martes, 9 de septiembre de 2014

Anatomía de un instante

    Espero que Javier Cercas, en el muy hipotético caso que caiga sobre estas líneas, me perdone por robarle el título de uno de sus mejores libros que, de todas formas,nada tiene que ver con lo que les cuento. Y que quede claro que le robo el título, porque no encuentro otra frase que describa mejor lo que les voy a relatar, intentando ser algo que no soy por naturaleza: espiritual y poetica. A ver qué sale.

    Volvía yo a mi casa ayer por la tarde con el ánimo turbulento a pesar de haber pasado una hora en compañía de mi profesora de piano; abro el primer paréntesis: mi profesora de piano es una señora con la voluntad de hierro y una fe en mis cualidades musicales que no merezco. Lleva nueve años transformando mis torpes dedazos en instrumentos para hacer música con cierto éxito, que sería aún mayor si yo me aplicara en el estudio y la repetición como debiera. Mi sueño dorado es poder tocar algún día una sonata de Beethoven, aunque sea sólo un movimiento, y ella afirma que es posible!...Ya les digo, una fe inquebrantable. 

    Como les decía, regresaba yo con el corazón partido entre el sosiego que me proporciona la música y la agitación de espíritu que me asalta todos los años en estas primeras semanas de la vuelta al cole y de la vuelta al otoño; y aquí abro un segundo paréntesis, inevitable para que ustedes comprendan mejor el contexto: en la latitud en la que habito, el otoño es la estación metereológica que sirve de antesala y de prolongación del invierno; es más, es "la" estación por excelencia. Algunos años tenemos suerte y se retira un poco para que nos hagamos la ilusión del verano o la primavera, pero generalmente, ocupa varios meses del año, en los que el color predominante es el verde de los bosques combinado con el gris del cielo. Ayer la agitación paraescolar y metereológica le iba ganando la partida a la paz musical, de ahí lo del ánimo revuelto. 

    Y en esas estaba, harta de tráfico y esperando a que cambiara un semáforo en rojo, cuando de repente entre dos edificios se asomó la luna que acababa de salir (las 20'30 pm para ser exactos). Y no era una luna cualquiera, sino una luna llena, rotunda, enorme, blanca como una novia y reluciente cual bombilla a pesar de que aún no había caído la noche. El pitido del coche de atrás me sacó de mi atontamiento, y proseguí mi camino deseando que los siguientes semáforos en línea recta (y había como cuatro) se pusieran todos rojos para permitirme disfrutar del espectáculo aunque sólo fueran dos o tres minutos más. Y cuando se acabó la línea recta y se acabaron los semáforos, aún tuve el reflejo de aparcarme  brevemente a un lado de la avenida para seguir contemplando esa luna inmensa que me decía "mírame" y se estaba apoderando del poco raciocinio que me queda a esas horas. Hubiera querido hasta perder el poco sentido común restante y parar el tiempo, el tráfico, mis neuronas atolondradas y la suma de los días, sólo para poder mirar esa luna llena, esplendorosa, asomando entre dos birrias de edificios. Lamentablemente, tuve que proseguir mi camino, torcer a mano derecha (y perder de vista la luna) y caer de la nube en la que me había subido yo solita para aterrizar en el planeta tierra al que pertenezco. Lástima que el asombro no produzca en mí la misma calidad literaria que produce el cabreo, pues me hubiera quedado un texto precioso y, este párrafo, ahora que lo releo, peca de cursi, qué le vamos a hacer. 

    No soy Javier Cercas, aunque le haya robado el título de uno de sus libros, donde él sí era capaz de describir con precisión de cirujano y talento de auténtico escritor (no como yo)  un episodio capital de la historia de España. Hoy he vuelto caminando de trabajar, y en vez de contemplar la luna me he partido de la risa al observar a dos chiquillos (el mayor no creo que tuviera más de once o doce años) sacando un preservativo de una máquina callejera que se negaba a entregar la mercancía después de que ellos hubieran depositado las correspondientes monedas. Era tal la decepción de sus rostros y los gestos de rabia, que ganas me dieron de volver atrás y darles un par de euretes para que sacaran otro, pero me dije que me estaba metiendo donde no me llamaban y por una vez fui sensata y comedida, no sé si por influencia de la luna del día anterior, quién sabe. Y ese ha sido otro instante para diseccionar. Y luego me preguntan que de dónde saco todo lo que cuento: "oculos habentes, non videtis"...Ahora vayan y traduzcan, no todo se lo voy a dar yo masticadito!

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