martes, 26 de agosto de 2014

Regreso al verano, I

    Si me dejo llevar por lo que veo en estos momentos por mi ventana, debería titular esta entrada ¨regreso al inviernö, pero apenas llevo un día en este mi lugar de residencia así que intentando ser positiva, voy a retroalientarme de lo que ha dado de sí mi verano del que, gracias a la ausencia de wi-fi, han tenido ustedes pocas noticias. 

    El verano, la madre de todas las estaciones metereológicas; sobre todo para una servidora, a la que no le asusta el calor y que vive permenentemente añorando su infancia. Dijo Jacques Brel una vez que era de idiotas soñar con la infancia y que, era aún más idiota pensar en ello como en la Arcadia Feliz de nuestras vidas; siento discrepar con una poeta y músico de su talla y a quien tanto escucho en mis tardes (de invierno) pero sí, el verano representa para muchos de nosotros lo mejor de esa Arcadia Feliz llamada infancia, aunque sólo sea por dos poderosas razones: había vacaciones y no conocíamos la importancia de la prima de riesgo. En mi caso concreto el verano era el momento de los viajes, de los campamentos en plena naturaleza, de las visitas a los abuelos en sus campos meseteños respectivos y de leer de corrido todas las aventuras de "Los Cinco" que, bien miradas con el tiempo, eran un leñazo que nos tragábamos porque no había otra cosa que hacer mientras nuestros padres dormían la siesta. Yo en verano siempre he sido feliz, antes (aunque le pese a Jacques Brel) y ahora, con más motivo, porque ya he explicado varias veces que las vacaciones pagadas son la mayor conquista de la clase trabajadora, muy por encima de las demás. 

    Y ya les comenté que este verano había emprendido un largo viaje de más de cuatro mil kilómetros que me ha llevado por media España buscando los olores, los sabores y las sensaciones de mi Arcadia perdida. Mucho camino, pensarán ustedes, para acabar comiendo churros y bebiendo tinto de verano; pero es que hay cosas que, por auténticas y simples son difíciles de encontrar a simple vista y a golpe de avión; requieren paciencia, kilómetros, y si yo me llamara Camilo José Cela una choferesa, pero como me llamo Concha Torres, la choferesa he sido yo misma, y encantada!

    Véase el caso "tinto de verano" del que creo que ya he hablado con mis amigos de Facebook: en tiempos de Mojitos a tutiplén, gin-tonics de maracuyá y cervezas con, sin y sin embargo; un humilde tinto peleón, bien repleto de cubitos de hielo y generosamente regado de gaseosa "La Casera" (y no del sucedáneo que fabrica Mercadona) es una bebida sublime, y cuesta un euro cincuenta con la vista al mar incluida. Con los churos no me extiendo: un euro la docena y la sonrisa de la churrera, que no tiene precio. Y ya que vamos por el lado gastronómico, que me expliquen los restaurantes cómo siguen dando primero, segundo y postre por diez euros, con una calidad más que aceptable. Sospecho que en España, en lo peor de la crisis, el menú de diez euros ha salvado a Mariano el del puro de una revuelta social.

    Sé que soy una afortunada porque dispongo de un mes de vacaciones para recorrer España con la lentitud suficiente para hacerla intensa e interesante. Pero soy sobre todo afortunada por no necesitar más que mis cinco sentidos para disfrutar, y por tener muchos y buenos amigos y parientes (y sin embargo amigos) a los que he ido visitando. Mis hijos opinan que una  buena conexión wi-fi no estaría de más, porque en mi estancia playera (sin wifi, ni lavaplatos, ni supermercado a veinte metros, y débil cobertura telefónica) ellos pensaban estar veraneando en la cueva de Altamira. Con un poco de suerte, dentro de una pila de años ellos también buscarán esa Arcadia perdida y se la enseñarán a sus hijos. Porque como dice la publicidad televisiva de Decathlon, conjuntamente con una marca de material de camping: "el verano es para ir a buscar todo lo que no necesitas". 

    Termino con una efemérides: hoy, festejo mis tres años como bloguera, que se dice bien; y como voy envejeciendo y con ello, perdiendo las inhibiciones, voy a darles alguna pista concreta de mis cosas, aunque sólo sea para que vean por donde me he paseado últimamente. Los mejores churros de España los hacen mis amigos Use y Olga, en su churrería "La Esperanza" del mercado de Ayamonte; el mejor restaurante playero de Andalucía también está en la playa de Ayamonte y atiende por "Los Mellizos", y lo regenta una familia amiga que no tienen precio, y sólo abre en verano (otra razón más para amar el verano) y la mejor carretera de España para perderse por ella, es la "ruta de la Plata" (Vía Michelin les lleva). Si siguen siendo ustedes fieles a esta modesta bloguera, a pesar de llevar tres años escribiendo de cualquier cosa, les prometo más píldoras veraniegas en los próximos días. Gracias de todo corazón a los que llevan  tres años leyéndome, y algunos, hasta apreciándome! Gracias. 

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