domingo, 13 de noviembre de 2011

Que se queden! Que se queden!

   En todas las campañas electorales hay cuatro o cinco temas candentes de los que encienden los debates: la sanidad, la educación, los impuestos, la seguridad en las calles, los emigrantes. En esta ocasión la fuerza del tornado económico es tal que la gente va a ir a votar (si van) con la única idea de que les quiten el miedo en el cuerpo a no poder pagar la hipoteca, a no quedarse sin trabajo y a que no les bajen más los sueldos. Huelga decir que ni Jesucristo resucitado acometería con éxito esa empresa, así que tengo mis dudas de que los que tenemos en plantilla sean capaces de nada mejor que mantener el barco a flote y dejarse llevar por las olas. 

   Y yo lamento profundamente que entre tanta zozobra no nos acordemos de los emigrantes, grupo damnificado como el que más por esta crisis de mierda y en absoluto culpable de que halla tanto parado, como hay quien aún tiene la osadía de inisinuar.  Lamento que no hablemos de esa gente de procedencia variada que en muchos casos son ya españoles de pasaporte y que por lo tanto, irán a votar si quieren el día 20, aunque visto lo visto no se si les quedarán ganas.  Esa gente que en un pasado reciente y próspero aportaba el 1 % de PIB a la próspera  (se permiten la carcajada nostálgica) economía española; que compraron los pisos madriguera  que los desaforados constructores levantaron por todas las afueras de España y los compraron con unas hipotecas basura que ahora no pueden reembolsarle a la CAM y compañeras de fechorías, mientras sus directivos se dan golpes de pecho y ponen a buen recaudo los millones chorizados en las Islas Cayman. 

    Sí, sí, no miren para otro lado, estoy hablando de esa gente que recoge a nuestros hijos de las guarderías y de las paradas de las rutas escolares, de aquellos que empujan las sillas de nuestros minusválidos, de los que lavan, visten y se ocupan de nuestros enfermos con Alzheimer y de nuestros abuelos con demencia senil. De los que hacen los turnos de noche en los taxis y en los autobuses urbanos, de los que limpian las estaciones de metro y recogen las basuras aunque algunos de ellos sean  fisioterapeutas o maestros. 

    Hablo de los que con sus ahorros han conseguido darles una vida mejor a sus hijos, han repoblado nuestros pueblos abandonados de Aragón o Castilla y con sus envíos de remesas en dólares han conseguido de paso levantar un poco la economía doméstica de muchas familias en Casablanca, en Quito, en Lima o en Bucarest. Ellos, los que murieron junto a los nuestros en los trenes del 11-M o los que se alegraron junto a los nuestros cuando España fue campeona del mundo. Los que nos curan las picaduras de medusas en las playas en verano, porque  los médicos españoles todos quieren ser cardiólogos o cirujanos y en las sustituciones pagan mal; los que limpian el portal de nuestra casa  y vigilan la puerta del Corte Inglés; y ellas, las que con hijos propios a miles de kilómetros fueron durante algunos años las segundas madres de los nuestros. 

   Y ahora que hace esta gente en medio de esta crisis donde muchos han decidido que son ellos los que sobran? Pues algunos, con la casa a medio pagar, una mano delante y otra detrás han decidido emprender el doloroso camino de vuelta sin haber encontrado Eldorado donde parecía que vivían. Y a mí me gustaría convencerles de que aguanten un  poco el chaparrón, y cantarles no "algo se muere en el alma cuando un amigo se va", porque aquí hemos cogido la costumbre de cantárselo a los Papas (que también se han acostumbrado demasiado a visitarnos) pero sí algo más sencillo y de estribillo contundente: que se queden!, que se queden! que se queden!

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