viernes, 17 de febrero de 2017

Diga?

    No hace tanto, uno de los juegos favoritos de mis criaturas, cuando había que entretenerlos sí o sí y no tenían un iphone para entretenerse ellos solos, era contarles la cantidad de cosas que hay ahora y que nos parece que siempre han estado ahí...Y nada más lejos de la realidad. Les hablo de un tiempo en el que eran niños con una capacidad de asombro infinita, y no seres con infinitas hormonas librando la batalla de Trafalgar en su interior.   A ellos les asombraba por encima de todas las cosas que no hubiera teléfono móvil, y se preguntaban con extrañeza cómo hacíamos para comunicarnos los seres humanos normalmente constituidos.  Es más, viéndolos ahora, creo que hasta se preguntan como podíamos simplemente vivir sin un aparatejo con teclas o pantalla en el bolsillo.  Yo procuraba no insistir mucho en la apariencia de aquellos teléfonos móviles antediluvianos del tamaño de un zueco,  y menos aún les conté que un tío mío se presentó un año en Navidad con un móvil que obligaba al usuario a acarrear una maleta con él, porque les hubiera parecido aún más vieja de lo que ellos creen que soy. A ustedes sí les cuento que  hace treinta años, conocí en mi entorno de becaria Erasmus a unos ingenieros italianos (guapos, bien vestidos y con gafas de sol permanentes, como manda el canon italiano) que desarrollaban un software para teléfonos móviles y que todos los descreídos, y estudiantes de letras,  les dijimos que jamás lo conseguirían. Para clarividencia la nuestra!

    Tanto ha galopado la técnica por delante del entendimiento humano que no sólo tenemos teléfonos que nos permiten hablar por la calle sino que además con ellos pagamos cosas, hacemos compras, fotos, vídeos y si nos descuidamos, venderemos nuestra alma al diablo por no desprendernos de ellos y de la cantidad de información que atesoran.  Y no sólo hablamos por teléfono sino que,  además, hablamos viendo la cara del que nos responde al otro lado, con sus ojeras y sus dientes mal lavados, con su expresión de aburrimiento o de falsa alegría, que vaya usted a saber si no sería mejor seguir hablando por un auricular;  algo que si nos lo cuentan hace quince o veinte años (que tampoco es tanto) nos hubiera parecido propio de una nave espacial, y no de la vida cotidiana.

    Pero el problema no es hablar a cualquier hora, en cualquier postura y desde cualquier garito perdido, el problema, me parece, es hablar; que ya nadie sabe. Prueben ustedes a marcar un número fijo de una casa y que lo coja uno de los niños de la familia, me juego el cuello sin perderlo que dos de cada tres no saben responder. Aquel "dígame" sobre el que tanto insistían y remachaban nuestras madres, acompañado del "de parte de quién?" (con" por favor" a ser posible) ha pasado a la historia y al baúl de las expresiones olvidadas como "no es menester" o "alabado sea el Santísimo", que duermen el sueño de los justos esperando que alguna serie de televisión ambientada en el siglo XIX las rescate.

    Nuestros hijos no saben hablar por teléfono porque el teléfono ya no es un instrumento para hablar, así de sencillo. Y en estos días, en los  que por circunstancias burocráticas varias, tengo que coger el teléfono y llamar a unos servicios públicos donde, en teoría, me deberían responder unas personas humanas (después de haber escuchado las cuatro estaciones de Vivaldi completas  y un sinfín de opciones que empiezan todas por "pulse") me pregunto si el teléfono y la telefonía no estarán llamados a desaparecer como desaparecieron el vídeo, la picadora Moulinex o los tocadiscos con aguja.Ya por lo pronto he desistido de dejar mensajes de voz en los contestadores y en la mensajería de los móviles porque mis herederos me han explicado que es de catetos; casi casi como desear "buen provecho" al entrar en un restaurante. Les voy a hacer caso porque si hay algo que tengo claro es que el futuro no me pertenece,  y a ellos sí. Y como en el futuro no nos vamos a hablar los unos a los otros, sino que nos enviaremos mensajes de texto llenos de errores ortográficos, o claves con números y letras, pues voy a empezar a entrenarme, antes de que mi estulticia me lo ponga más difícil.Y voy a entrenarme porque es parte de mi carácter el no rendirme casi nunca, pero no me digan que el panorame de una humanidad que se comunica por cifras y claves no es triste...Que lo es.

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