jueves, 15 de junio de 2017

La transición y sus transiciones

    Tal día como hoy, hace cuarenta años, en mi casa celebrábamos los cuatro años de mi hermana pequeña y mis padres hablaban de votar, a Suarez, supongo. Lo recuerdo todo muy bien, en lo que los teléfonos inteligentes consiguen volverme una persona más idiota, aún conservo cierta memoria viva y certera de algunos capítulos de mi vida: el 15 de junio de 1977 es uno de ellos. Recuerdo que era un día de diario, las primeras elecciones libres de la nueva democracia no podían hacerse en domingo, no fuera que la gente se fuera al fútbol o a la piscina en vez de ir a votar. Mi hermana pequeña le contaba a todo el mundo que "el día de las elecciones" era su cumple, porque así era entonces: un día especial, de fiesta sin ser festivo; de una fiesta que ya nos dura cuarenta años, más de los que aguantó Franco sin bajarse del sillón. Cuarenta años de paz y democracia que algunos se empeñan en menospreciar, porque piensan que esa libertad y esa posibilidad de votar a quien uno quiera siempre estuvieron allí, y no es verdad. Cuarenta años que nuestro parlamento, casi casi se pasa celebrando las ocurrencias de un joven con coleta y con el mayor y más desmedido ego de la democracia: a su lado, el Suarez más chuleta y vanidoso parecería un niño de San Ildefonso.

    Leí hace poco un curioso artículo que comparaba (siempre salvando las distancias cronológicas y el hecho de no tener que desmontar una dictadura) a Emmanuel Macron con el primer Suarez, el de los años 70. Su aplomo, su osadía, las ganas de desmontar la vieja maquinaria política haciendo que se autodestruya ella misma; el fino olfato político, la creación de un partido a su medida y la creencia de que el electorado es una masa de centristas y moderados que, según circunstancias y contexto, basculan hacia la izquierda o hacia la derecha. Me pareció una comparación acertada dentro de las muchas cosas que entre estos dos hombres son incomparables, y le auguro al joven presidente francés mucha suerte en la tarea que le aguarda, que es nada más y nada menos que hacer que Francia deje de ser Francia: esa sí que es una auténtica transición, no menos ciclópea que la de Adolfo.

    Cuando pienso en ese 15 de junio de 1977, pienso también en la transición de tantas cosas que nos han ocurrido en estos cuarenta años, de los que hablo como si fueran diez. De esa familia de provincias con tres niñas vestidas con uniforme colegial soplando las cuatro velas de la tarta de la pequeña de la casa a la tres colegialas convertidas en unas mujeres con familia propia y muchas canas que peinar. De mi propia familia "propia", que en poco más de  tres turnos de elecciones ha pasado de comprar pañales en embalaje familiar, a levantar castillos de arena durante semanas y semanas de playa, a ver la playa reducida a la mínima expresión y a los polluelos volando del nido en este verano raro en el que nos vamos a quedar solos por primera vez después de muchos años de crianza. De esta familia que en pocos meses va a tener un votante más en casa al que, espero que le haya quedado claro que la transición se hizo para que todos, incluido él, votaran.  La Transición de Suarez, y los cuarenta años de votar libremente me han traído de un golpe a la memoria todo un paquete de transiciones varias en mi vida, casi todas felices, para qué negarlo.

    Y por cierto, hermana, antes de que acabe el día, feliz cumpleaños! Cuarenta años después. 

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