domingo, 23 de agosto de 2015

Veraneo sin conexión, I

    Hoy hace exactamente un mes escribía mi última entrada desde los Estados Unidos, y desde entonces no se crean que me pasó un tsunami por encima ni que me reclui en un monasterio, ni piensen que me he cansdo de escribir esta serie de pensamientos desordenados que a algún iluminado se le ocurrió llamar blog (porque cuando es romántico y profundamente existencial se le llama diario, claro) simplemente he veraneado, que es algo parecido a viajar pero no es exactamente lo mismo. Viajar te lleva a lugares recónditos donde nunca has estado y por esa misma razón (y porque hay wifi en los hoteles) te gusta pregonarlo a los cuatro vientos aprovechando el pregonero Facebook y similares. Veranear es ir a donde has ido siempre en verano, que en mi caso incluye aislarse del mundo internauta porque apenas tengo acceso a una conexión como Dios manda, el teléfono móvil tampoco funciona, la tele se ve con interferencias y los periódicos nos da pereza ir a comprarlos. A mí me parece el paraíso y a mis hijos la Cueva de Altamira, pero ya se sabe que nada es verdad ni mentira, sino según el cristal...

    Y tampoco se crean que un mes de silencio ha consistido solo en veraneo, entre una cosa y la otra, un triste acontecimiento me recordó que polvo somos y en polvo nos convertiremos, que es un fastidio la verdad; y que me ha recordado que hay que vivir cada día de tu vida no como si fuera el último, pero casi; porque aquí estamos todos de paso y cuando menos te lo esperas, se acaba la fiesta.O como dice mi amiga la Negra con su particular sorna, "hay que espabilarse y vivir,  que luego vas y te mueres"...

  Y ahora pasamos a la sección de las reflexiones veraniegas que servidora se hace y va apuntando en su libretilla en lo que tiene la calma suficiente para ponerlas en su blog, y sobre todo la oportuna conexión a Internet que tanto añoran mis herederos y que tan poca falta me hace cuando veraneo. Me he dado cuenta que el verano está hecho de olores casi tanto o más que de imágenes o sabores. Mis olores son los de la churrería a las ocho de la mañana, ese olor a masa frita como Dios manda que te despierta y te desea los buenos días con la sonrisa de mis amigos los churreros; el olor del pescado recién puesto en los mostradores del mercado, el de la crema Nivea que aún hay quién la usa por las playas, el de las tiendas de jamones, el del césped recién cortado; el del insecticida contra los mosquitos y el de la sangría de mediodía (aunque no me guste la sangría); el olor de las colchonetas inflables, que tienen un olor, se lo aseguro y el de la Dama de Noche al atardecer. Me quedo con estas muestras e intento olerlos en mis pensamientos para que no se me olvide que el verano existe para mi particular deleite y desesperación de quienes han sufrido este año uno de los veranos ms tórridos de la historia.

    Como cada año sigo constatando las terribles diferencias que hay entre dos playas, una española y otra portuguesa, que apenas distan veinte kilómetros una de la otra: en la portuguesa no hay colillas, no hay perros sueltos que aprovechan la mínima para hacer sus necesidades donde les place, no hay sombrillas rotas abandonadas y las papeleras no rebosan de  bolsas de detritus abandonados desde hace tres días. Es así, cada año voy con la esperanza de que la diferencia no sea tan cruelmente diferente y cada año concluyo que a los españoles nos hace falta una asignatura en los colegios que se llame "educación a la ciudadanía" o educación al respeto del espacio público", pongan ustedes el nombre que quieran, pero nos hace falta. Aunque también es verdad que la playa española es más divertida cuando se pasan horas y horas en ella, porque somos más gritones que los portugueses y a los que nos gusta enchufar la oreja con objetivo antropológico nos cunde mucho más la orilla española del Guadiana que la portuguesa. Por cierto, que apunto con asombro una manía que les ha dado a los españoles de cierta edad (menor que la mía) de hablarles a sus hijos en inglés, cuando me consta que ese inglés es aprendido y no congénito.  He observado también  que las criaturas pasan olímpicamente de las consignas paternas y maternas (me juego el cuello a que son madrileños)  lanzadas en la lengua de Shakespeare y,  que cuando los padres anglófilos se enrabietan, pasan directamente a la lengua de Cervantes, que es la suya, y dicen cosas de toda la vida como "te doy una colleja" y similares, porque claro, vaya usted a saber como se dice colleja en inglés...Ay Señor, Señor lo que nos queda por ver y oir!

    Y con éstas llego al final del primer capítulo de la miniserie "veraneo", no se vayan, porque hay más. Y feliz semana para todos, especialmene para los que ya no tenemos vacaciones, ay!

   

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