viernes, 9 de septiembre de 2016

Hacer los deberes

   He superado con relativo éxito y no poca pereza la temible primera semana del curso.  Veo a mis retoños crecer  con la satisfacción de evitarme las papelerías y trámites variados que ahora hacen ellos en mi lugar, aunque la fuente de financiación siga siendo la misma. Los veo resignados, bostezando a todas horas porque madrugar cinco mañanas seguidas después de haber dormido hasta con saña durante dos meses es algo que debe dejarte para el arrastre; contentos de volver a ver a sus amigos y, desde la atalaya de su adolescencia rabiosa, escépticos ante la idea de que habrá que ponerse a estudiar más bien pronto que tarde. En cualquier caso, en este domicilio familiar, todos, los mayores menopaúsicos y los adolescentes hormonados, hemos hecho nuestros deberes esta semana. No me queda muy claro a quién debemos rendirle cuentas, pero en cualquier caso, la parte que nos tocaba está hecha. 

    A mi hijo mayor y sus amigos, este curso les duele especialmente; va a ser el último de sus años colegiales y van a tener que tomar decisiones hasta cierto punto trascendentes. Que todos hemos pasado por ello? Pues miren ustedes, unos más que otros. Cuando en España el helado era sólo de vainilla, fresa o chocolate, no nos costaba mucho decidirnos ante el heladero. Cuando yo pisé por primera vez una heladería italiana en Italia, elegir me costó un cuarto de hora y cierta taquicardia. Con las carreras de ahora pasa lo mismo, los niños se sienten como delante del heladero italiano; pero aún así hacen sus deberes, los de clase y los de pensar y deshojar la margarita del año que viene. 

   Porque en septiembre los hombres u mujeres de buena voluntad que pueblan el planeta,  hace sus deberes. Los buenos alumnos comienzan enseguida y los otros se hacen los remolones pero acaban claudicando; los profesores, con la misma pereza que padres y madres (algunos también lo son además de profesores) retoman sus cuadernos y ponen deberes además de hacer los suyos propios. El resto de la ciudadanía, no aprendiz ni docente se aplica en su tarea: el alcalde de pueblo retira los farolillos de las verbenas; el alcalde de playa limpia la mugre que dejamos atrás los veraneantes; el guardia urbano sabe que los coches volverán a ser los amos de la ciudad; los cajeros de los supermercados vuelven a ver las filas crecer y multiplicarse y su deber será ser más rápidos de lo que eran durante el éxodo veraniego; el barrendero vuelve a ver las papeleras llenarse y las televisiones retoman las series interminables en el capítulo donde las abandonaron antes del verano.  Y así, haciendo todo el mundo sus deberes, muy a nuestro pesar y muy a costa de nuestras pocas ganas,  es como la vida sigue adelante y no se nos cae encima ese tenderete frágil que es la vida en comunidad, no siempre de vecinos. 

    Pero hete aquí que en España hay cuatro señores que suspendieron para septiembre;  se presentaron a los exámenes habiendo estudiado poco y sobre todo, sin hacer los deberes, y han vuelto a catear. Se llaman Mariano, Pedro, Pablo y Albert; les ahorro los apellidos porque son de sobra conocidos de todos ustedes. No sólo no hacen los deberes sino que, además, se niegan a sacar de nuevo los apuntes y ponerse a repasar, haciendo oídos sordos no sólo de lo que les aconsejan quienes saben más que ellos (siempre en la vida hay alguien que sabe más que uno mismo de cualquier cosa) sino también de quienes les pagamos el sueldo. Los cuatro repetidores que se niegan a hacer los deberes, nos van a llevar de cabeza a tripitir, y para mi pasmo y asombro, he leído hoy en El País un artículo donde ya se comienza a hablar de "como evitar unas cuartas elecciones"... Asumiendo que las terceras no darán nada nuevo como resultado. Da miedo. A estos cuatro impresentables hay que quitarlos del medio y sustituirlos por otros cuatro, o seis u ocho que sí estén dispuestos a hacer los deberes,  pero para ello, un pequeño detalle sin importancia: es necesario que nosotros, los votantes, hagamos también nuestros deberes, y no que los haga sólo el 70% de la población que es la que se molesta en arrastrar sus pies hasta las urnas. Y otro detalle más que a mí me duele por lo que me afecta: que a los casi dos millones de votantes que vivimos en el extranjero dejen de humillarnos teniendo que "rogar" nuestro voto, que así se llama la afrenta. Llegaremos hasta junio de nuevo? No lo quiera Dios, que decían nuestros viejos.

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