sábado, 16 de febrero de 2019

Aquel día, aquella nieve, aquella chica

    Hoy hace 25 años, me levanté en una mañana heladora, con restos de nieve de la noche anterior y temperaturas bajo cero para decir "si quiero". O mejor, para decir "oui" y ahora mismo no recuerdo si dije algo más, porque lo dije en francés, que es uno de los idiomas oficiales (tenemos más) de la ciudad donde vivo desde entonces; pero en cualquier caso, respondí afirmativamente a la pregunta de un concejal. El tal concejal, vestido impecablemente e incluso condecorado, me preguntó que si quería vivir de ahí en adelante con el chico al que quería (en aquel entonces todavía éramos chico y chica) y yo, que soy de poco dudar, dije que si, o "oui" o lo que fuera, sin dejarle ni siquiera que acabara la frase. A ustedes ésto que les cuento les parecerá una nimiedad, pero no conozco yo a tantos ni tantas de mi quinta que hayan dicho si (o "oui") y 25 años después, lo sigan diciendo. El matrimonio parece una cosa muy fácil, pero en realidad es un complicado  ejercicio de funambulismo  sin red. 

    Aquella requetefría y soleada mañana de invierno, mis padres me acompañaron hasta una de las plazas más bonitas de Europa a decir "oui"; llegamos en un Mercedes rojo prestado, lo menos discreto para la ocasión, y mi padre iba embozado en una capa castellana que, a la par de levantar mucha admiración, le quedaba como un guante. Por aquella capa más de uno de los transeuntes pensó que se casaba alguien importante...Y fíjense ustedes quién era la que se estaba casando! Yo, me puse un traje de Max Mara que durante varios años, gracias a la impecable línea clásica italiana y a que servidora tenía buen metabolismo y no engordaba, fue "el traje" que me ponía para cualquier ocasión que requiriera un traje, que afortunadamente eran pocas. El novio también llevaba un traje que era "el traje" y que, también para su suerte, resistió unas cuantas puestas antes de pasarse de moda. 

    Al salir de la corta ceremonia, invitamos a unos cuantos amigos y poquísimos parientes, a una copa de champagne (no cava a pesar de que éramos pobres como las ratas) y a unos canapés. Las copas eran prestadas, el champagne escamoteado de una partida recibida por nuestra amiga italiana, y los canapés, casi casi, pagados a escote. Y a pesar de todo ello, lo llamamos boda en aquel entonces y lo sigo recordando como una boda, no como las muchas a las que he ido después, que más bien me han parecido fiestas de pueblo o incluso cotillones de Nochevieja, con todos esos photocalls y regalitos destinados a epatar a  la audiencia. Unos meses después de esta sencilla ceremonia civil, nos casamos por lo militar, de una forma un tanto poco convencional para la época, pero con más ruido, más gente y menos frío. Pero esa será otra historia, para contarla otro día.

   La de hoy, hace 25 años, es la de una chica que dijo que sí, y que en los 25 años siguientes ha pasado de ser chica a ser joven, de ahí a señora joven también, a señora menos joven, a señora madura y en estos momentos está opositando a gallina vieja. Y todas y cada una de esas fases acompañada por un chico, que después fue un joven, luego un señor menos joven, después un hombre maduro, falso calvo como todos los de su tiempo, y ahora un señor un poco más mayor sin ser viejo. Creo que hace 25 años no soñaba con tener los cinco lustros que siguieron tan intensos, entretenidos y  tan llenos de vida y de cosas que contar; y me gustaría pensar que me quedan por lo menos otros 25; aunque eso sólo el destino lo sabe. Brindemos por ello, incluso con agua. La que dijo que sí aquella mañana de invierno, y la que ésto escribe la noche antes, mientras espera que su criatura fiestera vuelva a casa, son la misma persona o quizás dos diferentes, pero ambas encantadas de haber dicho si...O "oui"!

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