domingo, 19 de abril de 2015

Robar, creer, vivir

    A la visto de lo que acontece, me temo que en estos nuestros países católicos del sur de Europa, no nos aprendimos muy bien los diez mandamientos. O quizás (al menos en la versión española) no eran suficientemente claros, porque nos estudiamos lo de "no codiciarás los bienes ajenos" donde quizás hubiera sido mejor poner directamente "no robarás", para que la cosa quedara tan clara como en el quinto, que dice "no matarás" y no "no procurarás el deceso del prójimo".

    Robar se considera en muchos casos un pecadillo venial, o al menos no se le da toda la importancia que debiera. O no llamamos nosotros robar a cosas que sí lo son, como escamotear el dinero de las vueltas del pan cuando éramos pequeños, largarnos de un hotel con una toalla de recuerdo y de ahí pasar directamente a defraudar a hacienda, que para algunos no sólo no es robar sino además un deber patrio. A mí la primera lección de este sujeto me la dieron cuando ya era mayorcita el año que disfrutaba de mi bendita beca Erasmus. Yo veía que en la puerta del comedor universitarion de Lovaina (Bélgica) los estudiantes dejaban descuidadamente carteras con libros, calculadoras, bolsas de la compra, cascos para andar en bicicleta y bolsas con material deportivo, entre otras muchas cosas. "Nadie las roba?" preguntó en el año 89 la cateta que esto suscribe y un compañero estudiante me dijo: " de qué sirve robarle a otra persona lo que tú mismo necesita cada día para estudiar o vivir?" Para que vean ustedes que estos gobiernos que apelando a la austeridad educativa se quieren cargar el programa Erasmus, desconocen la utilidad civilizadora que ha tenido. 

    Los españoles, como los italianos, los griegos, ciertos franceses y en menor medida los portugueses, no llamamos robar a muchas cosas que sí lo son. Entre ellas, la corrupción, que es una forma de robo que los jueces disfrazan en sus acusaciones como "alzamiento de bienes" , "evasión fiscal" o "desvío de fondos": ROBAR, señores, robar con todas sus letras mayúsculas..Robar un sobre de mortadela en el Mercadona es robar, aunque nos provoque cierta conmiseración; no pagar a hacienda como se debe es robar, aunque pensemos que hacienda nos está robando a nosotros; llevarse las toallas y los albornoces de los hoteles es robar; meter la mano en el bolso de la pasajera del metro y quitarle la cartera o el iPhone es robar, aunque no haya violencia por medio, y hacer lo que han hecho elementos como Urdangarín, Rodrigo Rato, Granados, Bárcenas y tantos otros es robar, y punto; y cuanto antes se lo expliquemos a los chiquillos de párvulos mejor, con un vídeo en Youtube, un Power Point o lo que sea, visto que el Catecismo no fue muy eficaz.

    Ahora, con este frenesí de ladrones que nos rodea, nos estamos echando encima otro problema, importante en un año electoral: creer. No creemos en nadie que se llame a sí mismo  político porque nos parece que los que ya están son todos unos ladrones y los que vienen, aspiran a serlo. Los jóvenes no queieren votar porque piensan que no merece la pena ("todos roban") y las viejas votan a los ladrones conocidos porque piensan que, al menos son de los suyos. Léanse el artículo de de Luis Garicano de hoy en El País económico, donde habla de la necesidad de acabar con la corrupción y sobre todo, con ese pacto con el diablo que muchos electores hacen con los corruptos si a cambio generan bienestar y puestos de trabajo. Un iluminado este Garicano, el mejor fichaje que ha hecho Cuidadanos, y la política en general en muchos años a la redonda. Hay que acabar con la corrupción porque, además genera una sociedad de desencantados y descreídos, algo que no es sano ni sostenible.

   Y todos necesitamos creer en algo o en alguien, hasta los agnósticos entre los cuales me encuentro. Necesitamos creer y que crean en nosotros, es una de las bases del progreso humano. Yo misma me pongo como ejemplo; no sería lo que soy ni hubiera llegado a donde estoy de no haber sido por tres personas, de las que dos ya no están en este mundo: mi padre, que creía que yo podría ser alguien a pesar de no despuntar en belleza y encanto como rivalizaban las mujeres de mi familia. Ana Díaz Medina, mi maestra de la Universidad, que creyó en mí y en un puñado de ideas que le presenté para hacer una tesis doctoral por la que nadie daba un duro y luego resultó; y mi comadre Celeste, que creyó en mis posibilidades para ejercer un trabajo que adoro y que ni yo misma soñaba que un día podría llegar a hacer. Y ya me dejaba a mi santo varón, que tiene el mérito de creer en mí y en mis chifladuras (y soportarlas) desde hace casi 24 años; a mis hijos aún me los tengo que ganar, porque los padres de familia tenemos ese reto pendiente cada día de nuestras vidas, aunque espero que acaben creyendo en mí como yo creo en ellos. Pero ya ven, necesitamos que crean en nosotros, y si todos somos ladrones y mentirosos, nadie lo hará. Fin del sermón, podéis ir en paz.

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