martes, 21 de enero de 2014

Mario y yo

    Ya lo dije hace unas semanas: lo peor de la Navidad de este año no fueron ni las comilonas ni los parientes, ni siquiera la lluvia que sin piedad me cayó encima durante doce días: lo peor fue que pasé esos mismos doce días leyendo una mala novela y eso, a estas alturas de mi vida lectora, me enoja  profundamente. 

    Y ya les avisé que a semejante error iba a  ponerle pronto remedio, porque el mal sabor de boca que nos deja a los lectores una mala novela es casi igual que el que nos dejaba el jarabe de la tos de nuestra infancia. Y para remedio, lo mejor es recurrir a los valores seguros, igual que después del jarabe de la tos nuestra madre nos daba un trozo de chocolate (otro valor seguro); porque dos malas novelas seguidas pueden llevarte al cese temporal de la lectura!  En mi lista de esos valores seguros he escogido "El héroe discreto" de Vargas Llosa, sabiendo desde la primera página que no me iba a equivocar, porque Mario me acompaña con sus libros desde que a los diecisiete años mi padre me regalara "La ciudad y los perros" y me dejase prendada. En aquel entonces el gran éxito de Vargas Llosa era "Pantaleon y las visitadoras", que probablemente mi padre estaba leyendo y que, por motivos obvios pensó que no era muy recomendable para una criatura...de las de diecisiete años de entonces. Las de ahora ya se saben de memoria las cincuenta sombras esas.
 
    Cuando no quiero equivocarme con las novelas, Mario nunca me ha fallado, y si no tengo ninguna nueva me releo las antiguas; y mira que el personaje tiene sus aristas! pero no hay nada que hacer: mi admiración por el escritor es mucho más grande que mi aversión por el opinador (léase mi entrada de mayo de 2012 "Cinco minutos con Mario") y quizás en eso, y en la domesticación del lenguaje, resida la grandeza de Vargas Llosa: uno es capaz de olvidar las mil cosas que no te gustan de él, o las que suelta por su boca para disfrutar de su palabra escrita y novelada, para mí, la del mejor escritor vivo en lengua castellana. 
 
    A veces cuando leo las novelas de Vargas Llosa sueño que soy yo quien las escribe, como cuando un niño que conduce un auto de choque sueña que es Fernando Alonso. La cruda realidad es que no lo soy, y estas pocas líneas escritas con esfuerzo un par de veces por semana me ponen en mi sitio. Está clarísimo que yo no soy Mario, y para hacer más pequeño el abismo literario que nos separa a veces intento compararme con él en muchas facetas de su vida y me cuento unas cuantas verdades a medias para consolarme. 
 
    Por ejemplo: Mario es atractivo, pero viejo, y yo noy atractiva, pero soy  bastante más joven que él. Mario se ha casado dos veces, una con su tía y otra con su prima: yo sólo una (y espero que sea la única) y no tengo ningún abuelo en común con mi cónyuge. Mario es ultraliberal y en su juventud y primera madurez fue comunista lo cual, bien mirado, es prueba de cierta empanada mental; yo he sido bastante más coherente con mis ideas, que les voy a ahorrar, aunque basta que me lean para que me entiendan. Mario quiso una vez ser presidente de su país, yo quiero que en mi país haya un presidente; a Mario le piden su opinión en las tertulias, los foros y los periódicos, yo doy mi opinión en todos esos sitios sin que me la pidan. Mario vive en Nueva York, Londres y Madrid y no tiene que recoger la casa cuando va de una ciudad a otra, yo soy expatriada de oficio y cuando me mudo de una casa a otra me paso un día entero quitando y poniendo cosas. Mario ha ganado el premio Nobel y yo una vez gané un concurso de cuentos; a él le dan todos los galardones a los que se presenta y yo llegué a semifinalista del concurso de redacción de la Coca-Cola. 

    Ya ven ustedes que, con semejantes diferencias, es muy difícil que de mi pluma, por mucho que sueñe despierta, salga algo que se parezca a lo que sale de la de Mario. Esta burda comparación que les acabo de largar quizás me sirva de consuelo para mi falta de talento literario. Y que conste que sí hay una cosa en la que Mario y yo estamos de acuerdo: Cuba es una dictadura y Fidel Castro un tirano, y los que callan una verdad como ésta no merecen seguir estando tocados por las musas literarias. Quizás por eso García Márquez haya dejado de escribir...Yo, mientras tanto, persevero. 

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