lunes, 12 de agosto de 2019

I ❤️NY

   Conozco muchas ciudades en el mundo, porque me gusta viajar y visitarlas, bastante más que el campo y los enclaves naturales. Ese turismo de ciudad que a muchos desgasta y estresa a mi me apasiona. Entre esas muchas ciudades conozca algunas bonitas de quitar el hipo: Florencia,Cartagena de Indias, Salamanca, Cuzco. Otras simplemente interesantes, que ya es mucho: Berlín, Tánger, Washington. Algunas maravillosamente caóticas: Bogotá , Nápoles, El Cairo; otras son como teatros sin personajes: Brujas, Toledo, Carcasonne. Ciudades a las que vuelvo una y otra vez: Roma, París, Sevilla y otras a las que no sé si volveré pero no por falta de ganas: San Francisco, Lima, Siena...Pero una, sólo una es merecedora de mis amores y así lo pongo mien clarito en el título de esta entrada. 

   Les ruego me permitan la frase cursi, porque no me gusta Nueva York, la amo, como indica su logotipo. Estoy apurando mis últimas horas en ella y ya me duele pensar que quizás pasen al menos un par de años antes de volver, y eso con suerte. Nunca me siento extraña en esta ciudad, ni cuando la pisé por primera vez y me di cuenta que me la sabía de memoria ni cuando estoy terminando mi tercera visita y aún sigo descubriendo sus encantos. Sé que soy una turista y no tengo que pelearme cada día con los transportes, los horarios, los atascos y tantas otras cosas que importunan a sus habitantes; que como turista puedo residir en Manhattan y no en el quinto infierno como todos esos pobres trabajadores que veo llegar cada mañana en el metro. Justamente por eso, porque sé que nunca voy a vivir aquí y que soy visitante, puedo permitirme declaraciones de amor como ésta. 

    Amor? Sí, y del bueno, con unas gotas añadidas de admiración por sus edificios imponentes, su esfuerzo por preservar ciertas joyas arquitectónicas, sus museos sin los cuales es imposible entender el arte del siglo XX y sus teatros de Broadway donde yo, si fuera riquísima y ociosa, viviría permanentemente viendo una comedia musical tras otra. Amor por sus neoyorquinos simpaticones que pegan la hebra contigo a la menor que les das pie, por sus puentes colgantes y su parque rodeado de rascacielos que es algo único y espectacular. Si ya se  comiera decentemente sería la pera, pero es éste último un detallito sin importancia. Hoy tengo el síndrome de Stendhal subido y mezclado con el de Estocolmo: esta ciudad me ha robado el corazón turista...El otro, no se preocupen.

    Estoy durmiendo en un hotel edificado por William Randolph Hearst, donde él mismo dormía frecuentemente en grata compañía femenina: Marion Davides, Katherine Hepburn. Aquí ha residido de forma casi permanente Cary Grant y se hospedaban los Beatles cada vez que venían.
A dos pasos de aquí, vive Woody Allen, aunque nunca me lo he cruzado. Hoy he puesto mis manos en las teclas del piano de Duke Ellington y ayer me comí una pizza en la pizzería de Brooklyn donde va Al Pacino, que aparece retratado por todas las paredes. Hace tres días, desvelada por el Jet Lag me paseaba por la Quinta Avenida y buscaba en el  escaparate de Tiffany’s el reflejo de Audrey Hepburn...Casi juraría haberla visto guiñándome un ojo. Tengo el Radio City Music Hall a dos manzanas de mi cuarto y creo que Frank Sinatra va a resucitar de un día para otro para que yo pueda ir a escucharlo en directo. No sé si todas esas cosas son un sueño o me han ocurrido de verdad, pero en ese caso, viva el realismo mágico en versión neoyorquina. Y como siempre en grata compañía , continúo mi periplo por estas tierras aunque mañana abandone Nueva York con un pellizco en el estómago porque, I❤️NY!

No hay comentarios:

Publicar un comentario