Carmen es castañera en noviembre, el resto del año tiene otros muchos empleos: cría cabras de cuya leche elabora quesos que luego vende; recoge almendras, se ocupa de su casa y su huerto, cria ocasionalmente a unos nietos que tienen padres que van y vienen de Alemania donde trabajan y lleva muchos años casada con Evaristo, que ese sí que es un trabajo a tiempo completo. De todo ese pluriempleo es el de castañera el que más disfruta; desde la recogida de esas castañas gordas y con olor a monte que salen de su coraza de espinas hasta el montaje de la caseta para vender, las muchas horas a pie del fuego para asarlas y sobre todo, la excusa que tiene con todo ello para pasar un mes en la ciudad, aunque sea en casa de su cuñada, que se casó con el único espabilado de la familia de Evaristo y al menos pudo escaparse de esa sierra fría y dura en la que viven.
Que no es negocio dice Evaristo (a quien la ciudad le produce urticaria) que el ayuntamiento te clava con el alquiler de la caseta que no son más que cuatro tablones, que lo que da dinero son los quesos y encima no hay que salir del pueblo, que se te quedan las manos negras y encallecidas de tanto trajinar con la leña para asarlas...Tantos argumentos como negativas de Carmen, que espera todo el año la llegada del 1 de noviembre para instalarse en la mejor plaza de la ciudad, donde vende sus castañas asadas a un duro la media docena y envueltas en cucurucho hecho con las páginas del ABC, que es periódico de ricos, tiene mejor papel. Castañas que saben mejor que otras, porque se asan con la leña que ellos mismos traen de la sierra y porque se hacen lentamente en un calboche de latón, encendido desde las nueve de la mañana para tener las brasas listas a media mañana cuando aparecen los oficinistas de Hacienda o del Ayuntamiento, a los que suceden por este orden los jubilados, las amas de casa, los niños de los colegios y los jóvenes antes de entrar al cine o incluso entre una caña de cerveza y otra. Carmen a todos conoce y a todos atiende con mimo, que de ese mes de castañera salen muchos fondos destinados a tapar goteras durante el invierno. La misma sonrisa para el
abuelo que invita los domingos a los nietos que para el alcalde, o para esa niña que casi cada tarde acude a comprar un duro de castañas que se zampa camino de su casa y que le calientan las manos a la vez que le calman las tripas que llevan ya un rato pidiendo merienda.
Que sí es negocio Evaristo, que a los nietos les compramos los zapatos y les pagamos los libros de texto con lo que sale este mes del puesto. Carmen apenas sabe leer y escribir y contar por duros, sus hijos llegaron hasta donde les bastó para irse de torneros a Alemania y ahora están los nietos, sobre todo ese Manuel, listo como un conejo que es el que va a hacer carrera de verdad en esta familia. Evaristo la mira con resignación, contando los dias que le quedan para volverse a la sierra mientras de forma automática sigue haciendo incisiones en las castañas con su navaja y dándole fuelle a las brasas, que esta es la hora en la que se forman las colas.
Un dia de otoño, cuando ya dejó de contarse en duros y se prohibió el uso del papel
de periódico para envolver alimentos, en la misma plaza donde Carmen instalaba su puesto cada año, una chica tampoco tan joven se para a contemplar un puesto de castañas hecho con aglomerado y empapelado de anuncios, entre los que distingue hasta una licencia municipal. Dentro se afana con el fuego una pareja joven, ella embarazada, rostro enrojecido y barriga de al menos siete meses; él tiene un aire que le resulta familiar, a pesar de las rastas y de las muchas chinchetas que decoran su rostro. La compradora pide un Euro sin tener ni idea de cuántas castañas caerán en esa cajita con propaganda turística de la ciudad que sirve de envase y no puede resistirse:
- Yo venia siempre a comprar a este puesto cuando era chica, todas las tardes, había una señora que se llamaba Carmen
- Era mi abuela
- Y usted sigue con la tradición familiar?
- No señora, yo estudié filosofía y por ahora, ésto es lo que hay
- pues nada, póngame otro Euro
- De tú, por favor, me llamo Manuel, y puedes venir cada tarde, como en tiempos de mi abuela!
- Ya quisiera, pero vivo muy lejos de aquí.
Y estas castañas que saben a butano y no van envueltas en el ABC tampoco son ya lo que eran.
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