lunes, 28 de abril de 2014

Para apagar las velas

    En el suplemento especial que El País publicó a la muerte de García Márquez, había un curioso artículo donde Almudena Grandes relataba como sin ser amiga de festejar sus cumpleaños, hizo una fiesta para sus 45 que nunca olvidará porque en ella se presentó sin avisar su amigo Joaquín Sabina con Gabo bajo el brazo, que estaba de paso por Madrid. Dice la Grandes, que desde entonces no ha sido capaz de volver a organizar una sóla fiesta de cumpleaños en su casa. No me extraña, yo probablemente aún no me habría repuesto del susto.

    Y en pocos días, servidora va a cruzar el Rubicón de un año más, el último antes de cambiar de prefijo, ustedes ya me entienden. No voy a hacer ninguna fiesta porque además no soy muy dada a ellas, pero si por un casual comprara una tarta y unas velas y me diera por cantarme "Feliz, feliz en tu día" no estaría mal que me ocurriera algo como lo que le ocurrió a Almudena Grandes...claro que para eso hay que ser escritora y yo no lo soy, o ser amiga de Joaquín Sabina, cosa poco probable. Y encima Gabo se ha muerto (vaya fastidio!) y ya no puede presentarse por sorpresa en casa de nadie, ni siquiera utilizando el realismo mágico de sus novelas. Así que no será ese el encuentro improbable que me sucederá esta semana. 

    No soy yo tampoco muy mitómana, pero si se presentara Vargas Llosa en mi cumpleaños me desmayaría de gusto; como si viniera Woody Allen, a quien no le pediría ni tocar el clarinete, con hablar con él cinco minutos me conformaría. No me importaría soplar las velas delante del Papa Francisco pues me resulta un personaje simpático, y creo que ser Papa y resultar simpático, a quienes no militamos en su bando,  ya es todo un mérito. Y ya pasándonos a un terreno más banal, George Clooney sabe (bueno, en realidad no lo sabe) que siempre es bienvenido en mi humilde morada. 

    Ya contaba en mi última entrada como Miguel Delibes cayó varios enteros en la estima literaria de mi padre una vez que se lo encontró en un restaurante de Tordesillas, le pidió un autógrafo y Delibes se lo negó mandándo a mi padre a paseo (literalmente); así que yo he aprendido que a los famosos, por mucho que los apreciemos, es mejor mirarlos y no dirigirse a ellos cuando uno se los encuentra fuera de tiesto. Famosos que uno aprecie, claro, porque ya les dije que en mis últimas vacaciones isleñas compartí hotel durante una semana con Ana Rosa y, la verdad, no me dieron ganas de pedirle ni la hora.

    En mi lista de encuentros en la tercera fase, recuerdo especialmente un viaje que hice con todo el Real Madrid de fútbol  en un avión de Madrid a Roma, cuando Casillas aún merendaba Nocilla y a mí el fútbol me importaba menos de lo que me importa ahora, que ya es poco. También me crucé una vez en uno de los baños de mi trabajo con la princesa Victoria de Suecia y me quedé mirándola y mirando cómo se colocaba las medias (las monarquías escandinavas son cercanas hasta para eso) diciéndome que esa cara me sonaba del Hola pero no sabía muy bien quién era. Pensarán ustedes que siempre me topo con personas famosas sin reconocerlas...pues no, una vez mi hijo, cuando aún era un pequeñajo con pañales, arremetió con el carro de las maletas en Barajas contra Joan Manuel Serrat, que apaciblemente se comía un bocadillo de jamón y leía el Marca en la mesa de al lado de la nuestra. Me levanté de mi mesa para disculparme, Serrat me miró, o eso me pareció a mí, le acarició la cabeza al crío y me dijo que no pasaba nada; y yo me quedé muerta y sin habla! Y les aseguro que lo de quedarme sin habla no me suele ocurrir. Si Serrat viniera a mi cumpleaños también me gustaría, claro!

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