viernes, 25 de agosto de 2017

La playa sí que somos todos

    La terrible frase, gramaticalmente incorrecta, no ha saltado esta vez al ruedo de las frases gramaticalmente incorrectas y un punto idiotas: esta vez Barcelona no somos todos, vaya usted a saber si por el hecho diferencial catalán, por el flequillo CUP o porque realmente la gente se ha dado cuenta que la frase era incorrecta. 

    Con las mismas, yo he decidido emplearla en este mi blog de mis entretelas porque me he dado cuenta que la playa sí somos todos. Para ello, he tenido que pasar casi cuatro semanas de intensa playa, en la que no vivo porque también paso muchas horas en una terraza desde la que también contemplo la playa y en un pueblo con la mejor churrería de España. Pasando muchas horas en la playa se puede llegar a la conclusión (aún incorrectamente formulada) que la playa somos todos. Porque la playa, para empezar, es el lugar más democrático del mundo cuando no es playa privada, ni pertenece a un hotel, ni está constituido como esos terribles Lidos italianos con hamacas como enjambres en los que hay que pagar. 

    En la playa todos somos iguales, o como gustaba decir mi abuela, todos hijos de Dios y herederos de su gloria. Sin atender a cuerpos más o menos esbeltos, o más o menos depilados (en el caso de los hombres españoles actuales, más depilados); sin discriminar entre quienes llevan un bañador de moda y pareo de leopardo o quien sale a pasear sus carnes en el bañador que se compró cuando el Alzamiento Nacional; sin dejar de lado a ninguna familia, ni antigua ni moderna, a ninguna pareja, compuesta por quién lo esté. En la playa caben los vendedores de latas de refrescos y los de vestidos ibicencos, las niñas de buen ver y las que hacen buen caldo por ser gallinas viejas; cabes los honrados padres de familia y los chorizos de la Gürtel, aunque éstos últimos no deberían estar en la playa sino en chirona. Incluso en la playa más pija posible, en la cala más atascada de yates de Formentera, puede aterrizar una familia de Móstoles y plantar su toldo con cortavientos con sus tappers de filetes empanados y su gaseosa de litro y a ver quién es el guapo que se atreve a decirles que se vayan! 

     El campo no tiene esa cosa igualitaria que tiene la playa, porque en muchos casos es una finca o un terreno acotado. Tampoco lo tiene la montaña, porque a la montaña hay que tener muchas ganas de ir y no padecer de vértigos, hipertensión ni otras muchas cosas. A la playa casi todo el mundo va, y al que no le gusta la arena, siempre le queda el recurso de contemplar el mar desde una terraza o de templarse a tintos de verano en un chiringuito. Esa misma cosa igualitaria tiene su desventaja: la playa también es de los dueños de perros que no los llevan atados y asustan al personal que se los cruza (servidora, cada mañana cuando sale a correr) de los desalmados con altavoz portátil donde suena "despacito", de las madres de bebés con el vientre suelto que olvidan tirar los pañales en las papeleras, de los que fuman y tiran las colillas aún encendidas en la arena, de Mercadona y sus bolsas, que pueblan las costas españolas en mayor abundancia que las sardinas, de los chiringuitos que anuncian eventos varios con octavillas y de los aviones con publicidad. La playa es de los gritones y los que insultan de la misma manera que lo es de los que sonríen y te dan los buenos días cuando te los cruzas; es de moros y cristianos, del Madrid y del Barça, de izquierda, derecha y hasta de Podemos cuando no sabían de qué lado eran. 

     Eso es lo bueno de la playa...Y también lo malo. Pero a mí se me está acabando y solo quienes me conocen saben lo que la voy a echar de menos los siguientes once meses de mi vida! 

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Excelente post.
    Ando buscando precisamente pantalon ibicenco hombre, pero es complicado encontrarlos.

    saludos.

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