domingo, 4 de agosto de 2019

Lo que cuento es lo que veo

   Así es estimados y pacientes lectores: lo que cuento es lo que veo, siempre,  cuando descanso, viajo, o descanso sin viajar, o ni siquiera descanso, hay todavía muchos que me dicen que soy muy graciosa inventándome las entradas de mi blog, que son rigurosamente ciertas, salvo las que me invento de verdad, que son cuentos y llevan siempre el título "La chica de ayer". Y para mayor decepción de los que creen en mis artes fabuladoras, les diré que incluso algunos de esos cuentos que aparecen como tales, son historias verídicas. 

    Y también me reprochan algunos mi pereza veraniega, que es cierta y se justifica porque si no somos perezosos en verano, entonces cuando? Yo practico algunos pecados capitales, pero miren ustedes por donde, el de la pereza es el que menos practico de todos; así que espero que se me permita, una vez al año, un inciso perezoso. Incluso cuando la primera fase de mis vacaciones se ha terminado y heme aquí a mis labores en mi lugar de trabajo habitual...En lo que llega la segunda fase, que está al caer. 

    Y qué es lo que he visto últimamente y me da tanta pereza contar? Pues he visto un país (el mío, vaya por Dios!) lleno de gente cabreada. Así, con todas las letras. Tanto, como para que me llame la atención porque no es éste el peor momento de su historia: la crisis va quedando atrás, el paro ha descendido, el turismo sigue llenando las arcas de muchos y el sol no nos ha abandonado. Tampoco ha habido grandes catástrofes naturales y bares y restaurantes siguen llenos a rebosar día sí y día también. Las playas no se han movido de su sitio y, aunque invadidas de perros (cuyos dueños son frecuentemente gente cabreada) siguen siendo parte importante de nuestro paisaje. Rosalía es una cantante internacional que va a cantar al Google Camp delante de Obama y los Beckham y hasta parece que la Reina Letizia ha aceptado su duro destino de Reina que veranea en Mallorca. Se ha terminado el terrorismo y las pateras no parece que asedien nuestro litoral. No hay plagas de langostas que arruinen las cosechas y seguimos siendo un país donde se puede beber buen vino y comer aceptablemente sin que haya que ahorrar tres sueldos para ello. 

   Entonces, qué le pasa a la gente para que esté tan malhumorada? Por qué en la cola de los churros un señor que no conozco ni le he dado venia se mete con el país donde vivo porque hay 38 grados a la sombra y dice que "a ver ahora si nos llaman vagos a nosotros?". Por qué en otra cola de una jamonería, otro señor le dice a mi santo esposo que su país de origen (y el mío de residencia) sería Albania si no existieran determinadas instituciones que lo protegen?  Por qué la gente pide la vez en la frutería como si estuvieran interrogando a un prisionero en Guantánamo? Por qué el aparcacoches te pide una propina cuando el sitio para aparcar te lo has buscado tú y lo que le das le parece mal? Por qué no se puede hablar de política ya con absolutamente nadie sin que suban los decibelios y los improperios? Por qué no se le puede decir a los de la terraza de al lado que están dando voces y que me han despertado de la siesta y que uno de ellos me amenace con mano en alto y todo? Todo ésto a ustedes les parecerán cosillas de poca monta, pero si yo en vez de ser yo fuera una turista sueca, decidiría rápidamente cambiar el destino de mis vacaciones, y me iría a otros países con el mismo sol, las mismas playas y unas gentes menos enfurruñadas, que los hay. 

    Admito opiniones divergentes y diagnósticos múltiples. No puede ser que el no tener gobierno nos haya convertido en un país de pitufos cabreados. Y si así fuera, que Dios nos mande un gobierno, el que sea, pero que vuelva a correr la amabilidad por nuestras calles, playas y patios de vecinos, que es muy necesaria. Y si no, que se lo demanden a Abascal y sus secuaces, que gritan mucho y me da que algo tienen que ver en ésto de la gente malhumorada. 

    Yo por ahora no vuelvo, a ver si el gobierno (el que sea) el cambio climático o la tercera temporada de "La casa de Papel" apaciguan los sulfurosos ánimos de mis compatriotas. En breve me marcho a un país donde al levantarte cada mañana, miles de voces amables y rostros sonrientes te preguntan cómo estás. Luego tienen también sus cosillas, claro. Pero en este momento de mi vida, no entro en explicaciones, necesito especialmente que el mundo sea amable conmigo. Amén.

 

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