lunes, 29 de agosto de 2016

Veraneo olímpico

    Hay veranos con Olimpiadas y veranos sin deporte ninguno; como hay veranos sin veraneo y otros, como el que yo acabo de disfrutar, con veraneo olímpico.  En el reparto del 2016 de la diosa Fortuna, a mí me ha tocado un veraneo de los de antes, de aquellos que disfrutaban algunos de nuestros abuelos (ya sé que no todos, no he nacido ayer) largo, intenso, variado en destinos y paisajes, caluroso y entrañable, festivo y disfrutón. Por eso, creo que es de recibo dedicar esta entrada, que hace la número 460 e inaugura el quinto año (quinto!) de mi Blog a dar gracias, así de simple. 

    Gracias a los aviones por existir, sin ellos mi vida sería bastante menos divertida de lo que es; mis sueños se quedarían en sueños y no se cumplirían como muchos de ellos se han cumplido y las distancias que ahora cuento en dólares a pagar y horas a pasar en el asiento de la clase turista, serían muros infranqueables. En el capítulo de sueños cumplidos, crucé el Golden Gate caminando,  pasé una maravillosa semana en San Francisco y mis pies se posaron en lo más profundo del Gran Cañón del Colorado, gracias. Y gracias al helicóptero en el que visité el Cañón por no caerse, pues debo reconocer que esa ha sido la parte de mi veraneo en la que he dado un paso adelante para no ser la más miedica de la familia. Gracias a Troy, el jovencísimo piloto que se parecía a Tom Cruise por llevarnos y traernos sin más percance. 

   Gracias a nuestros amigos Bishop por existir, acogernos en su casa por segundo año consecutivo, y compartir con nosotros la vida comunitaria de su barrio, las peleas adolescentes, los cumpleaños y las cervezas artesanas de Virginia; gracias por enseñarnos tantas cosas que desconocíamos de la vida americana y que ahora echamos de menos. Y gracias por comerse mi paella...Esa sí que fue una prueba de amistad!

    Gracias al policía-taxista de Las Vegas por aconsejarnos la visita al museo de la Mafia; al taxista Iraní de San Francisco por explicarnos la diferencia entre los Chiitas y el resto y a los recepcionistas más amables y serviciales del mundo que pueblan los hoteles norteamericanos. Y gracias a Tom, el conserje de San Francisco que durante tres días me buscó entradas para ir a ver a Pink Martini que tocaban con la Sinfónica, y que no encontró. Gracias a United Airlines, por evitarnos una tempestad en Chicago y a pesar de lo que protesté, acabar devolviéndonos dinero. 

    Y gracias a mis hijos, viajeros ya infatigables, que caminan horas y horas sin rechistar y madrugan rechistando, pero madrugan cuando es necesario; que se maravillan (ahora sí, por fin!) con las cosas que les enseñamos y que ahorran para volver un día a Las Vegas;  que se tragan muchos museos y monumentos varios solo resoplando y esperando que por las tardes les dejemos quedarse en el hotel al calor de una buena wifi. Y por supuesto, gracias a mi santo varón,  por conseguir entre ambos no ser parte de ese elevado porcentaje de parejas que, según dicen,  se separa después del verano porque la intensa convivencia vacacional se les hace insoportable.  Y gracias, faltaría más, a la suerte que tenemos de poder permitirnos estos periplos, con salud, con dinero y con amor, como diría la canción. Y como el veraneo ha sido olímpicamente largo, me quedan otro montón de agradecimientos para una segunda entrada que les prometo de aquí a dos días, como mucho.  Ya sé que he estado muy calladita en las últimas tres semanas, gracias a no tener wifi, que de vez en cuando también es una bendición!


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