miércoles, 14 de junio de 2017

Acosada

    Yo creía que tener un teléfono de la secta iba a simplificar mi vida hasta límites insospechados; que todo iba a ser cuestión de hacer un click o deslizar el dedo por una pantalla sin más complicación que prestar un poco de atención en  dónde poner el dedo. Creía ingenuamente, que todas esas operaciones que hacía en persona, y todo ese tiempo que perdía hablándole a las centralitas telefónicas y a unas pobre operadoras y operadores que tienen una neurona per cápita lo iba a recuperar para leer, hacer deporte y ver a mis amigos, que son las tres cosas que más me gustan en esta vida. Pues no, nada de eso, desde que tengo el teléfono de la secta, me he lanzado a una vorágine de operaciones telemáticas, que ya no tengo excusa de no hacer "porque mi teléfono es muy malo", que me absorben un tiempo que no tengo y que me dejan con tal paliza mental que ni leo, ni converso,  y como diría Santa Teresa, vivo sin vivir en mí. Esto me pasa por creer en las sectas y en sus santos fundadores, yo que he hecho del agnosticismo un escudo protector! Se ve que no escarmiento. 

    Desde que este electrodoméstico invasor (así lo llama mi amiga Lucia y qué razón tiene!) entró en mi vida, tengo una cuenta bancaria desde donde recargo unas tarjetas de crédito para mis hijos viajeros, cosa que jamás me ocurría antes: mis hijos viajaban conmigo y, por supuesto,  nunca hacía ninguna operación bancaria por Internet; lucho con las administraciones académicas y sus compulsas; compruebo el estado de tráfico aéreo y las tarjetas de embarque de mis múltiples vuelos van a parar a este cacharro sin que yo se lo ordene;  veo el parte metereológico como tres veces al día y los periódicos otras tantas. Hago fotos sin parar de cosas que no quiero que se me olviden, desde el horario de la parada del bus hasta los precios del atún en la pescadería para mandárselos a mi amiga la pescadera del verano y que se santigüe tres veces después de mirarlos. Y sobre todo, tengo la sospecha permanente de estar perdiendo el tiempo cuando se supone que poseer este aparatejo sirve para ganarlo. 

   Me descubro a mí misma visitando páginas de Internet que en otro tiempo o desconocía o no me merecían ningún interés, como las que se ocupan del divorcio de David Bustamante de una tal Paula que resulta que es actriz y encima conocida; o toda una serie de propuestas atléticas para reducir la grasa abdominal o afinar mis piernas; cosas de las que me ocupo yo solita desde hace mucho tiempo sin ayuda de ninguna página web que valga.  Antesdeayer,  sostuve un encendido debate en las redes sobre la gentrificación del churro o su permanencia  en el acervo culinario hispano con toda su grasa y su simpleza. Reconozco que, de haber tenido mi teléfono antiguo,  que tardaba diez minutos en abrir Facebook, jamás hubiera pasado el tiempo que pasé discutiendo de semejante entelequia. Y para colmo, hay una aplicación que me cuenta cada día cuántos pasos he dado y cuántos debería dar para no estar como una vaca. Aplicación ésta última, bastante impertinente, por cierto; porque ayer corrí ocho kilómetros antes de ir a trabajar (a mis años) y ella me dice "siéntate menos y haz algo de ejercicio"...Qué más quiere?

    Así que no sé si mi vida se ha simplificado, pero sí se que me siento acosada por una serie de correos electrónicos, avisos, pitidos, y demás señales auditivas que emanan del aparato en cuestión. Y mi memoria, en otro tiempo fabulosa, está cada vez más agotada de acordarse de miles de contraseñas, passwords, nombres de usuario y claves de acceso para las quinientas cosas que se supone que el cacharro hace por mí pero que en realidad es mentira;  soy yo quien las hace, perdiendo un tiempo infinito y metiendo todas esas combinaciones de palabras ridículas, números, letras y asteriscos y encima pagando, en la mayoría de los casos, los gastos de gestión. Ayer reservé un hotel en Booking y tuve que responder a unas preguntas consistentes en resolver un puzzle para demostrar que no era un robot...Y me quedé pensando si no lo seré realmente!

   Así estoy, acosada, yo diría que hasta sitiada por un ejército de claves y contraseñas sin piedad, todas con su correspondiente corte de mayúsculas, minúsculas, números, signos de puntuación, emoticones, arrobas y señales auditivas varias. Y para colmo, a los de la comunidad de vecinos de mi casa playera les ha dado por instalar una wi-fi en aquel que yo pensaba era el último reducto de mi tranquilidad. Acabaré comprándome una casa en los montes de Teruel, que dicen que es el único sitio de España donde no hay cobertura. 

   


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