sábado, 22 de marzo de 2014

Julio del 76

    Era un día de julio de 1976. Hacía calor y yo estaba en un campamento, como cada mes de julio de aquellos años, cuando en invierno hacía mucho frío y en verano mucho calor, y no este lío climatológico que hay ahora. Y yo estaba pasando dos semanas de julio en un campamento, que en aquel entones creo que era el sumum de la libertad a la que podía aspirar una niña de once años. Yo era capaz de prescindir de cualquier cosa antes que  perderme cada verano mi campamento! Poder pasar los días y las noches en plena naturaleza, tocar la guitarra y comer pan con chocolate con tus amigos, no lavarte la cara en tres días y no cambiarte de pantalones en una semana, creo que nunca más me he sentido tan libre y aún más, tan felizmente libre como en aquellos campamentos de mi infancia y temprana adolescencia. 

    Y llegaban cartas a los campamentos. Ahora nos parece que recibir cartas es como recibir una herencia, pero en 1976 a los que estábamos en un campamento nos llegaban cartas. Y a mí en julio de 1976 me llegó una carta de mi abuelo que, lo recuerdo como si fuera hoy, llevaba grapado en su interior un billete de cien pesetas. Mi abuelo estaba convencido que en los campamentos se pasaba hambre y me mandaba cien pesetas "para que te compres algo de comer" . El era consciente de mi buen diente y pensaba que quince días trotando por el monte me abrirían el apetito aún más. De paso, como era un hombre informado y me trataba como a una adulta y no como lo que era (una niña de once años) en la carta del billete grapado me mandaba la última noticia de la semana:  España tenía un nuevo presidente del gobierno, un tal Adolfo Suarez que nadie se esperaba y que él con su deje extremeño calificaba de "muchachino". Mi abuelo había nacido en 1896 y como siempre fue viejo y mayor que todo el mundo, todos los demás éramos "muchachinos" y "muchachinas". Y a tenor de lo que me escribía, el muchachino Suarez no le inspiraba demasiada confianza. 

    Aquel joven apuesto y desconocido del gran público se puso al mando de 35 millones de almas cándidas y soñadoras, que es lo que éramos los españolitos de entonces. Hizo lo que hizo, para qué me voy a poner yo a esta hora a repetirlo, que ya estarán ustedes saturados, y después acabó retirándose y olvidándolo todo; que no olvidado de todos. Yo recuerdo como si fuera ayer aquella carta, con aquellas cien pesetas dentro y con aquella noticia que mi abuelo juzgaba regular y que sin embargo era casi casi la llegada del Mesías. 

    Mi abuelo hace ya mucho que se fue, Suarez parece que está en ello, los treinta cinco millones de almas cándidas ahora somos 42 y rebrincadas. Y yo, que era una niña de once años que vivía feliz en pantalones cortos y zapatillas Wambas (se acuerdan de aquellas de lona azul con la suela de goma ?) en un campamento de verano ahora voy, sin prisa pero sin pausa, camino de hacerme una señora mayor. Aquello sucedía cuando España aprendía qué era la democracia de la mano de un señor que fumaba como un cosaco y sólo comía tortillas francesas. Cuando le digamos adios a Suarez, le habremos dicho, definitivamente, adios a la inocencia. Feliz domingo para todos. 

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