lunes, 5 de septiembre de 2016

La rutina mató a la estrella del veraneo

    Había empezado a escribir estas líneas el domingo por la tarde, con una bonita frase en la que contaba que estaba velando armas ante el fatídico día de la vuelta al cole. Se pasó la ocasión de meter la bonita expresión de "velar las armas" porque se metió la noche encima sin poder escribir la entrada y al llegar el día las criaturas (y el padre de las mismas) han vuelto al cole esta mañana y con ello, queda oficialmente inaugurado no el curso, sino el invierno de mis días. 

   Invierno? Sí, señoras y señores que me leen desde hace cinco años y más de 450 entradas, el colegio es el invierno y las vacaciones son el verano, aunque a veces caigan en Navidad. El invierno son las madrugadas de escarcha (e incluso las que no la tienen) y el verano son las tardes de siesta, incluso para los que jamás dormimos una siesta. El invierno son las preocupaciones y el verano las alegrías, vengan de donde vengan; y como hasta la fecha, servidora jamás ha pasado una mala racha en verano, pues he decidido que el verano es la estación metereológica que me da la vida, y el invierno la que me la quita. 

    Y con el invierno de mi vida ha llegado la rutina; ese fenómeno que nos agobia cuando se instala entre nosotros y que nos agobia igualmente su ausencia cuando los vaivenes de la vida nos la quitan. La rutina, a pesar de la mala fama que la precede,  debe ser muy sana, porque todos los seres rutinarios que he conocido en mi vida o han muerto muy ancianos o llevan trazas de no morirse nunca. La rutina, que es una palabra fea y banal se ha convertido en una palabra de moda desde que la emplean los entrenadores a domicilio que te ponen una "rutina de ejercicios", o que incluso enumeran las rutinas varias: "rutina número uno", "rutina número dos", etc. Aunque la mona se vista de seda...

    La rutina, que ha venido para quedarse instalada en mi vida aunque yo la espante con conjuros varios, es tan aburrida como un rosario, o una entrega de diplomas, o una votación del congreso de los diputados;  pero tan necesaria como respirar y comer, vender y comprar, reir o llorar. Después de un verano de ensueño, como no podía ser de otra manera, ha llegado el principio del curso y con él la bendita rutina, la que conocemos y tememos, que mientras nos acogota y nos come la moral con su repetir las mismas cosas, nos deja meses por delante para preparar otro verano de fábula. 

   Y de regalo les dejo la canción cuyo título me ha servido de inspiración para el título de esta entrada. Aún soy una escritora (sin serlo) honesta y que cita sus fuentes. Buenas y rutinarias noches. 


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