martes, 6 de noviembre de 2018

España va bien, o casi.

    Nunca pensé que acabaría parafraseando a José María Aznar, que desde que perdío su bigote hay que mentarlo con nombre y apellido, porque ya no parece ni él mismo. Después de una semana de asueto español, y haciendo un leve ejercicio de antropología de andar por casa, no me queda más remedio que admitirlo: España va bien, sobre todo teniendo en cuenta todos los que al gobernarla (o pretenderlo) se emplean a fondo en que vaya mal. 

    En España los periodistas buscan y rebuscan la mala noticia del día, y por supuesto que la encuentran; y cuando no la encuentran, se inventan un conflicto entre la Reina Letizia y algún pariente; o estiran hasta lo imposible un asunto pendiente en el Tribunal Supremo (el asunto hipotecario, que se acaba de fallar hace un rato, por ejemplo) o se cargan al entrenador del Real Madrid y entonces ya no hay que preocuparse de buscar noticias porque aquello se convierte en un culebrón que da para varias páginas, debates radiofónicos y tertulias de bar. Mientras tanto, a nadie le queda la menor duda que España va bien. 

   A mi, que me paseo constantemente y hablo con todo tipo de gente, me parece que el paro sigue siendo desmesurado, que la educación no llega a todos los lugares ni a todas las clases sociales como debería; que la Universidad y sobre todo la ciencia, están financiadas con limosnas; que la Iglesia sigue metiéndose en camisa de once varas y sobre todo, donde no debería meterse. Que las familias con dos sueldos corrientitos no llegan a fin de mes aunque tengan sus cuatro miembros un iPhone de alta gama y que el asunto de Franco, y de donde van a parar sus huesos es muy importante, porque es un capítulo de la guerra aún sin cerrar. Que los viejos protestones y manifestantes reivindican sus pensiones aunque en el fondo, en ese país envejecido son los que viven mejor y a quienes menos palos les da Hacienda; que el ruido es un derecho humano y que la televisión pública es tan mala como la privada y que la música (la buena) solo la aprenden y la disfrutan cuatro privilegiados. Que uno va a un restaurante de postín con aspiraciones de Estrella Michelín y le entregan una factura donde pone "menu de desgustación" es buena muestra de parte de lo dicho anteriormente. 

   Pero siguen viniendo turistas, incluso cuando hay aviso de una ola de frío polar como la que a mi me ha tocado. Y las cañas con pincho (al menos en las provincias) no llegan a dos euros; una docena de churros cuesta esos mismos dos euros y sale el sol, casi todos los días. Y en la tienda de los Mac, entra un ciego y cuando el dependiente le dice "Hombre, Ricardo, te veo muy bien", va el ciego y responde "pues yo a tí no te veo nada", y todos los allí presentes nos reímos a carcajadas  de algo que en la misma tienda en USA hubiera provocado un pleito. Y ponen este anuncio surrealista por la televisión, que no hay Dios que lo entienda y a todo el mundo le parece genial:


    Así que debe ser que sí, que España va bien a pesar de todo lo que yo veo y proclamo. O será que yo no entiendo nada, que no lo descarto.

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