lunes, 6 de mayo de 2019

Puertas abiertas

    Este sábado pasado la institución para la que trabajo (una a la que todo el mundo pone a escurrir y no es Hacienda) abría sus puertas al público, como hace cada año. Este 4 de mayo del 2019, más de 30.000 personas se han acercado a vernos y ver cómo son estos edificios en los que trabajamos, y allí estábamos un puñado de intrépidos y voluntariosos funcionarios para recibirles. No quiero parecer quejosa, la cosa tiene sus compensaciones y es una actividad a la que me entrego con gusto, pues me parece muy necesaria para explicar lo que hacemos al mundo real y, si es posible, que dejen de ponernos verdes. 

   Como vivo en la segunda ciudad más cosmopolita del mundo (la primera es Dubai) en esos 30.000 visitantes ha habido de todo un poco y de todas partes. Gran afluencia mañanera de japoneses que, aunque los tiempos han cambiado,  ellos siguen fieles al estereotipo de querer fotografiar y que les fotografíen; ni sé cuántos móviles de lujo pasaron por mis torpes manos para retratar a la mitad del Imperio del Sol Naciente que ese día vino a visitarnos. 

    Por la tarde, comenzaron a llegar grupos de mujeres  musulmanas (versión velo) en grupos de dos o tres y cargando una buena prole infantil. Ellos (los padres) a saber dónde estarían, prefiero pensar que trabajando, aunque también probablemente viendo el fútbol en el sofá de su casa. Entre todos esos grupos que pasaron me quedé prendada de un pequeño de seis o siete años de nombre Ismael (o Ismahil) que me contó orgullosísimo que él hablaba tres idiomas y que era capaz de ir cambiando de uno a otro sin despeinarse; dando por hecho que eso que yo le expliqué que hacía cada día (hablar varios idiomas e ir cambiando de uno a otro) era pan comido para él. 

    Ismael vino con su hermano pequeño, más tímido pero igualmente políglota; con su madre y ésta, con una amiga rubísima de ojos platino que era la madre de un niño rubio y regordete, menos dicharachero pero que me dejó muy claro que él, además de francés y árabe, también hablaba estonio, lengua que supongo era la de su rubia y recatada madre. Los tres chiquillos hicieron preguntas, me cantaron una canción de cuna en dos versiones, francés y árabe, y continuaron su recorrido bien aferrados a unas banderitas azules con estrellas amarillas y a unas pegatinas y caramelos que yo les regalé. Quisieron hacerse una foto conmigo, contrariamente a los japoneses, que solo querían que les fotografiases a ellos e Ismael,  además, me preguntó muy serio si él podría venir dentro de unos años a trabajar conmigo, asumiendo que yo era lo suficientemente joven para esperarle hasta entonces (gracias Ismael) y que él ya estaba suficientemente dotado para la profesión...Buenas hechuras tiene, desde luego. 

    Hoy miro la foto que nos hicimos y veo a esas dos mujeres, una marroquí y otra estonia que comparten una fe común y un velo que yo no comparto ni apruebo, pero que llevan a sus hijos a visitar la casa común de todos los europeos, no sé si para pasar una desapacible tarde de primavera o para que aprendan que ellos son ciudadanos como nosotros, por muy emigrantes que sean. Quisiera pensar lo segundo, por supuesto.  Y veo en la foto a ese Ismael de ojos negros como carboncillos y sonrisa cautivadora y quisiera creer que hay una posibilidad de que en una jornada de puertas abiertas (de lo que sea) se abran puertas de verdad a estos chiquillos que nada tienen que ver con la inquietud, los conflictos ni la religión mal entendida de sus mayores, y de los que malamente acogen a sus mayores. Que las puertas de Europa siguen abiertas para todos aquellos que viven y trabajan en ella, que nos traen sus hijos, esos que nosotros ya no tenemos porque somos un geriatrico continental, y nos traen la esperanza de que han venido hasta nosotros porque piensan que este nuestro es un mundo mejor. 

    Espero que haya muchas jornadas, y sobre todo muchos años de puertas abiertas para todos esos Ismaeles que quieren trabajar con nosotros y que, a pesar de lo que muchos pregonan y vociferan, y del humo que nos venden los extremistas en tiempo electoral, no les demos con la puerta en las narices. No se lo merecen.

   

1 comentario:

  1. Soy una europeísta entusiasta y convencida. Y no encuentro, en Madrid, dónde comprar una bandera y/o un pin de Europa para celebrar el Día 9. Que pena.

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