martes, 4 de marzo de 2014

La viejita

La historia se desarrolla en un avión. La madre, cuarentona avanzada está leyendo Paris Match donde hay una entrevista de Meryl Streep, ilustrada con una espléndidas fotografías de la actriz, espléndida igualmente, en una  playa de los Hamptons, hechas por Annie  Leibowitz. La niña, sentada al lado pregunta: "quién es esa viejita?". La madre responde "una actriz muy famosa"...y se queda el resto del vuelo hecha un trapillo porque aunque Maryl Streep es unos años mayor que la madre de la criatura, está muy bien conservada, luce fantástica en las fotos y apenas tiene arrugas y, aparentemente, tampoco está retocada...la madre era yo, y la hija, pues ya se lo suponen ustedes.

   Que para que les cuento esto? pues a modo de catarsis colectiva, si es que sirve de algo. Ha llegado ese terrible momento en el cual los hijos comienzan a vernos como personas mayores (porque no osan directamente decir "viejas") a pesar de lo mucho que nos esforzamos algunos por que no sea así. Y me temo que este terrible momento, que tenía que llegar, es el preludio de una lista de terribles momentos que jalonan nuestras vidas, de los cuales yo ya he pasado por algunos, el primero de ellos, cuando las canas, gracias a la genética familiar, comenzaron a ser tan evidentes que el tinte se hizo inevitable, y de eso ya hace casi veinte años. El siguiente momento terrible? cuando me di cuenta que a pesar de mi agradecido metabolismo y de que me gusta hacer deporte, mi voraz apetito hacía que los kilos frecuentemente se sumaran en vez de sustraerse. Conclusión: los terribles momentos llegan, aunque nosotros miremos para otro lado pensando que nunca nos tocará.

    En mi caso, y antes de que llegara el golpe bajo de la "viejita", llegaron por Navidad las gafas progresivas, que es una bonita manera de llamar a esas gafas que no te quitas ya ni para dormir porque con ellas puestas descubres todo lo que te estabas perdiendo hasta entonces por culpa de no ver dos sobre un burro. Y estoy esperando en breve el terrible momento en el que comience a pagar cuatro abonos de teléfono para las cuatro personas humanas que convivimos bajo mi techo; el terrible momento en el que las llaves de mi casa se paseen dentro de las mochilas adolescentes con, al menos el cincuenta por ciento de  probabilidad de perderse, y el terrible momento en el que en cada habitación de mi hogar suene una música diferente.

    Espero con temor el terrible momento en el que al agacharme a coger un par de calcetines del suelo me quede clavada de un golpe de lumbago; ese otro aciago día en el que me harán descuento en los cines y en los transportes públicos sin que por ello pueda pensar en jubilarme; y ese otro en el que ya no pueda cerrar por dentro  la puerta de mi casa por las noches porque mis hijos andan por ahí de vida noctámbula. Si existiera un cursillo, o al menos un libro de autoayuda para hacerle frente a los terribles momentos de la vida, les aseguro que lo seguiría. Es muy duro prepararse para cosas que uno sabe que van a pasar sí o sí, sin la más mínima esperanza de que el curso de los acontecimientos se desvíe de su ruta.

    Y la pasada semana se murió Paco de Lucía, que ha sido uno de mis ídolos musicales, y a quien pude ver actuar hace tres o cuatro inviernos, cuando los años ya empezaban a pasarle factura; y que probablemente a mis hijos les pareciera algo más que un viejito, seguramente lo llamarían  "viejo" con todas sus letras. Por Facebook y por todos los sitios posibles corría su foto, con esa frente de calvo melenudo tan particular, el pitillo en la boca y una frase que sin ser suya, parece que era su lema: "que la muerte te pille viviendo". A él así le pilló, a mí espero que me pille de la misma manera, con muchos momentos terribles superados a mis espaldas. Y lo siento por mi hija, pero Meryl Streep no es una viejita, es eterna...como Julie Andrews o Ana Blanco, la presentadora del Telediario, por ponerles dos ejemplos dispares.





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