miércoles, 10 de julio de 2019

Para no amargarme

    Ya estoy en el sitio de mi recreo, rodeada de mis seres (más) queridos y viendo a esos amigos que solo veo de verano en verano. Ya puedo desayunar churros todos los días si quiero, aunque no lo hago porque estoy muy perezosa para las carreras matinales y eso me impide comprar las miles de calorías a crédito que los susodichos me cuestan. Ya no tengo que hacerle caso al despertador, e incluso puedo tirarlo a la basura; puedo comer a la hora que me de la gana y para ponerles un ejemplo: atún a la plancha a 12 euros el kilo en vez de a los 70 que me lo venden (y no compro) en mi residencia habitual. Bebo todos tintos de verano que me place con esos hielos gordos como icebergs que se compran por un euro la bolsa en las gasolineras españolas y aquí abro paréntesis: por qué razón que se me escapa, en España  el hielo se vende en las gasolineras? Se agradecen las respuestas. 

    La wifi funciona mal y eso me resulta hasta un aliciente. Ayer conseguí que mis chicos vieran conmigo « La ventana indiscreta » de Hitchcock y reconocieran que es un películón. Vuelvo a comprar periódicos de papel que se quedan dos dias sobre la mesa del salón y se dejan leer y releer y hasta subrayar si es necesario. También estoy leyendo una joya escrita por Madeleine Albright (se acuerdan de ella? ) que no sé si está traducida: « Fascism,a warning » en el original. El tiempo pasa con una calma chicha que desconozco en otras épocas del año, esas en las que me pregunto tantas veces lo que da título a este blog. 

    Y aun en medio de esta felicidad pasajera pero cierta, una araña o bicho semejante ha conseguido pegarme un mordisco en el brazo que pasó de ser mi brazo a ser el del Increible Hulk en pocas horas. Cosas mas gordas le pueden pasar a uno en esta vida pero aquel brazo necesitaba un corticoïdes inyectado antes de que fuera demasiado tarde. Voy al consultorio de la Seguridad Social de este sitio de mis veraneos que venero y me niegan la asistencia porque no soy miembro de la Seguridad Social ni tengo tarjeta sanitaria europea porque pertenezco a una aseguradora privada. Les ahorro las vicisitudes posteriores porque al final encontré un médico, en una clínica privada cuya existencia desconocía , donde  me inyectaron el corticoide, me dieron unos antihistaminicos, me desinfectaron la herida y aquí estoy como si nada. Bueno, como si nada, no: he perdido la fe en la Seguridad Social, en la que creía más que en los Reyes Magos. He visto claramente como los que mandan se cargan los servicios públicos para que cuando tengamos pupa los que podemos pagar nos reparen, y al resto que los parta un rayo. Me hubiera podido dar un shock anafiláctico de esos y al del consultorio no se le hubiera movido una ceja, da igual. Los reventadores de costumbre ya empiezan con que si a los de la patera los atienden según los rescatan del agua y a mi que soy española no (prefiero que sigan atendiendo a los de la patera, francamente, yo ya me las arreglo) y yo he decidido cerrar el capítulo contándoles a ustedes la batallita y seguir adelante con mis dias de asueto, para no amargarme... Aunque el del consultorio se merezca una reclamación en toda regla. 

    Si la vida es corta, las vacaciones son todavía más cortas. Así que la Seguridad Social esta vez se quedará sin mi queja. Para no amargarme, insisto. 















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