jueves, 18 de julio de 2013

El churro de Proust

   Que no, que no me he cansado de escribir mi blog que no cunda el pánico (si es que llegó a cundir) pero ya saben los amables lectores  que yo tiendo a desconectarme en verano y más teniendo en cuenta que veraneo en un rincón de frontera donde apenas tenemos cobertura con el móvil y que la wi-fi, y el propio móvil funcionan a rachas, según el viento sea de levante o de poniente...les aseguro que lejos de ser un fastidio es una delicia! Pero aquí tienen una píldora breve de reflexión veraniego, y de paso les dejo mis excusas por la poca frecuencia escritora en los próximos días, que espero sepan entender. Y a mi correctora particular le pido clemencia, porque escribo con este teclado táctil rebelde y a pleno sol...

   A todos mis lectores les supongo cierta cultura, pero como a mí misma esta cuestión me pilló en pañales hace unos años, paso hacerles un breve resumen de lo que es "la magdalena de Proust".Consiste pues, en asociar una experiencia sensorial a un recuerdo, a Proust le pasaba con las magdalenas que se tomaba de niño para merendar. Véase un pasaje sacado de alguno de los siete tomos de "En busca del tiempo perdido"  que no pienso leer jamás porque yo no tengo tanto tiempo que perder ni que encontrar:
“En el mismo instante en que ese sorbo de té mezclado con sabor a pastel tocó mi paladar… el recuerdo se hizo presente… Era el mismo sabor de aquella magdalena que mi tía me daba los sábados por la mañana. Tan pronto como reconocí los sabores de aquella magdalena… apareció la casa gris y su fachada, y con la casa la ciudad, la plaza a la que se me enviaba antes del mediodía, las calles…”

    Pues justamente eso es lo que me pasa a mí con el churro, o mejor, con los muchos churros que me he zampado ya desde que empecé mis vacaciones y que pienso seguir zampándome, y que me obligan cada mañana a correr siete kilómetros por la playa para que en septiembre no tengan que tomarme las medidas de la cintura con una soga marinera! Tengo debilidad por ellos, quien me conoce y me lee ya lo sabe; me recuerdan a las mañanas de domingo de mi infancia cuando mi padre los traía a casa (luego había que ir a misa, todo sueño tiene su parte de pesadilla), me traen a la memoria las mañanas de resaca después de muchas copas y un sitio llamado "Las tres G" que mi compañeros de fechorías juveniles recordarán tan bien como yo y me recuerdan a mis hijos, aún bebés de chupete mojándolos torpemente en un vaso de leche y salpicando a todo el que se les ponía al alcance. 

    El churro en bueno, barato, natural y frito en aceite de oliva como sólo en Andalucía saben hacerlos, y si hubiera un partido político que lo incluyera en su programa tendría mi voto garantizado. Por un euro te comes una docena y quienes los hacen son, generalmente bellísimas personas que se ganan la vida arrimados a una freidora a 180  grados. Así son mis churreros, que no creo que me lean, pero que son dos de las mejores personas que he conocido en mi vida, y que por un euro me dan casi cada mañana doce bocados de felicidad, buena conversación  y una sonrisa. Hay quién de más por menos? Les reto a que lo encuentren. 

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