lunes, 17 de octubre de 2016

Orgullo castellano

    Hubo un tiempo en el que me parecía que ser castellana era algo tan corriente que resultaba hasta vulgar. En aquellos años de estupidez tardoadolescente, hasta me jactaba de ser de otro lado basándome en el cuarto sin mitad de sangre Extremeña y andaluza que corre por mis venas. Después, cuando me eché al mundo, descubrí que para los extranjeros conocedores de Lloret de Mar y/o Torremolinos, o eras de Madrid o eras de Barcelona, así que ser de una ciudad de provincias de la Meseta añadía escaso atractivo a mis ya poco atractivos orígenes provincianos. 

    En todo ésto pensaba yo ayer mientras un tren de supuesta alta velocidad me llevaba, atravesando la Meseta castellana, seca y especialmente árida este año, hasta el aeropuerto de Madrid, desde donde volaba rumbo a la Europa verde. Pensaba en aquellos versos de Machado sobre los campos de Castilla, donde dice que esta tierra es "un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Cain". Pensaba en Unamuno, ante cuya estatua me quedé parada y abobada aprovechando un rayito de sol pasajero en la fría tarde del sábado pasado, mientras en la ciudad de la estatua se celebraban los actos conmemorativos del 70 aniversario de aquel "venceréis pero no conveceréis". Ese Unamuno bilbaino de origen y salmantino de muerte, al que he conseguido entender cuando me he hecho mayor a pesar de que me obligaran a leer "Niebla" a una edad en la que, lógicamente me pareció un tostón.

    Veía por la ventana de mi tren el desfile de los campos de Castilla, con sus encinares y sus pedregales, con las murallas de Avila de fondo o la sierra de Guadarrama atravesada camino de esa capital de España que se alza en el centro de Castilla pretendiendo no serlo; y me preguntaba a mí misma como fue posible que durante tantos años yo pretendiera ser otra cosa que no fuera ser castellana! Independientemente de la nostalgia que se ha ido acrecentando a medida que voy sumando años de (feliz) exilio, tras muchas horas de lectura de Machado, de Unamuno, de Gerardo Diego ("río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja"...) de Delibes, de Gabriel y Galán y de tantos otros que llevaron el corazón de Castilla hasta lo mejor de la literatura; independientemente de todo ello decía, ser castellana es un honor que la vida me ha dado; y si no fuera porque me estoy poniendo mayor y ya tengo un trabajo que me gusta, no habría nada en este mundo que me gustaría más que ser alcalde de mi ciudad castellana, y trabajar para ella. Para eso ya es tarde y hay que meterse en política, que es una zanja farragosa en la cual no me quiero pringar.

    A Unamuno le dolía España, a mí me alboroza Castilla, incluso con toda la melancolía y la somnolencia de un trayecto de tren en una tarde de otoño lluvioso. Permitanme que cite de nuevo a Machado, porque no paro de leerlo desde ayer:

    " Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía
    Castilla, tus decrépitas ciudades.
    La agria melancolía
    Que puebla tus sombrías soledades"

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