martes, 12 de febrero de 2019

Bolero para gemelos y orquesta (La Chica de Ayer, 22)

Julio César y Octavio Augusto son gemelos idénticos, y a pesar de sus nombres no son hijos de un profesor de latín, sino de un agente de seguros con afición al cine de Romanos. Tan difícil es distinguirlos con su pelo cortado igual, el jersey del mismo color, la misma estatura y  los mismos ojos azules  que se han pasado toda su escolaridad intercambiándose el uno por el otro en los exámenes sin que los frailes Agustinos hayan conseguido nunca pillarlos en flagrante delito de suplantación. 

    Los Romanos (como se les conoce en el colegio) solo sacan a paseo su propia personalidad a la hora del recreo. Octavio (que desiste del Augusto de imposición paterna) es algo más tímido y meditabundo y Julio César (que gusta de ser llamado con ambos nombres) es un torrente emocional, extrovertido e incluso un punto pendenciero. Cuando las hormonas comienzan a alborotarse, a ambos les gusta la misma chica de su barrio y a ella, aunque coquetea con ambos, le gusta la mirada transparente y el silencio de Octavio, a pesar de lo que le divierte Julio César y lo mucho que éste la corteja. Y por ella han llegado a las manos alguna tarde, cosa que no habían conseguido hasta entonces los desiguales (a veces) regalos de cumpleaños ni los castigos de los frailes Agustinos a Octavio cuando el malhechor era Julio César. Cuando las peleas por la guapa Carolina comenzaron a subir de tono y entraron por la puerta de casa, a ese padre imaginativo con los nombres de pila se le ocurrió acudir a la música como terapia a una edad un tanto tardía para ponerse a ello. Pensó nuestro agente de seguros que la música sería un bálsamo, y que ese par de gemelos idénticos  físicamente  y siameses sentimentalmente, encontrarían tocando un instrumento la paz espiritual que el desorden hormonal adolescente, y la rubia de sus pesares les estaba robando. Como les dió a elegir, salieron de nuevo las personalidades a relucir: oboe para Octavio, percusión para Julio César. 

    Nunca imaginó el padre de los romanos que aquella solucción moderna para su tiempo (para un
 tiempo en el que todo lo que iba más alla de un castigo era pedagogía moderna) iba a convertir a los dos Romeos en músicos de por vida olvidándose de la Julieta de sus litigios que, llegado un cierto punto, se cansó de esperar al indeciso Octavio y de quitarse de encima al insistente a la par que desvergonzado de su hermano. Por no hablar de las muchas horas de práctica y de estudio que trajeron los instrumentos, las vacaciones sin vacaciones y las horas en los conservatorios,  todo ello para gloria de los gemelos músicos y desesperacion de Carolina, que se dio cuenta que entre ella y el oboe, Octavio hacia tiempo que había elegido. Sin que a ella le gustara la pieza de recambio que tocaba los timbales, panderetas, bombos y platillos.

    La vida ha ido separando los caminos y las partituras de los hermanos. Mientras Octavio se ha convertido en un instrumentista prodigioso, y en un solista de postín,  Julio César combinó la percusión con el negocio discográfico y otros bolos,  intentando evitar  coincidir con su gemelo (ahora bastante más calvo que él) en algún concierto. Pero el día que la sinfónica donde Julio César es el percusionista titular invita a tocar a Octavio, que ya puede permitirse el lujo de no ser plantilla de ninguna orquesta, hay un bolero de Ravel que suena un tanto acelerado, mucho más breve que los dieciséis mnutos con los que fue concebido. En la última ocasión, bajó de los doce minutos, con la negra a 84 pulsaciones en vez de las 72 prescritas por Ravel. Al mando de la caja, Julio César marcando el compás insistente del Bolero que aquel día más parecía una marcha de legionarios; Octavio sacando la melodía inicial adelante a una velocidad anormal y mirando con cara de pocos amigos a su hermano que, impasible, hizo galopar a toda la orquesta a su ritmo y se ganó las iras del director. Al acabar el concierto Octavio saluda a su gemelo y después de recriminarle la velocidad exagerada del tempo le afea sus celos profesionales a lo que Julio César responde:
-  "Celos yo de tí y tu oboe? Lo que no te perdono es que le gustases más a Carolina que yo, tocando ese ridículo instrumento; y prepárate, la próxima vez tocaremos a una velocidad que hasta Ravel saldrá de su tumba para venir a darme una colleja!"

    
   






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