sábado, 3 de agosto de 2019

Una de maletas

    Tengo un amigo que es un tragamillas como no hay dos y que cuando sale de viaje fotografía sus maletas la noche antes y las cuelga en sus redes sociales. No hago lo mismo para no ser una burda imitadora, pero ganas no me faltan, porque las maletas hechas y esperando a que llegue el taxi son uno de los momentos de mayor descarga de adrenalina que algunos nos permitimos. Las maletas de mi amigo se han hecho famosísimas, y los que le seguimos en sus andanzas ya hasta nos atrevemos a dejarle comentarios sobre el color de las mismas, los tamaños, cuánto echamos de menos aquella que lleva mucho sin salir o qué bonita es la última que se ha comprado. Será un juego infantil pero él disfruta y nosotros, los buenos amigos, somos deudores de su disfrute. O para qué están los amigos, eh? 

    Yo también disfruto haciendo y deshaciendo maletas, para qué negarlo. No me da ni medio segundo de pereza .Es más,  puedo hacer la mía y las de todos mis familiares sin que en ningún momento se oiga ni media queja por mi parte; cosa que no hago porque a cada bicho viviente le gusta hacerse su maleta aunque  parezca un castigo divino; ahora bien, no me reprimo de dar consejos, y hacer todo tipo de comentarios sobre la maleta ajena porque lo siento, así es: hacer maletas me pone. Que ya no se dice "me pone"? pues pongan ustedes otra expresión más actual.

    La maleta es la garantía del viaje por hacer y sólo por eso ya merece un monumento. Es la puerta abierta a las vacaciones en muchos casos y en otros muchos a un viaje  que nos saque de la rutina diaria, cosa muy de  agradecer. La maleta es la guardiana de nuestros tesoros eventuales, aquellos que no son tesoros en realidad pero que nos acompañan a muchas partes: las zapatillas de correr, el jersey que nos gusta, el sujetador más cómodo, los zapatos que no nos aprietan, el repuesto de libro para leer o de gafas por si se pierden las titulares. Esa maleta que los aeropuertos y las compañías aereas nos pierden y nos irritan en sobremanera por ello aunque el contenido apenas llegue a cien Euros; esa otra que lleva pegatinas de medio mundo aunque no haya pasado de Navalcarnero; la que te regaló el amigo invisible o la que compraste pensando que sería la definitiva y desde entonces has cambiado cuatro veces. Todas las maletas son parte de tu vida y han pasado por los mismos sitios por donde has pasado tú, así que todas se merecen este homenaje.

    Curiosamente, yo no tengo maleta titular;  según el viaje, arranco con la que pillo por casa, sin mayores problemas; es más, suelo viajar con las que los demás no quieren porque en asunto maleteril, soy de profundas convicciones socialistas: lo importante es tener una y sobre todo, tener motivos para usarla! El verano, que ya es por sí mismo mi estación favorita, lo es aún más por el mucho movimiento de maletas que acarrea. Este verano va a ser relativamente tranquilo y calculo que serán como unas ocho o nueve, hechas y por hacer o deshacer...Que bienvenidas sean!

    Ahora que lo pienso, si no hubiera sido por mi alegría en hacer y deshacer maletas, y por lo mucho que me gusta pasearlas, no tendría el trabajo que tengo, ni viviría como vivo, ni tendría la familia que adoro y los amigos repartidos por medio mundo a los que voy visitando. Si una tarde de otoño de 1989 (Uf!) al recibir cierta oportunidad estudiantil, la pereza y el miedo a las maletas me hubieran vencido, no estaría hoy donde estoy y como estoy. Así que viva la maleta y la madre que las parió a todas!

   Hace mucho que no les dejo una canción, pero de maletas no aparece nada que me guste. Así que les dejo una maravillosa, conocida de ustedes porque creo haberla puesto en otras ocasiones;  va de trenes y de viajes.




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