domingo, 17 de diciembre de 2017

Carta al amigo invisible

    Querido amigo invisible, 
cuando leas estas líneas, quizás lleves varios días dando vueltas por las tiendas buscando un regalo para mí, que te he caído en gracia este año por riguroso y confidencial sorteo. Habrás mirado al cielo con resignación y te estarás preguntando por qué te tuvo que tocar a tí la más rara de la tropa, que ya es mala suerte. Me gustaría facilitarte la tarea y de paso, quitarme esa fama de complicada para regalar que, sinceramente,  no creo merecer. De paso, si alguno de mis queridos lectores tiene un arrebato de generosidad y quiere hacerme un regalo (no tiene que ser en Navidad) ya sabe donde agarrarse. Y de paso también, rompo una lanza a favor de todos esos seres humanos tachados de raros y raras simplemente porque no encuentran la felicidad en un centro comercial, en una perfumería, en una tienda de bolsos, zapatos, ropa o complementos.

    A mi el amigo invisible siempre me puede regalar un libro, con probabilidad alta de acertar, si logra evitar los premios Planeta y las trilogías españolas de crímenes y asesinatos en catedrales. Y si no acierta, siempre se puede cambiar por otro libro y asunto concluido. Cuando falla el libro, quedan las otras dos patas del taburete de tres que son los discos y las películas, porque servidora, aunque tengo Kindle, cuenta de iTunes y Netflix, es de esas antiguallas que compra discos y películas (soporte material que lo llaman). Llevaba años detrás de una antología de los Beatles, pero ya me la compré yo, pero aviso que aún me queda la integral de las sinfonías de Mahler, una buena versión de los conciertos de piano de Rachmaninoff (la que tengo no es buena) y mis obsesiones habituales: Frank Sinatra, Pink Martini, Ella Fitzgerald, los años '80, Piazzola, Beethoven y los viejos musicales de Broadway; no me dirán que no hay donde elegir! Y si lo ponen todo junto verán que hay una tienda de centro comercial  bien surtida en esos menesteres, llamada FNAC, que además tiene cheques de regalo. Y eso que ahora les ha dado por vender cafeteras y planchas y, francamente, ha perdido bastante encanto. 

    Al hilo de los pequeños electrodomésticos, ya te aviso, querido amigo invisible, que los detesto, como todo lo que tenga que ver con el menaje de hogar y sus tareas afines, la decoración, las cerámicas y derivados. Pero soy de buen beber y de mejor comer, y si me cayera una buena botella de orujo el día de autos, me iría tan contenta para mi casa, o una cesta de Navidad, con todos sus lazos y espumillones. Me encantan desde que de niña las veía dibujadas en los tebeos de Bruguera y el pobre Carpanta perdía la cabeza por ellas. También soy deportista, de deportes baratos además, como andar por los bosques, correr o nadar, así que salvando la complicación de las tallas, por ese lado también hay cómo dejarme contenta. 

   Y me gustan los tulipanes y las flores blancas, los cuadernos de páginas blancas también, las pashminas de colores que no me hagan parecer una ilustre dama ni una candidata al hogar del pensionista. Y colecciono pañuelos Hermés, que ya sé que son palabras mayores para el presupuesto del amigo invisible pero lo pongo aquí para que vean ustedes que, en el fondo, tampoco soy tan rara. Y si todo ésto no es suficiente como idea, se puede hacer en mi nombre una transferencia a la asociación sin ánimo de lucro que, con voluntad de hierro y generosidad infinita gestiona mi amigo Claudio, gracias al cual, los niños de una escuela de barrio pobre de Puerto Príncipe en Haití comen una vez al día (la única en muchos casos) en el comedor escolar que gestiona la asociación. Visiten su página: www.tisourire.be. Les aseguro que, cada céntimo recogido va a parar allí; sé lo que digo y les ayudo desde hace años porque no se puede guardar el océano en un vaso de agua, y muchas ONG pierden fuelle por pretenderlo, ésta no. 

    Ya ves, querido amigo invisible, yo me ahorraría estas líneas porque tengo la teoría de que en Navidad los niños se merecen todos los juguetes y golosinas del mundo pero los adultos podríamos prescindir de hacernos regalos; como nadie me hace caso, intento facilitarte la tarea. A lo mejor sí que es verdad que soy un poco rara...

    Un abrazo, 
                                     C.

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