lunes, 24 de octubre de 2016

Realismo mágico...O casi.

    Por querencia natural soy peatona. Siempre que puedo voy  andando,  a trabajar y a todos los sitios donde me llevan mis ágiles piernas en no más de media hora; aunque por estas tierras nórdicas hay días como el de hoy, donde no parece que amaneció ni que amanecerá nunca, que piden coger el metro, no sólo por rapidez, sino casi casi por necesidad fisiológica de meterse bajo tierra. 

    Esta mañana, mi metro, en plena hora punta,  se ha parado en seco entre dos estaciones, nada fuera de lo común ni que nos espante; la estancia en el tunel se ha prolongado varios minutos que todos los usuarios han rellenado con ayuda del bendito teléfono móvil. Los señores se hacen los interesantes y llaman a unas señoritas secretarias anunciando que llegarán tarde, las señoras de edad madura juegan a "Candy Crush" (por qué siempre las señoras maduras? ) aunque también hay otras señoras maduras o no tanto, que llaman a sus secretarias. Los escolares aprovechan para contemplar embelesados a sus Youtubers favoritos sin preocuparse demasiado de avisar a nadie que el metro está bloqueado y que llegarán tarde a clase, no parece importarles mucho. En el vagón del fondo se oye a una ciudadana de país indefinido (antigua república soviética por el acento) cantar "Bésame mucho" con ayuda de un altavoz que le hace los acompañamientos y deja en evidencia a la desafinada cantante en cada cambio de ritmo. A mi lado sentada, una chiquilla de color, con aire simpaticón, tirando a obesa y con gruesos lentes, no más de quince o dieciséis años, no levanta la vista de su libro y me llama la atención porque en medio de este patio de Monipodio tecnológico que es un vagón de metro ella y yo somos las únicas que no miramos una pantalla: ella no levanta cabeza del libro y yo la miro a ella e intento adivinar qué libro es el que ha conseguido abducirla de este mundo.

   "El amor en los tiempos del cólera", traducción francesa en edición de bolsillo. Casi se me saltaron las lágrimas! Una adolescente leyendo a García  Màrquez en el metro en vez de empaparse del discurso del Rubius o perseguir los incombustibles Pokémon. En ese momento el metro arrancó y yo aproveché que la lectora levantó la vista del libro para decirle que era una historia maravillosa, a lo que ella, entre sorprendida y agradecida respondió escuetamente: "sí, lo es". 

   Dos minutos más tarde el metro volvió a pararse  en seco y me tuve que morder la lengua para no atacarla con el relato de los amores imposibles, epistolares y eternos de Florentino Ariza y Fermina Daza, con la descripción de los enfermos y enfermedades que curaba Juvenal Urbino y con los sinsabores de la Compañía Fluvial del Caribe. Me mordí la lengua porque pensé en mis hijos, que me echan en cara que a veces hablo con desconocidos como si fueran de la familia y que no sé callarme, y porque me estoy haciendo sensata, quizás de una vez por todas ya bien pasada la cincuentena. La chica volvió a enfrascarse en la lectura de su libro y los demás volvieron a pegar la nariz a sus pantallas;  yo recordaba aquel pasaje donde Fermina preguntaba a un Florentino añoso si la amaba y éste "tenía la respuesta preparada desde hace cincuentar y tres años, siete meses y once días con sus noches: - toda la vida"...

    El metro por fin arrancó y yo me bajé en la siguiente parada. Queda toda una semana por delante.

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