jueves, 14 de junio de 2018

El pasaporte de Cándida (La chica de ayer, 18)

   A Cándida siempre le dijeron que era guapa, aunque ella no se encontraba nada especial: no era ni gorda ni delgada, ni alta ni baja, no tenía una melena rubia ni los ojos azules, e incluso se veía un tanto pechugona y desgarbada. Pero la piropeaban  sin parar las pocas veces que se paseaba por aquellas cuatro calles que se cruzaban y que alguien llamó pueblo, así que acabó por creéerselo. 

   Como lo creía su padre, el tío Boniato, a quien llamaban así por su color de cara, un tanto anaranjado, fuera invierno o verano. El tío Boniato ya era consciente desde hacía mucho tiempo del peligro que tenía Cándida en ese pueblo con tanto mozo en celo rondándola. La chiquilla era guapa y poco espabilada, así que tenía  doble peligro; pero espabilada era su hermana Inés y de poco le sirvió para evitar quedarse "p'alante", como allí decían, pues desde hace dos años acarreaba una niña fruto de los amoríos con un vendedor ambulante que jamás quiso reconocer a su hija. Así que antes de tener que alimentar otra boca más, y que para colmo fuera femenina,  mejor mandar a Cándida a la ciudad y,  de paso, que se ganase un sueldo. 

   Y así fue como Cándida aterrizó en casa de don Felipe, recomendada por su prima Paqui que también trabajaba en la ciudad. Casa en la que se vivía más que bien a costa de los muchos negocios de don Felipe, sobre los cuales nadie osaba preguntar. Como Cándida era buena, limpia y bien dispuesta, enseguida se hizo querer en la familia, más por el padre y el hijo (éste último llamaba cada noche a la puerta de su habitación, Dios sabe con qué intenciones) que por la señora, que ya había notado que la moza era guapa y encandilaba a su retoño, pero era torpe como un cerrojo. Don Felipe cortó por lo sano antes de que su señora la devolviera al pueblo y un día le ordenó empaquetar sus cosas y seguirle hasta el que sería su nuevo puesto de trabajo.

  - "Mira Cándida, ésto es mucho más sencillo que trabajar en mi casa y encima si se te da bien vas a ganar el doble, sólo tienes que procurar que los clientes beban y estén contentos" .
 - "lo que usted diga Don Felipe, pero ésto es un bar, no? "
 - "Parecido. Y dime, hay algo que tengas muchas ganas de comprarte?"
 - "Sí, Don Felipe, un pasaporte; como el de mi prima Engracia, que con él ha llegao hasta París"
 - "Los pasaportes no se compran , Cándida, pero con lo que ganes aquí tendrás dinero para poder usarlo. Y a partir de ahora te vamos a llamar Candy, que es un poco más moderno".

   Y así fue como Cándida, la buena moza venida del campo, guapa a rabiar e inocente como un arcángel se convirtió en Candy, la chica más solicitada del "Trocadero",  aquel lugar feo, oscuro y reventado de hombres cada noche hasta el amanecer. Allí fue donde  Cándida dejó atrás pueblo, pretendientes, huertos y baldíos, heladas invernales, coladas que hacer en el río y una era cada verano por segar. En aquel "Trocadero", tugurio  de nombre parisino y de realidad miserable, se instaló Cándida, la ingenua,  para convertirse en Candy, la más guapa del lugar;  de aquel lugar que en menos de un año la cambió de la cabeza a los pies de tal modo que cuando volvió al pueblo por Navidad su padre apenas la reconoció. En todos esos meses de ausencia,  Cándida nunca dejó de enviar al pueblo buena parte de sus ganancias sin entrar en precisiones de cómo las conseguía, porque rápidamente comprendió que a su padre no le iba a gustar. Se acostumbró a una cierta buena vida y olvidó el porqué de sus ahorros iniciales hasta que un día su padre le preguntó si no tenía ya bastante dinero para poder volverse al pueblo.
- "No Padre, vera Usted,  tengo que seguir trabajando...Es para el pasaporte".
El tío Boniato nunca tuvo en su vida la más mínima intención de viajar, pero tenía entendido que el pasaporte era un documento que te daban casi gratis en las comisarías.  Ahora que desde que llegó la democracia, vaya usted a saber; y esta Cándida que siempre fue tan corta de entendederas...

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