domingo, 12 de febrero de 2017

Patria, la mínima posible

    Anoche he terminado la lectura de "Patria" de Fernando Aramburu, un libro muy necesario para estos tiempos de nacionalismo anacrónico e insensato; precisamente por ser actual y destilar en cada una de sus páginas toneladas de sensatez.   Mis lectores se quejan muchas veces de que recomiendo libros en inglés, históricos, o muy difíciles de encontrar; pues bien, éste ha sido nombrado por la crítica la mejor novela en castellano del 2016 y la pueden encontrar ustedes en cualquier librería, incluída (que el dios de los libreros  me perdone) en Amazon. Y de paso, si no la han leído y se quieren informar en las redes porque no se fían de mi opinión, no se lean el artículo que le dedicó Vargas Llosa el domingo pasado en El País porque el bueno de Mario, a quién definitivamente su emparejamiento con la Preysler no le está sentando nada bien (literariamente hablando) les cuenta varios pormenores y el final con todo detalle.

   Vuelvo al libro de Aramburu, que es un señor vasco que vive en Alemania, como yo soy una señora castellana que vive en la Europa del Norte. Y hasta ahí todos los parecidos,  porque si yo ya he pregonado mil veces que desearía tener simplemente talento literario y, puestos a elegir,  el talento de narrar de un García Márquez o de un Vargas Llosa a.P (antes de Preysler); ahora lo que desearía tener a 24 horas pasadas de la lectura de "Patria" es su talento para observar con precisión de entomólogo, describir con pasión de lugareño y relatar con la distancia justa,  hechos tan duros de contar como la vida en el País Vasco en los años de plomo. Ya está muy bien que se puedan hacer chascarrillos cinematográficos como "Ocho apellidos vascos", y que los cines no tengan que desalojarse bajo amenaza de bomba por ello; pero es aún mejor encontrar un relato bien estructurado, veraz, y apasionado; escrito con la cabeza y el corazón a partes iguales, tratando de un tema que solo provoca enconamiento y sinrazón. Ya era hora que encontráramos un libro que, no sólo nos cuente los cuarenta últimos y agitados años de Euskadi, sino que, al hacerlo,  ponga palabras a la  ternura, desazón, alegría, amor, vida familiar, amargura, euforia,  depresión, silencio, chantaje, valentía, desprecio y tantas otras pasiones humanas donde antes sólo había demagogia,  ruido de pistolas y casquería. 

    Se convertirá con el tiempo en un clásico? No lo sé. Lo mandarán leer en las escuelas? No estaría mal, porque como los que vienen arreando leen poco y malamente, al menos que sea algo que les toque de más o menos de cerca y despierte sus curiosidad y sus sentidos; teniendo en cuenta que, La Colmena es un libro fabuloso pero incapaz de atraer a nuestra grey adolescente, por mucho que entre en la selectividad. Para los que aún no están vacunados contra esa enfermedad llamada nacionalismo, que te vuelve no por fuerza un criminal pero sí seguramente un ser más tonto y manipulable, debería  ser de obligada lectura, con subrayados y comentario de texto. Para los que defienden unas patrias construidas con balazos o con desprecio a los que no son como ellos y por lo tanto, no merecedores de vivir esas arcadias felices inexistentes, lectura obligatoria también! Para los que me mandan todas esas fotos de legionarios, banderas y alegatos contra los inmigrantes que se aprovechan de nuestro estado del medio-estar (llamar a lo de España "bienestar" me parece irónico) una edición especial encuadernada en piel. A Donald Trump y los que le votaron creyendo que su patria será grande otra vez, casi que ni nos molestamos en enviárselo porque no lo entenderán. 

    Señoras y señores, afortunadamente, yo no tengo patria, más allá del cariño de mi gente y el espacio en el que vivo y me gano la vida con dignidad. Tengo un pasaporte que dice que nací en un país, que me gusta porque es el mío y el de quienes me trajeron al mundo y me gusta llamarlo "mi casa"; vivo en Europa, que hasta la fecha era un lugar pacífico y acogedor con los que vienen de fuera,  y  me paseo por varios países del globo terráqueo gracias a que ese pasaporte no es de ningún lugar dominado por fanáticos religiosos o dictadores de medio pelo. Espero que después de escribir estas líneas no me pase como a Fernando Trueba, el día que se le ocurrió decir que no se sentía español y que, como buen artista que es, no lo supo explicar convenientemente. Yo tengo un país y una nacionalidad, pero patria, ninguna. Y si tuviera el talento de Fernando Aramburu, hasta  escribiría cuatrocientas páginas para contarlo y no estos cuatro párrafos. Léansela, por favor, y luego me dicen.

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