domingo, 26 de abril de 2015

Tercera salida del armario: si por mí fuera...

    Si por mi fuera, y tuviera poder para que mis deseos se hicieran realidad, unas cuantas cosas que damos por adquiridas y soportadas en la vida cotidiana, ya no lo serían más. Empezando por la "movilocracia" que es una palabra que yo me acabo de inventar para definir el insoportable mando que tiene el teléfono móvil sobre nuestras vidas. Nunca imaginamos que se prohibiría el tabaco en los lugares públicos y ocurrió, así que, por qué no soñar con que algún día el móvil tendrá restricción de empleo en museos, restaurantes, cines, salas de conciertos, trenes en marcha, vagones del metro y demás espacios de uso público donde es difícil abstraerse de las conversaciones ajenas que no nos interesan. Y con multas gordas para los infractores, claro.  De paso, podrían empezar a fabricar móviles con un crédito limitado de "selfies", digamos unos cincuenta para toda la vida útil del aparato, y ya soy generosa. Una vez sobrepasado el número límite de autorretratos en posiciones idiotas y lugares comunes, el aparato se autodestruiría como los mensajes de las películas de espías. A los vendedores del nefasto "palo-selfie" les prohibiría el acceso a ciertos monumentos capitales del mundo (Torre Eiffel, Taj Mahal, Coliseo, Torre de Londres) y les pondría a todos un puesto en la puerta del mercado de abastos, por ejemplo. 

    Si por mi fuera, todos los jóvenes que acaban sus estudios y reclaman un puesto de trabajo y la posibilidad de comprarse un piso deberían estar obligados a hacer unas prácticas de un mes en lugares como una escuela de barrio periférico, una comisaría en turno de noche, las urgencias de un hospital público o repartierndo ropa usada y víveres en un centro de acogida para emigrantes. Quizás fuera incluso positivo que la medida se nos pudiera aplicar a todos con efecto retroactivo, un mes no es nada en toda una vida y es más que suficiente para abrirnos los ojos. 

    Si por mi fuera, ciertos establecimientos comerciales deberían tener una tarifa plana y descuentos fiscales, dada la enorme labor social que llevan a cabo: peluquerías, gimnasios, piscinas públicas, los bares de la esquina (esos donde te conocen y saben cómo te gusta el café y cual es tu tapa preferida); las guarderías, los despachos de lotería, las panaderías y las farmacias a la antigua usanza. Por contra, freiría a impuestos a los gastrobares japoneses, las tiendas chinas, las de cigarrillos electrónicos y las de complejos vitamínicos.

    Si por mi fuera, habría topes salariales para los futbolistas y doble ración de vacaciones para los enfermeros, los cuidadores de los mayores, los jueces y los barrenderos. Tres pagas extras para los consejeros de los bancos que, de verdad, consiguieran repartir dinero entre sus accionistas sin hacer trampas y suspensión de empleo y sueldo a cualquier alcalde de provincias que plantee la construcción de un museo de arte contemporáneo y contrate para ello a un arquitecto estrella. El presidente del gobierno tiene que estar bien pagado aunque sea un idiota incompetente, al menos durante sus primer mandato, eso nos haría pensar dos veces a quién votamos. 

    Y a estas alturas de mi casi medio siglo sin asimilar, si por mi fuera,  eliminaría de un plumazo muchas cosas molestas: el olor de los ambientadores de coche, los zapatos de tacón, las prendas de color naranja y amarillo, la ropa interior sintética, los vinos espumosos baratos, las colchas de ganchillo, las miniaturas de los huevos Kinder (y las colecciones de ellas) más de la mitad de la programación de Tele5 y las series de televisión sobre comunidades de vecinos. No creo que un mundo sin Belén Esteban, sin el Estado Islámico, sin Fidel Castro, sin Kim Kardashian, sin Bárcenas y sin Rita Barberá sea peor que el que tenemos así que, si por mi fuera, que los manden a Marte en una de esas naves espaciales que tardan años en llegar. 

    Ay! si por mi fuera...Un mundo sin nicotina que mate a pobres adictos al tabaco que no lo saben, un mundo donde todos los niños supieran leer una partitura musical y tocar un instrumento, el que quieran; donde el ruido sea música y la violencia sea un mal humor pasajero. Un mundo donde cada noche pasaran por la televisión una película antigua de John Ford o de Billy Wilder, con la wi-fi racionada a un par de horas diarias y las avenidas de las ciudades sembradas de naranjos y limoneros. Un mundo con menos coches (y no necesariamente más bicicletas) y menos semillas mutantes, donde los tomates sepan a tomates y los churros se frían cada mañana en aceite de oliva en la esquinita de tu casa. 

    Si por mi fuera, ese sería el mundo a mi medida. Llevo casi cincuenta años aprendiendo a vivir en otro, el que me ha tocado, que tampoco está mal, vaya...
   

   

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