jueves, 8 de junio de 2017

Héroes y mártires

    Es muy difícil ser un héroe y poner a todo el mundo de acuerdo, incluso para los que lo son en olor de santidad ( nos acordamos de todos los palos que le llovieron a la madre Teresa de Calcuta?) y para quienes nunca han buscado serlo, como el pobrecillo de Ignacio Echevarría, de quien dudo mucho que buscara ser portada en los periódicos ni siquiera de haber sobrevivido a las cuchilladas que los musulmanes enfurecidos le asestaron buscando ganarse por la vía rápida el paraiso con todas sus vírgenes incorporadas. 

    Admiro muchísimo a los caricaturistas y dibujantes de la prensa escrita (con Forges a la cabeza) me parecen un dechado de ingenio y de rapidez mental, y hoy han echado el resto con este chico que salió a darse un garbeo con su monopatín y no volvió nunca jamás para contarlo. Lo han dibujado como un héroe del dos de mayo, a las puertas del cielo saludando a Don Pelayo y de la mano de Superman o de toda la corte de Marvel. Supongo que a su familia le gustará ver el gesto del hijo reconocido, engrandecido, dibujado o como sea. De ese hijo que vivía en Londres como tantos hijos de la España post-ladrillo, donde trabajaba en un banco; de ese niño grande que a sus 39 años se paseaba por la ciudad con su monopatín que le sirvió para salvar la vida de una mujer pero no la suya propia. De ese niño que podría ser el mío en pocos años, ahora que se va a echar a volar por el mundo; o mi propia hija, que practica el deslizante y difícil arte del monopatín en cuanto puede. Como me estoy haciendo mayor, y mis hijos ya están empezando a tener vida propia lejos del nido, me pongo en el lugar de los padres de Ignacio, no puedo evitarlo. Como también soy muy pesada y vivo en una ciudad con cuota propia de muertes por culpa de la Guerra Santa, ya les he dado mis particulares instrucciones en caso de lío con tufo de atentado, consistentes en correr todo lo que se pueda en dirección contraria a donde está el lío. Instrucciones que me aplico a mí misma, a mayores de localizar las salidas de emergencia de todos los edificios peligrosísimos donde trabajo, para lo cual me he tenido que chupar varios cursillos, lo reconozco. 

   Pero lo que hoy me maravilla y me hace escribir estas líneas es la idea del héroe a la fuerza, del poco pudor que muchos demuestran ante quienes no quieren serlo. La ejemplar familia de Ignacio ha tenido que salir en la prensa declarando que el trato que han recibido por parte del gobierno británico ha sido correcto cuando la prensa canalla ya estaba buscándole las vueltas al asunto y algún que otro columnista rancio y trasnochado ha aprovechado para hacer leña del árbol caído. Ellos tampoco quieren ser héroes, sólo enterrar a su hijo, de quien, como me ha mandado una amiga por Whatsapp, nunca vamos a olvidar la cara de simpaticón que tenía y esa sonrisa amable de dientes separados. 

    Lo demás es todo palabrería. Los mayores héroes de la historia acometen actos heroicos sin pretender serlo, y por supuesto, sin pensar en morir por ello. Mi gran héroe siempre fue mi padre, que aguantó sin decir ni pío toda la  cena de una boda para no aguarle la fiesta a la novia cuando estaba cosido a dolores y desgarrándose por dentro con un aneurisma que se lo llevó al huerto de los callados con las primeras luces del día. El, como Ignacio Echeverría, tampoco había planeado morirse, ni siquiera heroicamente, pero así es la vida de absurda y traicionera. Luego están los de las películas de Marvel, que esos sí hacen planes, y generalmente les salen bien...Descanse en paz Ignacio Echeverría y dejémosle los demás que así sea. 

   

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