miércoles, 6 de julio de 2016

Cosas extraordinariamente banales

    Mi hijo se marchó ayer a Estados Unidos, sin darle mayor importancia a la cosa. Yo creo que él piensa que cruzar el charco es algo natural que se hace cada verano, y a mí me maravilla esa aparente naturalidad con la que estos chicos hacen cosas que a mí, a su edad, me parecían extraordinarias. Yo atravesé el Atlántico por primera vez ya cumplidos los treinta y no me creía  Charles Lindbergh, pero casi, casi. Sólo me faltó llamar al periódico local de mi ciudad para que lo publicaran!

    Supongo que es la misma admiración que yo pude levantar en mis padres cuando hace treinta años llegué hasta Budapest en tren, pasando el telón de acero y todo. O quizás la misma sorpresa (que no admiración en este caso) que cuando me marché a vivir con un tipo sin casarme con él, o cuando me presentaba en casa a las siete de la mañana y me los encontraba desayunando. Será también la misma admiración o sorpresa que mi madre pudo provocar en su propia madre cuando se puso pantalones o fumaba delante de su padre, cosas estas bastante banales, vistas desde el año 2016. O cuando mis abuelos compraron una televisión, que debió de ser la primera del vecindario y que por banal que sea el aparato,  a mis bisabuelos (aún pude conocer a uno de ellos) les pareció una invención del maligno.  Porque así se escribe la historia, la sorpresa de una generación hace que se conviertan en banales los logros de la generación anterior. 

    No les vendría mal a nuestros herederos, sin embargo, darse cuenta que muchas cosas que parecen banales no lo son tanto. Abrimos el grifo cada mañana y sale agua, pero en màs de la mitad del continente africano no es que vayan con el cántaro a la fuente (que alguna de mis abuelas ya lo conoció ese caminito) sino que, además, no hay fuente a donde ir. Blasfeman del colegio y están ahora mismo en la franja ancha de sus largas vacaciones: según la UNESCO, aun hay 58 millones de niños en el mundo sin escolarizar, y parece que es ésta una cifra maldita que no hay manera de bajarla. Nuestros hijos tienen casa, y si me apuran hasta dos, pero hay ahora mismo en Europa 160.000 refugiados que hay que reubicar y que, aunque los países firmaron un acuerdo para ello, no hay manera: apenas unos 600 han encontrado techo desde septiembre para acá. Ojo! es gente que se ha marchado de sus países huyendo de las bombas que les caían a dos metros, no son aventureros que se echan a los caminos con la mochila por gusto. Y así tantas otras cosas, banalidades muchas de ellas según desde qué lado del cristal las estamos contemplando.

    Otra banalidad como ejemplo: las cuatro estaciones; nada tan acostumbradamente repetitivo. Sin embargo, yo vivo en un paralelo donde el otoño es casi eterno y cuando se retira es para darle paso al invierno. A día de hoy, víspera de San Fermín, se ha asomado a mi ventana una tímida primavera después de  35 días de lluvia sin interrupción. He salido a correr esta mañana, antes de trabajar, que es una cosa banal que hago varias veces por semana sin prestarle mayor atención; pero hoy, con 18 grados y un tibio sol más de octubre que de julio, me ha parecido un acto extraordinario. Después de 35 días de lluvia en este Macondo que habito, me ha resultado casi tan extraordinario como cuando crucé el Atlántico por primera vez!

   Y de propina, una canción muy apropiada para el hecho banalmente extraordinario al que hemos asistido hoy. 

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