miércoles, 24 de septiembre de 2014

Problemas de identidad

    Hace algún tiempo mi amigo el madrileño me contó una anécdota que me ronda por la cabeza una y otra vez. Resulta que su hijo había recogido un perro abandonado en un hogar para perros y, pasadas unas semanas, y tras ver que el animalito tenía un comportamiento un tanto extraño (jamás lo habían oído ladrar y no comía carne)  lo llevó al veterinario que diagnosticó problemas de comportamiento porque, llegó a la conclusión el doctor canino, el perro no sabía que era un perro! Y de ahí sus rarezas. Bien, pues  con las mismas les digo,  que yo debo tener un problema parecido porque no soy consciente de ser una señora, como lo oyen. 

    No crean que a estas alturas estoy pensando en cambiar de sexo, eso lo tengo muy claro. El problema es que ese enemigo silencioso que se llama "tiempo" sigue librando una batalla sin  cuartel contra mí, y  en nada y menos voy a cumplir cincuenta, que es una edad en la que, si mi memoria no me falla (y no me falla casi nunca) mi abuela ya era mi abuela y mi madre era una señora que se vestía como tal y se comportaba como se tienen que comportar las señoras según el manual al uso. Y yo, no sólo no soy abuela ni me comporto como una señora sino que, además, cuando se dirigen a mí empleando ese prefijo, siento la tentación de volver la cabeza y ver si aún está mi madre detrás de mí, porque ella es una señora profesional, y yo no creo serlo.

    Cuando yo tenía quince años, en las interminables siestas veraniegas de mi familia, y después de haber leído por tercera vez toda la colección de "Los Cinco", me dedicaba a imaginarme a mí misma con la  cincuentena que estoy a punto de traspasar. La prueba de que la imaginación de los nińos que no tuvimos móvil ni tableta es desbordante, es que yo me veía como una señora alta, delgada, con el pelo cardado, unas enormes gafas de sol, un carísimo conjunto de Chanel y un bolso más grande que yo misma, y subida a unos tacones de vértigo...La realidad dista mucho de aquella ficción. Y no sólo dista, sino que además no me resigno a caer en el molde señoril, que quizás con mi edad, mi pelo teñido y mis primeras patas de gallo sea el que me vaya mejor; y miren ustedes que en mi infancia tuve a mi alrededor unos cuantos ejemplos de señoras...muy señoras, no sé si me entienden. Se ve que no aproveché en absoluto sus enseñanzas.

    Continúo viviendo con mi apellido de soltera, y eso en estas latitudes en las que habito no es siempre fácil de hacer entender; me disfrazo para ir a trabajar y el fin de semana vuelvo a mis vaqueros de la misma talla en la que cada vez me cuesta más entrar y a mis zapatos Geox planos como la meseta castellana. La última vez que pasé una tarde entera subida a unos tacones considerables fue en una boda hace un año y pensé que tenía que pedir cita en el traumatólogo al día siguiente. Voy a la peluquería únicamente a tapar mis miserables canas y  este verano he vuelto a comprarme ropa de los colores más gritones que he encontrado porque a pesar de lo que me gustan los grises y beiges hay que reconocer que envejecen. Vuelvo del supermercado cargada de bolsas hasta las cejas, cuando el manual de la perfecta señora dice que el pedido te lo llevan a casa; he aprendido a mirar el nivel del aceite y la presión de las ruedas y dudo que las señoras de manual sean capaces de ello. Mi asignatura pendiente es comprarme un GPS, porque lo único que cumplo fielmente de mi condición de señora renegada es el perderme hasta en una plazade toros. Y salgo a correr por las calles embutida en unos modelos atléticos fosforescentes a riesgo de que me vea algún conocido y se santigüe a mi paso...algo que una señora cincuentona debería pensarse dos veces antes de hacer, digo yo.

    Vivir en un sitio donde te llaman "Madame" no ha arreglado mucho las cosas y sigo sin enterarme que a estas alturas debería asumir que ya no soy ni una chiquilla ni la estudiante Erasmus que se metió el mundo en una mochila: mochila que todavía llevo los fines de semana, apunto. Como no tengo remedio, el domingo pasado, salí dar una vuelta en bicicleta con mi hijo y en las cuestas abajo, olvidando mi edad y mi posible condición de señora, me levantaba del sillín para hacer la cabra a riesgo de dar con mis huesos en el asfalto...porque no me he enterado que soy una señora, claro ! Algún tratamiento  como sugerencia? 

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