miércoles, 1 de agosto de 2018

Espejito, espejito

    En estos días de mi verano invencible, me miro cada mañana en un espejo con especial atención. No por nada especial, pues en este sitio de mi recreo me paseo con pelos de loca al viento, unas gafas de sol que me tapan media cara y unas chanclas añosas; me miro con cierto cuidado porque me tengo que untar  de crema protectora factor 50, para evitar acabar la temporada con la cara como mapa. También me miro más porque en este paréntesis de mi frenética vida, no existen ni la prisa ni los horarios, y el espejo recibe una cuota de poder que durante el año no le concedo ni loca. 

    Es el mismo espejo de cada año y de cada verano invencible. En él he ido descubriendo desde hace veinte años una arruga más, un pómulo más caído, una raíz gris de una cabellera que otrora fue morena de verde luna y ahora hace lo que puede por no ser blanca. Ese espejito que no es mágico ni mucho menos, me devuelve un rostro más marcado, más anguloso, menos fresco quizás. Me dice que los años pasan y para nada en balde, me recuerda que he criado en este lugar a dos seres camino de ser adultos, y que aquí han aprendido cosas importantísimas para sus vidas: a nadar, montar en bicicleta, proteger su piel del sol,  vivir al ritmo  de las mareas, pescar coquinas, navajas y cangrejos y, sobre todo distinguir un churro mal frito de otro que sea exquisito. El espejo en el que me miro cada mañana me recuerda que las vacaciones son para olvidar que el tiempo es una magnitud; aunque cuando ésto escribo el tiempo de descuento se ha puesto en marcha y el espejo me dice que me despediré  de él para volver otro año más dentro de un año con nuevas canas, nuevas arrugas y patas de gallo que enseñarle. 

   Tengo que ser justa con ese espejo que mañana miraré por última vez hasta dentro de 365, más o menos. Debo reconocerle que con el paso de los muchos años y sus correspondientes veranos (las otras tres estaciones del año no me interesan) me muestra una mujer más hecha y no sé si incluso más derecha, a la que miro a los ojos y le pregunto si todo lo que ha dicho y hecho en los últimos doce meses ha sido para agradar a sus cohabitantes, amigos y semejantes. La mujer del espejito mágico me mira a los ojos mientras unta su cara de Isdin 50 y me dice que con algún que otro patinazo, que si, que llegados a este punto todo lo que dice y hace es para agradar, querer y repartir felicidad, aunque a veces se pase de frenada. A ese espejo jamás se me ocurriría preguntarle si en este reino hay otra más guapa que yo porque la lista sería interminable. Pero me atrevo a preguntarle si en este rincón del paraíso hay otra más feliz que yo y el espejo me contesta, cada año sin faltar ninguno, que no, que no hay otra que con unos kilómetros de playa y unos churros de desayuno sea más feliz que yo. Gracias espejito por recordármelo! 

1 comentario:

  1. Me alegro mucho, Concha.
    Es verdad: con la edad, una aprende a disfrutar de esas no tan pequeñas cosas.
    Que esos próximos 365 días te llenen de arrugas y canas preciosas...¡como las de tu madre!
    Con mucho cariño

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