miércoles, 21 de diciembre de 2016

La lotería que no toca

    Este año tampoco me va a tocar la lotería. es más, es imposible que me toque porque no he jugado un sólo Euro, que en mi caso, viniendo de una insigne estirpe de ludópatas es todo un mérito. Como tampoco me tocó el año pasado, jugando por todo jugar una participación, ni me tocará el año que viene. En realidad, aunque salga mucha gente en el Telediario cantando, gritando y descorchando esas terribles botellas de Cordón Negro de Freixenet, la lotería no le toca a casi nadie, porque me cuenta Facebook (quién sino..) que es más fácil que las ranas críen pelo a que nos toque el Gordo navideño, y lo demuestra con estadísticas. Así me ahorro la disyuntiva de jugar o no jugar, total para qué...

    También podría decirles eso tan manido de "a mí ya me tocó". Sí, cierto es que la lotería de la vida ha sido generosa conmigo;  la  del bombo con bolas y niños cantarines bastante menos. Y también me da por pensar qué haría yo con un porrón de millones si me tocara la lotería esa que no toca. Gustándome como me gusta la ciencia ficción, me parece que ésta película de "Concha millonaria de la noche a la mañana", es complicada de imaginar y aún más de realizar.

    No tengo agujeros que tapar, por suerte y gracias a la lotería de la vida; así que si vinieran a entrevistarme los del Telediario de las tres el 22 de diciembre, sin duda alguna el más divertido del año, no podría soltarles esa frase que sueltan todos los agraciados con premio. No pretendo pasarme el resto de mi vida holgazaneando, porque da la casualidad que mi trabajo me gusta y no lo veo como un martirio chino, así que, aunque suelte improperios y sueñe con mi jubilación de vez en cuando, no estoy esperando la lotería para quitarme de trabajar.

    No necesito un coche mejor: ya tenía uno bueno y lo cambié por otro más pequeño y corrientito; soy capaz de entrar en Armani en liquidación  y salir sin comprarme ni medio trapo (pngo Armani como ejemplo porque me gusta, contrariamente a otras marcas); me dan pereza infinita las reformas en casa, las tiendas de decoración, las tapicerías y los cacharros varios. Hubo un tiempo en que me atraían los anticuarios, pero desde que yo misma me estoy convirtiendo en una antigualla, cada vez menos.

Qué podría comprarme, pues? Tiempo, que no lo venden, porque es un bien impagable e incuantificable; cariño, que como dice la canción, ni se compra ni se vende; longevidad y pocos achaques: ni modo. Me compraría un avión, miren ustedes por donde, porque si hay un delirio de grandeza que me atrae, quizás el único, es ese de ir a donde quieras en poco tiempo, sin tener que pasar por colas, aduanas, quitarte zapatos y cinturones e ir sentado al lado de uno al que le cantan los pies. Los ricos de verdad se distinguen de los de pacotilla porque los de verdad tienen un avión;  y la Señora Obama, que no es rica de nacimiento y llama al pan, pan y al vino, vino, ha declarado públicamente que lo que más va a echar de menos cuando se larguen de la Casa Blanca, no es la Casa Blanca, sino el avión presidencial: por algo será. Puestos a soñar con la lotería que no toca, y haciendo un paralelo con una canción de mi lejana juventud, yo para ser feliz quiero un avión...Pero eso no hay gordo de lotería que lo pague.   Y les dejo con la canción, que yo tengo que coger un avión en pocas horas, y no es mío en propiedad!

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario