viernes, 29 de julio de 2016

Donde hay de todo

    Mi austeridad de castellana vieja me impide deslumbrarme ante la abundancia, cosa harto difícil si uno pasa cierto tiempo en Los Estados Unidos. Como yo soy capaz de vivir con bastante poco  (no me lo tomen como un mérito, soy así de nacimiento)  cambio de móvil cuando se rompe, cada vez que cambio de coche me compro uno màs pequeño  y desayuno pan con aceite, cuando vengo a este país me siento como Pepe Isbert recibiendo a los americanos en "Bienvenido Mister Marshall". Después de unos días se me pasa, y esta opulencia y desmesura de los americanos acaba por agobiarme un poco. Esta misma tarde he sido incapaz de terminarme un helado de Dios sabrà cuantas bolas después de haberle rogado al  camarero que me lo trajera pequeño. 

    La abundancia entendida a la americana abarca desde los litros de Coca-Cola, hasta las tazas  de café (misma medida standar: medio litro) desde los rascacielos hasta las limusinas (aún no me he repuesto de la experiencia de subirme a una de ellas) desde las obras de ingeniería hasta las montañas  rusas y desde las tortillas francesas de tres huevos (también medida estandar) hasta las hamburguesas de cinco pisos. Desde las señoras de ochenta años que hacen jogging hasta los obesos de màs de cien kilos que deben ser como la mitad de la población. Desde los periódicos con cuatro suplementos diarios hasta los cubos de palomitas para ir no ya al cine, sino al teatro.

    En este país hay de todo y por su orden, y a poco que uno abre los ojos  se ven cosas inauditas: invitadas a una boda VIP entrando todas en el hotel de lujo con traje largo y los zapatos en la mano, monjas cantando por las calles, gente pidiendo limosna con un cartelito que dice que es para pagarse la quimioterapia, predicadores de todas las religiones posibles e imposibles sermoneando por las esquinas;  cubos de basura a la puerta de los restaurantes rebosantes de comida en perfecto estado, policías que se pasean por las calles y paran a un chicano que va escuchando música y lo registran de los pies a la cabeza, con esposas incluidas; chinos que se manifiestan contra el partido comunista, vegetarianos agresivos, botellas de vodka Absolut decoradas con la bandera gay sólo porque se venden en ese barrio en particular,  gente que se pasea con una iguana colgada del brazo; todas las tiendas abiertas los domingos, retretes públicos de una limpieza inimaginable, pizzerías que te traen la pizza a un hotel de lujo a las tres de la mañana, ricos riquísimos y pobres misérrimos rebuscando en la basura de cada esquina...Y Donald Trump. 

    Me marcho de este país disparatado, alucinante y variopinto en un momento crucial de su existencia. En pocos meses van a tener que decidir si el producto de toda esa abundancia y desmesura puede ser alguien que lleve las riendas de todos ellos o si, como espero, triunfarà la cordura y se pondràn en manos de una mujer, que ademàs es inteligente y sabe lo que se trae entre manos. Como aquí hay de todo, ya han tenido un presidente afroamericano y puede que tengan una señora presidente, que tendrà que gobernar sobre la abundancia, sobre la miseria y sobre la inmensa variedad de todos ellos. Este país, que construyeron los inmigrantes y que se hizo grande corriendo tras el oro del salvaje Oeste corre el peligro de convertirse en una amalgama sosa y radicalizada a imagen de otros que no son precisamente un ejemplo a seguir, no lo quiera el dios de las urnas. Y para terminar, como ayer mismo dijo en su discurso ante la convención del partido demócrata (me lo tragué enterito, vaya pedazo de orador): "América es grande, y su grandeza no depende de Donald Trump". Amén. 

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