jueves, 12 de marzo de 2020

Cosas que no hay que hacer

    No me cabe ninguna duda, que los chinos han terminado con la plaga porque son obedientes. Ya, ya sé que además viven bajo una dictadura y quizás por eso son más obedientes, o no les queda más remedio que obedecer porque la alternativa es el trullo y queda por ver qué pasaría si 1200 millones de chinos vivieran libres de la dictadura y pudieran hacer lo que les diera la gana...Pero sea como sea, los chinos han terminado con la epidemia principalmente por hacer lo que se les ha dicho que hagan. 

   Esto de hacer lo que te dicen parece una frase de parvulario pero tiene más interpretaciones semánticas que un poema de Rubén Darío. Si fuera tan sencillo, lo haríamos,  no? Vamos a dar un repaso a las normas elementales, siempre según las indicaciones del Doctor Fernando Simón (mi nuevo ídolo) o de los ministerios de sanidad de varios países. 

   Dejemos de saludar con la mano y sobre todo, dejemos de besarnos. A mí me gusta dar la mano, y cuando salí de España vi con gran admiración que las mujeres se saludaban de aquella manera que me evitaba el besuqueo de mejillas con desconocidos y desconocidas, cosa que detesto (ojito, que en la vida privada y con mis seres queridos yo soy la más besucona del lugar) y que era un gesto de cortesía común, no una cosa de machotes de bar.  Ahora resulta que esa costumbre meridional de darse besos a troche y moche ha llegado hasta el norte de Europa donde vivo y me parece un atraso, la verdad. Con un poco de suerte, gracias a la plaga vuelve la cordura y volvemos a alargar la mano, cuando ya no sea un acto heroico. 

   No tocarse la cara: me pregunto si los chinos tienen este problema o para ellos este mandamiento no cuenta. Yo el primer día que leí el consejo de no tocarme la cara estuve muy atenta y conté mentalmente las veces que me la toqué en una hora: treinta! Y eso que ya era consciente de que no me la tenía que tocar. Ahora,  cada vez que se me va la mano hay un Pepito grillo sanitario ya instalado en mi cerebro via Internet que me la detiene, por ahora funciona. 

   Lavarse las manos es algo que mi madre y abuela me repetían a todas horas y sobre todo, antes de sentarse a la mesa o al llegar de la calle. Yo también lo repito a mis criaturas aunque a pesar de lo pesada que soy, en ese capítulo he sido bastante menos pesada que con otros mantras esenciales para la madre moderna como"ponte a estudiar", "ordena tu habitación" o "procura no beber mucho si sales". Esas letanías mi madre y mi abuela se las ahorraron porque estudiábamos como leones, sólo bebíamos cerveza y si la habitación estaba desordenada las penas capitales incluían no poder salir más a beber cerveza ni nada. Pero vamos, que lavarse las manos no cuesta nada, caramba; aunque las mías están empezando a despellejarse, y no creo que sean las únicas. 

   Y ahora viene la mejor: hay que toser o estornudar tapándose con el antebrazo, porque este movimiento es la versión 3.0 de la 2.0 que era taparse la boca con la mano, cosa que ya no hay que hacer por razones obvias de contagio vía saludo o agarre de puertas y otros tiradores. Dejaremos para los epidemiólogos futuros el estudio de si la versión 3.0 ha sido eficaz para evitar contagios en metros, autobuses y colas de supermercado; yo aún recuerdo una bronca que mi madre le echó una vez a un señor que estornudó detrás de ella en la cola de la ventanilla bancaria, y eso que era julio y no había epidemia ninguna. De tal envergadura fue que me retiré a una esquina del banco negando como San Pedro que yo tuviera nada que ver con aquella señora enfurecida. 

    Con esto terminamos la lección de hoy sobre las cosas que no hay que hacer, que si se paran ustedes un poco a pensar, son las que toda la vida nos han repetido que no hiciéramos. Sin ser chinos, añado.

  

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