lunes, 30 de marzo de 2020

Las espinitas clavadas

    Se acuerdan ustedes de la canción aquella de la espinita clavada en el corazón? que después se ponía tremenda (como buena canción mejicana) y decía "yo quisiera haberte sido infiel y pagarte con una traición", etc. Bueno pues ya estamos metidos en contexto. 

   En estos días largos aunque sigan teniendo las mismas horas, cuando hay mucho tiempo para pensar, entre las bromas que nos gasta la informática a los teletrabajadores y telecolegiales, las mil veces que le pasamos el plumero a la misma estantería y la receta 456 de las 1080 de Simone Ortega, quizás podamos pensar en todas las cosas mal hechas, o hechas a medias, o en todos los errores cometidos y reparables, porque en los irreparables mejor no pensar. Todos los gurús de la meditacíon y la autocontemplación no sé si alguna vez se han metido a limpiar sus casas, porque yo he descubierto un efecto catártico en esto de quitar el polvo que no me lo proporcionan los monjes de Silos con sus cánticos. Además,  si fuera católica practicante y existiera la confesión telemática les aseguro que la practicaría, porque en el fondo debe dar mucho alivio. Como no lo soy, me contento con este particular desahogo escrito. 

   Miren ustedes, los pecados veniales deben de pertenecer a esa categoría de las espinitas clavadas, aunque algunas sean como estacas de gordas:  los cariños no demostrados, los agradecimientos no dichos, las impertinencias que nos podíamos haber ahorrado y los favores por hacer se llevan buena parte de esa lista. También caben los recados no acometidos por pereza, las llamadas de teléfono no hechas a nuestros mayores, los ratos que les hemos robado a nuestros hijos y padres, las visitas de cortesía que no hicimos porque decretamos que la cortesía era hipocresía (que sí, muchas veces, pero necesaria) y los besos robados o escatimados. La incapacidad de pedir perdón, o un "lo siento" bien dicho a tiempo alto y claro, los abrazos en falso y el rencor imperecedero a los amores pasados quizás también merezcan su apartado. 

    Las espinitas clavadas, sean amorosas, amistosas, o simplemente familiares tienen la capacidad de pudrirnos los pensamientos a aquellos que como yo (y me consta que somos muchos) tenemos la capacidad de darle mil vueltas a las cosas, y para colmo la naturaleza nos ha regalado una buena memoria. Personas intensas nos llaman los pobres que están abocados a vivir con nosotros; centrifugadoras humanas, leí alguna vez en las pocas revistas de psicología que caen en mis manos, y esta denominación me pareció bastante más simpática; sobre todo viniendo de un psicólogo. 

    Tienen ustedes espinitas clavadas? Yo unas cuantas, y en estos días de trabajos tan proclives a la meditación como son pasar el aspirador por el largo pasillo de mi casa o limpiar los cristales de sus muchas ventanas me repito como un mantra que cuando la vida retome una cierta normalidad, caminaré por ella con pies de plomo para no volver  a clavarme una espina de esas que me haga sangre en cuanto vuelva un virus y volvamos a tener que meternos en nuestras casas, que sucederá. O cuando sea viejísima, vea poco, y los días se me pasen en contemplar el techo o los dibujos de la alfombra. Lo intentaré con todas mis fuerzas, porque en estos días esas espinas clavadas me rondan día y noche, como satélites obstinados y molestos, y me dan poca tregua.

    Aquí la centrifugadora humana les hace un ruego: sean amables los unos con los otros, incluso con los muchos que no se lo merecen. Porque mientras nos quedamos en casa, y la cosa va para largo, podemos darle muchas, pero que muchas vueltas a todos los gestos erróneos de nuestra vida. Y además, volviendo a la famosa cancioncita escuchen como acaba: "aunque yo quisiera, no podré olvidarte, porque siempre estás dentro de mí"...La espinita, ya les digo. 


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