domingo, 26 de noviembre de 2017

Intocable

    De entre las muchas cosas de las que me he dedicado a protestar desde hace seis años en este blog, no sé si le ha llegado el turno a esa costumbre tan española de besarse sin ton ni son y sin motivo justificado; si estoy repitiéndome en eso, les ruego que me perdonen, son muchos años y muchas entradas escritas. 

    Digo que es una costumbre española porque me llama la atención la cantidad de gente que se tira a tus mejillas sin apenas  conocerte, comparado con el clásico y un poco menos arrebatador apretón de manos que se estila por estas tierras nórdicas que habito; un saludo frío quizás, e incluso en otros tiempos reservado solo a los caballeros, pero ciertamente más natural que la cantidad de achuchones y ósculos más o menos sonoros que le dan a una por la calle paseando por España.  Será que la memoria empieza a jugarme malas pasadas, pero no recuerdo que los españoles fuéramos tan besucones. Dicho lo cual, en mi trato diario con gente de de más de veinte países constato que desde la insistencia en el besarse, hasta ciertos nórdicos más nórdicos que estos que me rodean, que ni te miran a la cara cuando te hablan porque es de mala educación, hay un abanico de usos humanos que daría para escribir tres volúmenes de quinientas páginas.

    No sé si prefiero el beso compulsivo, el apretón de manos diplomático,  o la campechana palmadita en el hombro, pero de lo que sí estoy segura es de necesitar cierto contacto humano. Y lo sé porque casi toda esta semana me la he pasado con la garganta en llamas cual Falla valenciana en día de San José, alguna que otra tos y los oídos zumbándome;  y cuando una se pasea con esos síntomas, ni besos, ni manos tendidas, ni nada de nada. Los primeros que huyen de la quema son mis cohabitantes, que entran en una fase del año complicada  donde preparan exámenes, estudian exámenes, hacen exámenes y los corrigen; y para todo ello, los mocos y las gargantas inflamadas son como las siete plagas egipcias todas juntas. Los siguientes, mis compañeros de fatigas laborales, porque vivimos todos de nuestra voz y de hablar mucho. Y entre unos y otros, cuando una saca un pañuelo de papel, o carraspea antes de empezar a hablar, se convierte en una apestada e intocable. Lo mío se pasará, aunque en este primer mundo de la opulencia, tener un catarro o una faringitis sea considerado ya casi una peste bubónica,  pero ni imagino lo que pueden sufrir aquellos a los que no se les pasa, en otros mundos menos afortunados.

   Y así, pensaba yo en esta semana en todos esos ancianos arrugadísimos que han perdido a todos sus parientes y ya no tienen quien les acaricie una mejilla; en esa gente que no tienen amigos y se mueren solos en casa (aunque los tengan, y abundantes,  en Facebook); en los presos de las cárceles que hablan con sus seres queridos a través de un cristal, en los niños abandonados a quienes les han faltado durante años a veces, los achuchones y el roce contínuo de otra piel  que todos los bebés disfrutan; en los enfermos aislados en cámaras asépticas a quienes les pasan la comida por una ventanita de plástico...Qué duro es no tener otra piel humana unas horas al día, unos minutos ni siquiera...Y qué poca importancia le damos al contacto humano de verdad,  que tanta falta nos hace más allá del besuqueo atontolinado, de la mera cortesía e incluso del sexo, ya sea gratis o de pago.

    Tener derecho a un roce, una caricia, a que alguien te coja la mano cuando vienen mal dadas, a no morir en soledad y a tocar otra piel humana al menos una vez al día deberían convertirse en derechos fundamentales de los ciudadanos. Se lo dice una que es intocable desde hace casi una semana, ahí les dejo la idea, con una canción de propina. feliz domingo.


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