jueves, 9 de enero de 2014

Lee y conducirás

    He pasado la Navidad bajo una borrasca, en un lugar de la estepa castellana donde lo suyo es el clima continental, aquel que nos enseñaron en el colegio que consistía en inviernos fríos, soleados y sin lluvia; pero como la tierra está menopausica, nada de ésto se ha cumplido y yo me he pasado mis vacaciones viendo llover desde mi ventana. Y haciendo planes de interior, que en mi caso significa libros, películas y botellas de vino y raciones de jamón en compañía de amigos y parientes; francamente, conozco planes peores, y no me quejo de mi suerte si no fuera porque en el capítulo libros me ha tocado esta vez leerme una mala novela. Y como yo pertenezco a la generación de los lectores y no a los de tocadores de pantallas, me he tragado sus 539 páginas a pesar de que cuanto más avnazaba, peor me parecía. Les digo cuál es para evitarles el suplicio: "El jardín invisible" de Kate Morton; esa señora australiana que ha vendido millones de ejemplares al reclamo de ser una nueva Jane Austen, cosa que está muy lejos de ser cierta. El libro era un regalo que recibí hace tiempo, y los de la generación lectora somos así: cuando nos regalan un libro que saben que es un regalo que apreciamos, acabamos leyéndolo; los tocadores de pantallas le dan al "delete" y pasan a otra cosa.

    Y como hecho significativo de mi paso por la Madre Patria y de mi insistencia en gastar mis pocos capitales en mi país, les contaré que me he hecho unas gafas bifocales, esas que te dan un aire de intelectual revenida o de locutora de televisión, según se mire, pero que, en realidad son un escalón más (hacia abajo) de la inexorable vejez que se nos viene encima. Mis hijos se ríen de mí cuando les digo que buena parte de la culpa  de esas gafas la tienen mis muchos años de estudio, y otros tantos de leer a escondidas de mis padres a la luz de una linterna; y se han reído aún más y mejor cuando les conté que mi maestro de la Universidad (Manuel Fernández Alvarez, excelso historiador y aún mejor persona) sostenía que la lectura te encorvaba la espalda pero te enderezaba el espíritu...Está claro que aunque he conseguido que mis hijos se vayan a la cama por las noches con un libro, ellos son de la generación de los tocadores pantalleros y yo no. 

    A nuestros ministros de mala educación que tanto les preocupan nuestros resultados de los informes PISA y similares, me gustaría recordarles todos los puestos PISA que hemos avanzado desde que España dejó de ser un país de analfabetos y consiguió que casi el 100 % de la población aprendiera a leer. De eso se han olvidado, porque los grandes contribuyentes a esa hazaña fueron los maestros de la República, y los discípulos de aquellos maestros republicanos, que fueron mis maestros aunque ya no hubiera república, y entre ellos, un señor llamado Lázaro Carreter, que editó un bestseller llamado "Cómo se comenta un texto literario", que era manual de uso obligatorio en todo el bachillerato y la llave para abrir la puerta de un futuro más sabio y menos mediocre. Porque gracias al librito en cuestión (que yo aún guardo preciosamente en mi biblioteca) aprendimos los de mi quinta que leer es una suerte, y que hay que leer no sólo para aprender, sino sobre todo para entender. Me temo que con los nacidos del 90 para acá ésta sea ya una batalla perdida. Y creo que poniendo la frontera en el  año 90 les doy una previsión optimista...

    Me he leído una mala novela en vacaciones y me da rabia, pero ahora me leeré unas cuantas buenas para compensar, aunque con un ritmo menos ágil, trabajo obliga; ya estoy en ello y me aguarda la última de Vargas Llosa ya preparada y una parte de los sonetos de Shakespeare que aún no acabé. Mis dioptrías siguen aumentando, y yo ahora estoy encantada con mis gafas bifocales que me permitan leer y levantar la vista del libro sin tener que quitarme las gafas. Luego resulta que con ellas (dicen) me parezco a María Escario presentando los deportes, pero eso es lo de menos. Lo de más es lo que decía la Santa de Avila, de la cual soy seguidora (Ay! si Santa Teresa hubiera tenido Twitter): "lee y conducirás, no leas y serás conducido".

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