viernes, 16 de agosto de 2019

Bostoniana

    Escribo estas líneas mientras espero un avión que me llevará a casa, cruzando ese océano inmenso que me impresiona cruzar, a pesar de las muchas veces que ya lo he hecho. Para superar el trauma de abandonar Nueva York y aterrizar en mi vida cotidiana he hecho una parada en Boston, ciudad que desconocía y que me ha sorprendido agradablemente. Si quieren saber ustedes algo más, vayan à Google y a sus miles de guías de viaje digitales, yo les cuento otra experiencia que va un poquito más allá de la mera indicación turística. 

    De pequeña leí « Mujercitas » en aquellas entrañables versiones ilustradas de la editorial Bruguera. Y no creo exagerar si digo que leí ese libro al menos cuatro veces. Su continuación (« Aquellas mujercitas ») mereció menos atención por mi parte, aunque al menos un par de veces cayeron. También me encantaba la película con Elizabeth Taylor haciendo de la pequeña Amy March y June Allison de Jo, la escritora e irreverente, sin darme cuenta, un buen reflejo de lo que yo pretendía ser. Dentro vídeo : 



    En esa escena que les he puesto Jo vendía su pelo por una buena causa, algo que yo, molesta entonces por tener que llevar una trenza de medio metro obligada por mi madre, hubiera hecho también gustosa. 

    Años después descubrí a Henry James cuando comenzaba a pelearme con la lengua inglesa, y con él otro de los  libros que releí varias veces pensando que en él había tantas cosas que me retrataban: « las bostonianas ». Y estos días de verano ocioso, paseando por Boston me he dado cuenta que, en realidad, yo ya había estado en esta ciudad. Que ya  conocía sus calles y parques, que ya sabía como eran sus gentes y, sobre todo sus mujeres. Cuanto más cuando una de ellas, Ally MacBeal, fue protagonista de una de mis series  favoritas hace años. Todo lo que he visto estos días, en cierta manera lo había visto ya; y me resultaba todo de una extraña familiariedad que sólo ayer por la noche, después de consultar con la Wikipedia las fechas y argumentos de las novelas en cuestión, comprendí. 

    Mis hijos también han visitado Boston conmigo, lo han disfrutado y apreciado, pero quizás no lo hayan sentido tan cercano como yo. Doy gracias a quien haya que darlas por ser de una generación que tuvo que matar el aburrimiento leyendo. Mis horizontes son mucho más grandes que los que Internet ha abierto después creando generaciones enteras de analfabetos de la letra impresa. Y ahora me voy al cascarón a sobrevolar el Atlántico. Ha sido un placer pisar Boston con mis pies, con la imaginación ya lo visité hace  cuarenta años. 

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