martes, 17 de julio de 2018

Lo que no se paga con dinero

    El paso de los años no sé si  nos hace más sabios, pero sí más reflexivos. Cuando llegan las vacaciones y este maldito cerebro abandona su estado de erupción permanente, las neuronas liberadas  pueden dedicarse a pensar en lo que de verdad importa. 

    Esta mañana, por ejemplo, después de dos dias de comer churros a destajo y abandonarme a la posición horizontal, me he calzado las zapatillas para comprar calorías a crédito, frase memorable de mi amigo David que me retrata fielmente (a mi y a todos los glotones como yo): si queremos evitar que la lorza cincuentona se apodere de nuestras cinturas, y a la vez disfrutar de la gula sin importarnos que sea pecado, no queda más remedio que moverse. Pues como les decía, esta mañana a la vez que corría,  iba yo pensando en todo lo que la vida nos da sin que haya que pagarlo. Treinta años atrás ni me hubiera parado a pensar en ello, y estoy segura que mis hijos, en sus reivindicaciones de  « Milennials » creen que la vida es altamente injusta con ellos y nada generosa. Yo, sinceramente, creo que, una vez al año por lo menos, la vida es generosa conmigo y me hace unos cuantos regalos que no se pagan con dinero. Paso a enumerarlos. 

    Vacaciones pagadas, aunque yo me tenga que pagar el desplazamiento, pero es un derecho social al que en muchas partes del mundo ni se huelen de lejos. Una playa de siete kilómetros para correr por ella, donde a las nueve de la mañana me cruzo con un par de corredores bastante más atléticos que yo, un jubilado que pasea su perrillo y los del servicio de limpieza municipal. El agua azul del Atlántico con todas sus mareas, sus olas y sus pececillos y cangrejos de la orilla. La arena de la playa que, en la mía, aún forma dunas caprichosas que este año se han movido varios metros gracias a los temporales y me ofrecen un nuevo paisaje por si acaso me había aburrido del anterior. Las gaviotas que se van levantando a mi paso según avanzó en mi carrera...Deben ser el único bicho de plumas cuya presencia cercana soporto. La luz del sur, gratis, sin tarifazo ni contadores, sin medida y apenas soportable sin gafas de sol. Los esteros y sus juncos, las adelfas tan altas como yo y la dama de noche  que aquí desprende su olor incluso de día. Mi amigo el jardinero y su inmensa sabiduría, a quien yo nombraría ministro del medio ambiente porque estoy convencida que, de eso,  sabe más que cualquiera. Mis amigos los churreros y su sonrisa perenne, que vale tanto o más que su inmenso arte para hacer de una masa frita un desayuno glorioso. Mis amigas del chiringuito, que me dan de comer y me resuelven mil papeletas que nada tienen que ver con la comida. Y todos esos amigos a quienes solo veo una vez al año, pero parece que los veo todos los días, lo que es una gran virtud.

    Y todo gratis. Lo que no se paga con dinero, aparte del cariño verdadero que decía la canción, es mucho. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario