viernes, 5 de junio de 2015

Así que pasen cien años

    Un mes después de estrenados los siguientes cincuenta años de mi vida, ya me ha quedado claro que ese año 2015 con el que yo soñaba de niña, lleno de coches que se desplazaban por los aires, de personas que se teletransportaban y de trajes de plexiglás no es el que estoy viviendo. Tan solo una de las premoniciones de mis adoradas series de ciencia ficción se ha hecho realidad: la de hablar por teléfono viéndole la cara a nuestro interlocutor, cosa que mis hijos creen que es una banalidad como servirse un vaso de leche,  aunque si me la llegan a contar no ya hace cincuenta, sino hace veinte años, me hubiera echado a reir. 

    Ese mundo en el que ya no habría enfermedades, ni atascos de tráfico, ni nos quebraríamos la cabeza con los dictados de la moda (insisto en lo de los trajes de plexiglás, que tienen sus ventajas) no ha llegado; ahí los guionistas de Hollywood estuvieron poco clarividentes, o se les fue la mano con la imaginación, adelantándose en el tiempo,   y todo eso que nos anunciaban aún hay esperanza de que llegue a ser verdad. Francamente, Julio Verne un siglo antes atinó bastante más: el hombre llegó a la luna y los submarinos existen; bravo por el francés en sus vaticinios, la verdad.

    Predecir el futuro es un triple salto sin red, y la prueba es que todos los que lo intentan, salvo honrosas excepciones, se equivocan. Y en esa nebulosa llamada futuro hay miles de variables, muchas de ellas nada tienen que ver con lo que mi madre y otros seres superados por la tecnología llaman "esos cacharros". Un ejemplo? los idiomas. Yo estaba obsesionada con ellos ya desde niña, y en esa obsesión participaba mi padre, que como buen castellano viejo solo hablaba eso, castellano; pero que era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de sus carencias: "hay que saber idiomas, muchos, y escribir a máquina"...Cuántas veces oímos esa frase no sólo de mi padre, sino de todos aquellos padres que ni hablaban idiomas ni se imaginaban que la máquina de escribir sería hoy un objeto paleolítico. Les cuento algo para que se rían? Hace más de veinte años cuando llegue a esta ciudad, un chico me prestó unos carteles para tapar los desconchones que tenía la pared de mi  humilde habitación de estudiante. Uno de ellos, propaganda financiada por la UNESCO, tenía una frase en grandes letras que decía "los futuros analfabetos hablarán sólo una lengua"...Está claro que con ese ciclón llamado "inglés" el futuro ya está aquí, y todos nos hemos ido poco a poco convirtiendo en grandes analfabetos, porque incluso los que hablamos varios idiomas, cada vez los utilizamos menos. Como nota a pie de página añadiré que el chico que me prestó los carteles, sigue compartiendo su vida (y los desconchones de las paredes, que ya van saliendo) conmigo, pues pasó de ser el que prestaba los carteles a ser el padre de mis hijos...Que eso sí que es un triple salto mortal con doble pirueta lateral y todo!

    En cuanto a los cacharros de mi señora madre, lo único que han conseguido es crear una humanidad a dos velocidades en la que los que han entrado en el mundo táctil y portátil llevan varios cuerpos de ventaja y se aíslan menos que los que siguen apalancados en la tecla y la televisión con telediario a las tres de la tarde. Yo no sé cual es el límite en esta escalada tecnológica, pues hace unos días me he enterado que Apple va a dejar de fabricar iPods, que a mí me parecen los mejores cacharros que se han inventado jamás, porque me permiten escuchar música mientras corro y quemo calorías y ansiedad a partes iguales,  y porque abultan lo que una caja de cerillas. Pues bien, el iPod es un aparato de tal excelencia que Apple, desprovista de la sabiduría de su santo patrón Jobs (que el dios de la robótica tenga en su gloria) ha decidido dejar de fabricarlo, no sea que los malditos humanos, tan sentimentales ellos, se aferren a sus reproductores musicales y ya no podamos venderles nada nuevo. Y así hasta cuando? Catorce años nos ha durado la alegría, en este caso particular. 

    Mi madre y algunas de sus amigas mendigan por las tiendas de teléfonos uno de teclas si es que les quedan, y en los aeropuertos, pobre señores maduros (que no viejos) no saben que hasta la maleta se la tienen facturar ellos mismos tocando unas pantallas táctiles, otra vez ellas, que nadie les ha enseñado a usar. Yo, a este paso, tendré que pedir la beatificación del chorizo que me robó mi último móvil Nokia de teclas, al cual estuve maldiciendo durante meses pues, sin ese hurto, jamás hubiera dado el paso adelante del teléfono inteligente, táctil y que se descarga con mirarlo. Les confieso una cosa al filo de este viernes noche, con rayos, truenos y relámpagos cayendo a mi alrededor (tal cual se lo cuento): estoy hasta las narices de que los fabricantes de cosas hayan decidido como tenemos que comportarnos las personas para poder seguir viviendo...Y mientras,  tecleo en esta patata de  ordenador, casi casi una máquina de escribir,  estas mis grandes palabras y sigo fascinada con la espectacular tormenta que veo a través de la ventana. Por suerte, la naturaleza aún sigue siendo salvaje e indómita. Buenas noches y feliz fin de semana para todos que, por cierto, no estaría mal que algún espabilado inventor de esos nos inventara los de tres días...

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