miércoles, 9 de noviembre de 2011

De piojos y otras liendres

    Me escribe una amiga por Facebook hace un par de días y me cuenta con desesperación que los piojos de la temporada otoño-invierno han llegado ya a su casa. Contesto prontamente deseándole que la fuerza le acompañe y recomendándole vinagre. Me dice que escriba algo y aquí estoy: me pregunto si  ésto no se estará  convirtiendo en el programa de los discos solicitados de aquellas tardes de los Sesenta cuando Juanito Valderrama era el número uno en todas las emisoras y me digo que cosas peores hay en la vida.

   A lo que íbamos: los piojos. Son una de las siete plagas de Egipto en versión siglo XXI. Aquellas se las mandó Dios al faraon para que dejase que los hebreos se largaran de excursión a la Tierra Prometida (en buena hora) y ésta vaya usted a saber quién la manda, pero no tiene destinatario único: no conoce fronteras, raza, color ni religión, edad ni condición social. Y por lo que veo, últimamente la plaga del piojo no respeta ni el calendario, pues ya no espera a los primeros fríos invernales que nos obligan a ponernos bufanda y gorro para mejor facilidad de los bichejos que así pueden saltar de cabeza en cabeza sin coger mucha carrerilla.

    Marlène Dietrich decía en sus memorias (excelente libro por cierto para conocer mejor a un personaje fascinante y de paso la Alemania de entreguerras) que lo que recordaba con más horror de sus años de cantante para las tropas en guerra no era el frío, ni las bombas, ni el hambre ni las privaciones sino los piojos!!! Piojos de Guerra Mundial aquellos, como los que pensamos nosotros que son los más abundantes, los de basurero, establo o cárcel tercermundista. Pues resulta que no, que ahora no hace falta frecuentar el Cuarto Mundo para que los inquilinos se instalen en nuestras cabezas; y a estos inquilinos no les vale la orden de desahucio exprés que se han inventado en España. 

    La oleada piojosa se ha hecho fuerte con los años y los que antes se marchaban al olor del vinagre, ahora son capaces de resistir a insecticidas de cuarta generación  que nos dejan el cuero cabelludo cayéndose a tiras y a ellos bailando la Macarena en nuestras coronillas. Cada vecino, conocida, suegra y dermatólogo nos da una receta nueva para acabar con los bichitos, pero éstos parecen tener un servicio de inteligencia digno del  KGB para esquivar al enemigo. Cada año se inventa un nuevo producto que va a ser "el definitvo", y que además es hipoalergénico, hiporreactivo, ecológico, natural y yo añadiría que "hipoeficaz"; por no hablar de la sospecha bastante fundada que algunos tenemos de que son las multinacionales farmacéuticas las que esparcen por la atmósfera unas cuantas hembras piojas con premio de natalidad  cada principio de curso. 

   Sigamos creyendo pues en los remedios tradicionales, que al menos son baratitos y no lucran a las empresas sin escrúpulos: lavanda en el abrigo, vinagre al enjuagar el pelo y la funda de la almohada al congelador, y para los muy creyentes quizás un par de Padrenuestros y otro de Avemarías. Y que Dios reparta suerte!

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