jueves, 25 de febrero de 2016

Nada que declarar

    Como todos los usuarios de Facebook, padezco la sobredosis de gatos, frases del Papa e insultos gratuitos a Pablo Iglesias; ahora se han añadido las filmaciones de partos y nacimientos, algo que no entiendo muy bien y de lo que me ocuparé otro día. Sigo ahí, porque como dicen mis hijos, Facebook es la red social de los viejos (para ellos yo soy vieja, evidentemente) y porque de vez en cuando también me llega algo que merece la pena, como hace unos días, cuando me leí un recorte de prensa haciendo alusión a la generación Erasmus, a la que creo pertenecer (porque el programa Erasmus también es viejo) y al papel que, moralmente, debemos desempeñar para evitar que Europa vuelva a ser un laberinto de fronteras.
    Completamente de acuerdo, y yo como la que más, que soy militante anti fronteras. Sin ir más lejos hoy las he cruzado dos veces;  en un tren de alta velocidad, sin darme cuenta que las cruzaba y apareciendo en un lugar distante dos horas de mi casa, donde se habla otro idioma y tienen otro rey, pero por suerte (aún) la misma moneda y los mismos valores humanos. No sé cuanto tiempo nos va a durar esta fortuna a los que vivimos en unos países que son de tamaño provincia, y verdaderamente espero que en algún momento del futuro cercano, el menos común de los sentidos que es el sentido común, le gane la partida a la sinrazón que quiere gobernarnos...No soy muy optimista al respecto.
    Aún recuerdo como si fuera ayer la primera vez que crucé una frontera en mi vida, que obviamente era la raya de Portugal, en tiempos en los que en las fronteras había unos señores con bigotones, fusil y cara de pocos amigos guardándolas. Aún recuerdo las advertencias de mis padres de cerrar la boquita cuando el policia nos abriera el maletero y pidiera los documentos y la solemnidad del procedimiento, comparada con la banalidad de los cruces fronterizos de hoy. Sinceramente, no lo echo de menos. El alma vagabunda que aún habita en mí necesita creer en una Europa que se puede recorrer desde Berlín hasta Calabria y desde Badajoz hasta Varsovia sin enseñar un pasaporte; y si ese mismo camino lo hacen unas pobres gentes que vienen caminando y escapando de una guerra atroz que no sabemos cómo acabar con ella, también estoy dispuesta a asumir el riesgo de que me roben la cartera...Porque generalmente el que mete la mano en la cartera ajena es uno que ya estaba entre nosotros con anterioridad.
    Y ahora vuelve al ataque la historiadora que un día fui y ya no soy más: hagan ustedes memoria de la cantidad de guerras desencadenadas en la historia por culpa de una frontera. Y si no quieren remontar ustedes hasta la caída de Roma, quédense con Hitler invadiendo Polonia y todo lo que vino después. Un repasito a los libros de historia de nuestros hijos vale, la Wikipedia, también. No quisiera yo ver esta Europa de mis amores, que recorro como si fuera el patio de mi casa, convertida en el escenario de Juego de Tronos, quizás con menos sexo e igual violencia, y sin trasfondo peliculero.

    Digan lo que digan los extremistas, los políticos metidos a actores de telenovela, los actores metidos a políticos, las señoras antiguas, los jubilados aburridos, los catetos recalcitrantes, los voceros de Facebook, los estrechos de mente y anchos de tontería y los columnistas de periódico digital, lo mejor de las fronteras ocurrió cuando desaparecieron. Y a mí, lo mejor de la vida me ocurrió cuando cruzar las fronteras dejó de ser un esfuerzo; el nucleo duro de mis seres más queridos han venido de otras fronteras, algunas muy lejanas,  y no espero otra cosa para mi jubilación que cruzar unas cuantas más, a ser posible remotas. Y las cercanas, que sigan sin existir. Viva Schengen y la madre que lo parió!

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