domingo, 25 de agosto de 2019

Vickie.Una historia neoyorkina (La chica de Ayer, 26)

    Victoria, Vickie para los amigos,  ha dado varios volantazos en su vida; de esos que te aconsejan los libros de autoayuda, o los amigos que también probaron: cambia tu vida, dicen, atrévete, sé otra persona nueva...Qué fácil es decirlo! Y a Vickie, que no le vengan con cuentos, desde que se conoce a sí misma, las nuevas Vickies han sido ya numerosas. 

    La primera llegó con el divorcio, después de un breve matrimonio del que no tiene ya casi recuerdos, ni buenos ni malos;  y cuando la nueva Victoria ya estaba en marcha, aquella que cruzaba Wall Street cada mañana y se codeaba con los amos del mundo, se encontró con un padre enfermo al que tuvo que cuidar varios años;  padre que había contribuido, mediante una nueva hipoteca sobre su casa ya pagada, a que la niña, hija única,  estudiara en Yale con lo mejor de lo mejor. Cuando el padre faltó y a punto de dar un nuevo volantazo, el cambio de rumbo lo marcó la quiebra de Lehman Brothers, que se llevó por delante buena parte de sus ahorros, invertidos con cierta vision de futuro en un plan de pensiones que se evaporó como humo de alcantarilla.

   Dispuesta como siempre a reinventrse de nuevo, comenzó un  trabajo de auditoría, asociada a un antiguo conocido de la bolsa neoyorkina, un chico joven y ambicioso pero suficientemente humano, amigo de sus amigos, padre de tres hijos y con una casa por pagar;  se dijo que Patrick, que así se llamaba, era el perfil del persona que ella necesitaba no sólo para reinventarse sino,  de forma más urgente, para asociarse y empezar de nuevo a ganar dinero con el que poder pagarse una jubilación, que ya estaba entrando en la cuarentena bien avanzada. Con Patrick alquiló una oficina que compartían en el piso 100 de la torre Norte del World Trade Center;  gracias a sus contactos y muchas amistades con Cantor Fitzgerald,  que ocupaba las tres plantas inmediatamente superiores pudieron llegar a un acuerdo rápido y nuestra reinventada consultora comenzó a trabajar más cerca del cielo que del suelo de la ciudad que la vió nacer. 

    Todas las piezas del puzzle de su vida parecían encajar cuando una mañana de septiembre, se le pegaron las sábanas en un hotel de Washington y tuvo que coger un tren ya no tan de madrugada  para llegar a su oficina a las diez, casi dos horas más tarde de lo habitual.  Vió mucha agitación en el metro a medida que la línea azul ACE se alejaba de Pennsylvania Station y  se iba acercando a su parada habitual. Obligada a descender en Chambers Street y ya en la superficie, sin pararse a pensar que algo estaba ocurriendo más allá de la linea telefónica con la que intentaba comunicarse con Patrick sin éxito, siguió avanzando entre gritos y ambulancias y camiones de bomberos hasta que una procesión de zombies cubiertos de cenizas comenzaron a cruzarse con ella en sentido contrario. Tardó casi todo el resto de la jornada en conseguir llegar a su apartamento de la Segunda Avenida, donde reinaba la calma y un silencio tan aterrador como pueda serlo el ruido en otras circunstancias. 

   Varias horas antes, la torre Norte del World Trade Center se había desmoronado con su oficina en el piso 100 y su socio Patrick dentro; con 658 desaparecidos de los 900 empleados de Cantor Fitzgerald donde tantos amigos tenía y con César, el jefe de camareros del "Windows of the World" que siempre le encontraba mesa o Lupe, que le vendía el periódico y los cigarrillos que desde entonces nunca ha vuelto a fumar. Apenas media hora después de las diez de la mañana se desmoronó la torre Norte, y cuando aún no eran las diez de la noche, Vickie ya sabía, sin que ningún manual de autoayuda ni un vecino aficionado al Yoga se lo dijera, que había llegado el momento de dar un volantazo. Otro más.

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