiantil, la pereza y el miedo a las maletas me hubieran vencido, no estaría hoy donde estoy y como estoy. Así que viva la maleta y la madre que las parió a todas!

   Hace mucho que no les dejo una canción, pero de maletas no aparece nada que me guste. Así que les dejo una maravillosa, conocida de ustedes porque creo haberla puesto en otras ocasiones;  va de trenes y de viajes.