martes, 13 de septiembre de 2011

Madre no hay más que una

  Hace unos días, Rosa Montero publicaba en su página web un artículo ya publicado el 2 de julio del 2006 en El País  titulado "Ni coja ni madre", donde con el buen juicio que la caracteriza nos recordaba como "el hecho de ser madre no es la experiencia esencial de la existencia femenina" y como tantas veces en su vida ella sentía que cuando le preguntaban el porqué de no ser madre sus interlocutores  parecían estar mencionando la cojera en la casa del cojo (de ahí el título). Me pareció una lectura refrescante y esclarecedora, y para los aficionados a las hemerotecas virtuales y a las búsquedas por los profundos océanos de Internet merece la pena coger la reseña y leerlo de nuevo.

   Hoy, trece y martes para más datos, Rosa publica de nuevo uno de sus textos iluminados, donde  la denuncia de una clamorosa  injusticia se mezcla con los más profundos sentimientos humanos y todo ello con la maternidad por medio, no se lo pierdan: "Clamores", en la edición de hoy.

   Y yo, que pertenezco a ese grupo de mujeres que como ella nunca jugó a las muñecas; yo que utilizaba los cochecitos de mis muñecas como carretillas transportadoras, yo que nunca tuve un oso de peluche para dormir, estoy bloqueada desde hace varios días en mi casa cuidando a uno de mis herederos que se ha pillado una bacteria de esas que se te meten en los pulmones, acampan y se resisten a marcharse...Y siento que es aquí, al lado de este preadolescente con un pie más grande que el mío donde tengo que estar, así se hunda el mundo, y no me cabe en la cabeza otro pensamiento que no sea el quitarle de encima el dichoso bicho aunque para ello haya que vestirse de fallera mayor y pasearse de esa guisa por la calle.

   No se si llamarlo instinto maternal, porque es un instinto que yo misma he puesto muchas veces en tela de juicio, pero alguna clavija especial debemos tener las mujeres (y los hombres) para ser capaces de lo que somos por sacar adelante nuestras proles. Algún dispositivo especial que se nos activa de forma salvaje e imparable ante ciertas situaciones, como a la madre de la protagonista del artículo de Rosa Montero, como a esta humilde servidora.

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